Ya No Vivo Yo

Reflexiones Bíblicas Acerca de qué Significa Andar en el Espíritu

 

F. Wayne Mac Leod

 

Light To My Path Book Distribution, Sydney Mines, NS CANADA

 

 

Ya no vivo yo

Título en inglés: No Longer Me

Copyright © 2017 por F. Wayne Mac Leod

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Traducción y corrección: David Gomero y Dailys Camejo (Traducciones NaKar)

Todas las citas bíblicas, a menos que se indique otra versión, han sido tomadas de la Biblia Reina Valera Revisada (1960) (RVR60).

Especial agradecimiento a Sue St. Amour por la corrección del texto en inglés.

 


Índice

Prefacio

Capítulo 1 - Crucificado con Cristo

Capítulo 2 - Nada Bueno

Capítulo 3 - No te apoyes

Capítulo 4 - Un Templo del Espíritu Santo

Capítulo 5 - Mis ovejas oyen mi voz

Capítulo 6 - De la manera en que recibisteis a Cristo

Capítulo 7 - Esperando en el Señor

Capítulo 8 - La vid y los pámpanos

Capítulo 9 - Separados de mí

Capítulo 10 - Las armas de nuestra milicia

Capítulo 11 - Más que vencedores

Capítulo 12 - Llenos del Espíritu

 

Prefacio

 

En una época cuando casi todo parece posible por medio del uso de la tecnología y el conocimiento humano, necesitamos recordar de nuevo por qué necesitamos al Espíritu Santo y Su poder fortalecedor. Con la comunicación masiva que existe hoy en día necesitamos aprender a distinguir la voz de Dios de todas las otras voces que reclaman nuestra atención. En medio de la constante lucha que se lleva a cabo por los derechos y las libertades humanas, necesitamos escuchar de nuevo el llamado de Dios a rendirnos y a obedecer. En una época donde se hace tanto énfasis en la educación y la capacitación, ¿habremos llegado al punto en donde no nos percatemos de nuestra necesidad de depender de Dios?

El tema sobre qué significa andar en el Espíritu no puede ser reducido a un pequeño estudio de esta índole. Aprender a caminar con Dios es un esfuerzo de toda la vida. Sin embargo, las Escrituras nos hablan vehementemente acerca de la necesidad de una fortaleza superior a nosotros mismos para poder vivir la vida a la que Dios nos llama. Éstas también nos recuerdan sobre nuestra verdadera naturaleza, y advierten firmemente a todo aquel que trate de vivir y servir basado en la fuerza y la sabiduría humana y no en el poder del Espíritu de Dios.

¿Será que una de las peores cosas que les pueda haber pasado a los creyentes es no haber aprendido en sí la importancia del papel del Espíritu Santo en sus vidas?   Solo es posible tener un servicio verdadero y victorioso a medida que dependamos y caminemos bajo la dirección y la capacitación del Espíritu de Dios.

Es mi esperanza que este estudio nos revele la necesidad del Espíritu de Dios y nos muestre qué significa caminar en sintonía con Él. Es mi oración que el Señor use este esfuerzo para que cada lector pueda ver la importancia del señorío del Espíritu de Dios en nuestras vidas.

 

F. Wayne Mac Leod

 

 

Capítulo 1 - Crucificado con Cristo

 

“Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí” (Gálatas 2:20).

Entender qué significa andar en el Espíritu no es algo que se pueda lograr en un estudio como éste, pues es un proceso de aprendizaje que dura toda la vida. Lo único que espero poder lograr es llevar al lector a una serie de pasajes bíblicos que hablan de varios aspectos acerca de andar como el Señor quiere. Comencemos en la cruz de Jesús para ver lo que queremos reflejar.

¿Qué sucedió cuando el Señor Jesús fue a la cruz? Sabemos lo que sucedió en el mundo físico, pero si tuviéramos los ojos de Cristo y pudiéramos ver lo que sucedió en el ámbito espiritual, ¿qué veríamos?

Pablo nos dice en Gálatas 2:20 que cuando el Señor murió en la cruz, nosotros morimos juntamente con Él. Veamos cómo Pablo lo refleja en Gálatas 2:20: “Con Cristo estoy juntamente crucificado”. A nuestras mentes se les hace difícil captar este concepto pero es esencial que entendamos lo que Pablo nos está diciendo aquí.

¿Qué quiere decir Pablo cuando nos dice que él estaba crucificado juntamente con Cristo? Cuando Jesús murió en la cruz, no murió por causa de sí mismo; pues como el Hijo perfecto de Dios que era nunca pecó. Así que no murió por causa de nada que hubiese hecho, sino por ti y por mí. Imagina por un instante que estuvieras endeudado, y que tu deuda fuera tan grande que no habría manera de que pudieras pagarla. Entonces viene un amigo que va a tus acreedores y paga toda la deuda. Aunque fue con el dinero de tu amigo que se pagó la deuda, el pago aparece a tu nombre. Es como si la hubieras pagado personalmente. En los libros aparece registrado “deuda pagada”.

Cuando Pablo pensaba en la muerte de Jesús en la cruz, se percataba de que la cruz había pagado su deuda personal. El registro de transacciones del cielo declaraba que la deuda de Pablo había sido pagada completamente. Cuando Cristo murió era como si Pablo mismo hubiese estado en esa cruz.

Pablo había personalizado tanto lo sucedido en aquella cruz que ya se consideraba que había muerto. Él había escogido vivir su vida con el entendimiento de que había muerto el día en que Jesús murió. “Ya no vivo yo”, decía Pablo. Cuando Cristo murió, yo morí también. En las palabras de Pablo hay dos principios que me gustaría subrayar.

En primer lugar, la ley exigía que el alma que pecara tenía que morir:

“He aquí que todas las almas son mías; como el alma del padre, así el alma del hijo es mía; el alma que pecare, esa morirá” (Ezequiel 18:4).

Pablo no tomaba a la ligera lo que el Señor Jesús había hecho; él sabía que de acuerdo a la ley de Dios estaba sentenciado a la muerte. Aunque el Señor Jesús escogió su lugar en la cruz, Pablo decidió vivir su vida en la realidad de que esta muerte era para Él; viviría ahora con el entendimiento de que la muerte de Jesús era su muerte.

En segundo lugar, la muerte de Jesús exigía una respuesta. Con la deuda ya pagada, Pablo no podía seguir viviendo como hasta ahora lo había hecho, pues era responsable ante aquel que había muerto en su lugar. Ahora había escogido vivir diferente a su pasado, a morir a todas las pasiones pecaminosas que lo habían colocado bajo el castigo de la muerte y entonces, mostraría su gratitud al Señor viviendo solo para Él.

“Pero los que son de Cristo han crucificado la carne con sus pasiones y deseos” (Gálatas 5: 24)

Percatémonos de que en Gálatas 5:24 y Gálatas 2:20 dice que hemos sido crucificados con Cristo. Es decir, esto es algo que ya ha tenido lugar; por lo tanto, si pertenezco a Cristo he sido crucificado a la naturaleza pecaminosa.

Cuando vengo ante la cruz deposito ante ella todo lo que soy y todo lo que tengo; acepto la muerte de Cristo como si fuese la mía y escojo vivir como alguien cuya naturaleza antigua ha muerto con Cristo en la cruz. El día que vine a Cristo tuvo lugar una transacción espiritual. Ese día morí al yo y a mi pecado y nací de nuevo como una nueva criatura dentro del reino de Dios. En otras palabras, me convertí en una nueva persona.

“De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas. Y todo esto proviene de Dios, quien nos reconcilió consigo mismo por Cristo, y nos dio el ministerio de la reconciliación” (2 Corintios 5: 17-18)

Veamos lo que Pablo nos está diciendo aquí. Nos está diciendo que “lo viejo ha muerto”. Esta es una obra que ha sido terminada y nuestro viejo “yo” ha muerto con Cristo. Es decir, hemos muerto a quienes éramos, a aquello que solía motivar nuestras acciones y pensamientos. Ya no somos las personas que solíamos ser pues hemos nacido de nuevo y somos nuevas criaturas. La cruz lo ha cambiado todo y cuando me levanto del pie de esa cruz no solamente salgo perdonado sino también cambiado.

Pero si somos honestos con nosotros mismos tendremos que admitir que todavía sentimos esa fuerza que viene de la carne y que nos inclina hacia sus deseos y concupiscencias. Entonces, si hemos muerto a esa carne, ¿por qué sentimos todavía su atracción? Permíteme decirte que existe muchísima diferencia entre morir a la carne y que la carne muera como tal. Mientras viva en este cuerpo mortal seré tentado debido a que el mal y el pecado siguen presentes en este mundo. Jesús fue tentado por el pecado, la carne y el diablo. Y esto sucedió porque estos grandes enemigos no habían sido derrotados por completo.

Sin embargo, cuando morí junto con Cristo, una nueva vida fue plantada en mi interior. Esa es la vida del Espíritu Santo. Ese día que morí con Cristo, escogí rechazar la carne con sus concupiscencias y deseos y matar su influencia en mi vida. Escogí también no ser ya más gobernado por la carne sino por la nueva vida del Espíritu en mí. Esa fue la vida que escogí vivir. Por lo tanto, ya no confío más en la carne, ya no me identifico más con esa vieja naturaleza. Esa vieja naturaleza ya no es quien yo soy en Cristo. Escogí separarme de ella y a renunciar a cualquier derecho sobre ella. Ella tampoco tiene ningún derecho sobre mí porque las ataduras que nos unían ya han sido rotas legalmente. Si regreso de nuevo a esa vieja naturaleza estoy cometiendo adulterio espiritual. Ahora mi lealtad solo le pertenece a Cristo y a Su Espíritu que vive en mí, a nadie más.

Entender que hemos sido crucificados juntamente con Cristo debe cambiar la manera en que nos vemos.  Hemos sido liberados legalmente de la carne y ahora somos hijos de Dios. Y si ya hemos sido crucificados con Cristo y separados legalmente de la carne, entonces mi identidad ya no se encuentra en ella. Ya eso no es quien yo soy.

En algunos lugares existe la costumbre de que las esposas asuman el nombre de su marido cuando se casan. Ya ellas dejan de llevar su nombre de soltera y en cambio escogen identificarse con su esposo y su nombre. Entonces ellas, si Dios lo permite, levantarán una nueva familia con este nuevo nombre. Y así es que pasa con nosotros debido a que hemos tomado un nuevo nombre. Con nuestras cabezas en alto caminamos bajo un nuevo nombre y ahora somos parte de una nueva familia. Somos hijos de Dios y portamos su nombre con nosotros. Nos hemos unido a Él y ya no nos identificamos más con nuestro viejo nombre y lo que éste representaba.

La manera en que nos veamos impactará dramáticamente nuestra manera de vivir. Si nos vemos crucificados con Cristo, entonces viviremos como quienes han crucificado la carne y sus influencias. Si nos vemos como Pablo se veía, colgado en esa cruz con el Señor Jesucristo, entonces viviremos una vida conforme a quienes han crucificado la carne y sus influencias. Ese viejo cuerpo quedará enterrado y avanzaremos hacia adelante en una nueva forma de vida.

Esa vieja naturaleza que solía identificarnos ha sido crucificada con Cristo y la vida que ahora tenemos la vivimos por la fe en Jesús y Su obra. Es decir, vivimos como nuevas criaturas; vivimos con el conocimiento de que hemos sido crucificados con Cristo; vivimos con el conocimiento de que tenemos un nuevo nombre y de que ya no estamos identificados con la vieja naturaleza. Vivimos con esta verdad profundamente arraigada en nuestro interior, en cada pensamiento y decisión. Cada vez que me levanto por las mañanas recuerdo que la persona que yo era antes murió con Cristo en la cruz y la vida que ahora tengo es una vida nueva. Cada vez que la carne se levanta para tentarme, yo le doy la espalda pues ya me he separado de ella y ahora tengo una nueva lealtad. Ya no tengo más obligación de agradarle a ella porque para mí está muerta.

Lo primero que tengo que entender es quién soy. Ahora, la cruz me define y también mi muerte en ella junto a Jesús, mi Señor. He sido crucificado con Cristo y todo ha cambiado desde ese día. Mi lealtad a la carne murió, ahora vivo una nueva realidad de mi crucifixión con Cristo. Esa realidad cambia la manera en que yo me veo, cambia mi manera de vivir. Quien yo era, ya no está vivo. Estoy separado legalmente de la carne y he tomado mi nueva identidad para vivir en su hermosa realidad.

Si quiero aprender qué significa caminar o andar en el Espíritu, primero debo venir a la cruz y morir a la carne. Tengo que entender que mi vieja manera de pensar ha sido crucificada juntamente con Cristo; que mi antigua manera de vivir ya no me define ni me motiva. Soy una nueva criatura y la vida que ahora vivo la vivo bajo Cristo y Sus propósitos. No podemos aprender a caminar en el Espíritu si primeramente no entendemos este principio.

 

Para orar:

Padre, tu Palabra enseña que el alma que pecare tenía que morir. Confieso que he pecado y merezco el castigo final por mi pecado. Sin embargo te doy gracias por haber enviado a Jesús a morir por mí, por pagar el precio total de mi redención. Reconozco que cuando murió, lo hizo por mí, pagando por el castigo que yo merecía. Cuando vine a la cruz morí junto a Él, morí a mi vieja manera de vivir, morí al pecado que lo llevó a esa cruz. Me levanté del pie de esa cruz siendo una nueva persona, libre del pecado. Ayúdame a vivir en la realidad de esa nueva vida y enséñame a mirarte a ti en busca de dirección y guía. Enséñame a morir diariamente a los impulsos pecaminosos y a la manera de pensar de la vieja naturaleza. Enséñame a buscarte siempre y a andar en esta vida nueva que me has dado. Enséñame lo que significa caminar como una nueva creación en Cristo.

 

 

Capítulo 2 - Nada Bueno

 

“Y yo sé que en mí, esto es, en mi carne, no mora el bien; porque el querer el bien está en mí, pero no el hacerlo” (Romanos 7: 18).

Esta declaración de Pablo es muy difícil de entender, sin embargo, se encuentra en el núcleo de lo que significa caminar en el Espíritu. Tomemos un momento para considerar al hombre que dijo esas palabras. El apóstol Pablo era una persona muy bien preparada y un creyente muy consagrado al Señor. La causa de Cristo fue llevada muy lejos por medio de su ministerio. He aquí un hombre que amaba al Señor lo suficiente como para dar su vida por Su causa. A él lo vituperaron, lo amenazaron, lo golpearon, lo apedrearon y lo dejaron como muerto al lado del camino. Sufrió por causa del Evangelio y nunca se rindió. Por medio de él muchísimas almas vinieron a los pies de Cristo y muchas iglesias fueron plantadas. Su impacto continúa hasta el presente debido a que gran parte del Nuevo Testamento fue escrito por él. ¿Cuál era su secreto? Nos lo acaba de decir. Su secreto era que él sabía que de su carne nada bueno podía salir.

Una cosa es decir que somos pecadores y que nuestros corazones son malvados, pero otra muy diferente es vivir en la realidad de esa verdad. Antes que examinemos las implicaciones de la enseñanza de Pablo, puede que nos ayude lo que el profeta Jeremías dijo acerca del corazón y la condición humana:

“Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso; ¿quién lo conocerá?” (Jeremías 17:9)

Jeremías hace una observación muy fuerte en este pasaje. Él no solamente nos está diciendo que el corazón es engañoso, sino que es más engañoso que “todas las cosas”. En otras palabras, no hay nada más engañoso en el universo que el corazón del hombre. Consideremos esto por un momento. ¿Dónde se originan los crímenes más violentos? Cuando pensamos en los sucesos más terribles de la historia, ¿cuál fue la fuente de éstos? ¿Acaso no comenzaron en los deseos de un corazón pecaminoso?

El corazón de los seres humanos es capaz de las cosas más terribles. De él salen los malos deseos, la envidia, los celos y la amargura. Estos malos pensamientos que brotan de la fuente del corazón se transforman en palabras y acciones. Estos malos deseos han provocado guerras, han sido la causa de los males y crímenes más terribles que el mundo haya visto, han destruido hogares, han acabado con la reputación de muchos y han dividido iglesias.

Veamos que el profeta Jeremías también nos dice que el corazón es “perverso”. La palabra que él usa aquí puede traducirse también como “incurable”. En otras palabras, no tiene remedio, está tan enfermo que ya no existe esperanza de cura alguna.

Me llevó mucho tiempo entender la realidad de esta declaración. Yo lo creía como doctrina, pero realmente nunca había entendido su implicación para mi vida personal. Y eso les pasa también a muchos creyentes; ellos enseñan que la carne es mala y que nada bueno habita en ella, pero en realidad siguen confiando en su sabiduría y su fuerza.

Veamos lo que nos dice el profeta Jeremías:

“Así ha dicho Jehová: Maldito el varón que confía en el hombre, y pone carne por su brazo, y su corazón se aparta de Jehová. Será como la retama en el desierto, y no verá cuando viene el bien, sino que morará en los sequedales en el desierto, en tierra despoblada y deshabitada” (Jeremías 17:5)

Analicemos lo que el profeta está diciendo en estos versículos. Él nos dice que la persona que confía en la carne es maldita. La persona que confía en la carne es como un arbusto en el desierto que no tiene agua y perece a causa del calor. Habitará en un lugar seco donde no hay bendición. Será plantado en una tierra salada donde no dará fruto ni crecerá.

¿Puedes ver lo que nos está diciendo el profeta? Si confías en la carne, no prosperarás, perecerás y te secarás. Todas las bendiciones huirán de ti. El gozo y el fruto del Espíritu no serán evidentes en tu vida. Ha habido momentos en mi vida como creyente que estas palabras de Jeremías la han descrito muy bien. Esto es el resultado natural de confiar en la carne.

¿Qué necesitamos aprender de Pablo y Jeremías? Necesitamos aprender que no deberíamos confiar en la carne. El escritor del libro de los Proverbios también entendía esta verdad:

“Fíate de Jehová de todo tu corazón, y no te apoyes en tu propia prudencia” (Proverbios 3:5)

Proverbios 3:5 es un mandamiento directo que nos dan las Escrituras. Aquí se nos dice en términos bien claros que no debemos apoyarnos en nuestro propio entendimiento. ‘Apoyarse’ es encontrar apoyo o confiar en algo. En nuestros tiempos cada vez se hacen más accesibles la educación y la preparación. También nos gusta ver que somos personas lo suficientemente maduras para tomar decisiones sabias. Muchos de nosotros tenemos años de experiencia, y con esa experiencia viene gran sabiduría y entendimiento. A la vez nos gusta pensar que todo esto nos servirá de mucho. El escritor de Proverbios nos dice que no nos apoyemos en nuestro entendimiento. En muchas ocasiones esta experiencia y entendimiento viene a ser nuestra perdición.

Si realmente creemos que en nuestra carne no habita nada bueno, entonces lo reflejaremos en la manera de pensar y ministrar. Necesitamos confiar más en la dirección del Espíritu Santo que en nuestro propio razonamiento. Esto para algunos puede sonar bastante radical pero es la esencia de lo que Pablo y Jeremías nos están enseñando en estos pasajes.

Si realmente creo que en mi carne no habita nada bueno, entonces no confiaré en nada que venga de la carne. Si creo lo que dicen las Escrituras acerca de no apoyarme en mi propia prudencia o entendimiento, entonces no basaré mis decisiones en lo que creo que es correcto sino en lo que enseña la Palabra de Dios y en la dirección del Espíritu Santo. Si creo que en mi carne no hay nada bueno, confiaré más en las promesas que el Señor me da en Su Palabra que en lo que veo a mi alrededor. Cuando me preocupen las finanzas, no pondré mi mirada en mi cuenta bancaria terrenal, sino en las promesas que Dios me da de que suplirá mis necesidades.  

Si realmente creemos que en nuestra carne no habita nada bueno, entonces eso tendrá un efecto dramático en la manera en que llevemos a cabo nuestro liderazgo en la iglesia. En muchas ocasiones me he sorprendido al ver cuántas decisiones se tomaron en la iglesia primitiva por medio de la oración. Cuando la iglesia se reunía para tratar sus problemas, acudía a las rodillas y buscaban al Señor. Muchas veces, en esos tiempos de oración, el Señor les revelaba lo que tenían que hacer. ¿Cuántas veces hemos entregado el liderazgo de la iglesia a personas que son especialistas en tomar decisiones en el campo de los negocios? ¿No sería sabio tener en esa posición a un hombre o una mujer ordinarios pero que sean personas de oración? No le estoy restando importancia al papel de las comisiones dentro de la iglesia. Lo que estoy diciendo es que si realmente creemos que nada bueno habita en nuestra carne, entonces deberíamos dedicarnos más a la oración en nuestras reuniones de administración. Estaríamos entonces menos preocupados por agradar a la gente y más enfocados en buscar a Dios y Sus propósitos.

Recuerdo haber leído tiempo atrás acerca de un hombre de Dios que habló en contra de la iglesia de su época porque se preocupaban más en buscar gente con educación y que respondieran bien las preguntas teológicas que en buscar pastores de oración y llenos del Espíritu. La doctrina correcta es vital si queremos ser eficaces en nuestro servicio al Señor. Sin embargo, muy a menudo hemos enfatizado tanto en la educación y la experiencia a la hora de seleccionar un líder o pastor en la iglesia que hemos restado importancia a la vida espiritual del líder y a su dependencia de Dios en cuanto a dirección y capacitación por parte del Espíritu Santo.

A medida que avanzas en la vida, ¿lo haces confiando en tu propia sabiduría carnal? ¿Cuánto tiempo del día lo pasas buscando el propósito y la voluntad de Dios? ¿Estás dispuesto a dejar que el Señor cambie tus planes? ¿Estás dispuesto a abrir tus ojos para ver lo que Él quiere hacer? ¿Rendirías tus metas a Él? El libro de Proverbios lanza un desafío:

“Reconócelo en todos tus caminos, y él enderezará tus veredas. No seas sabio en tu propia opinión; teme a Jehová, y apártate del mal” (Proverbios 3: 6-7)

Veamos qué se nos dice aquí. Tenemos que “reconocer” a Dios en todos nuestros caminos. ¿Qué significa reconocer a Dios en todos nuestros caminos? Significa tenerlo en cuenta en nuestros planes y reconocer Su señorío sobre cada decisión y acción que tomemos.

Si vamos a reconocer a Dios en todos nuestros caminos entonces significa que estamos poniendo a un lado nuestras propias ideas y planes para caminar en obediencia a Sus propósitos. El autor de Proverbios lo expresa claramente en el siguiente versículo al decirnos: “No seas sabio en tu propia opinión” (Proverbios 3:7). ¡Cuántas veces he sido sabio en mi propia opinión y he pensado que he podido tomar decisiones por mi propia cuenta! En esos casos no he consultado al Señor sino que he hecho lo que mejor me parece; y esto es lo que el escritor de Proverbios nos está diciendo que no debemos hacer: no ser sabios en nuestra propia opinión. Nunca olvidemos que el corazón es engañoso más que todas las cosas, y que aquellos que confían en la carne serán como la tierra seca, sin bendición. Pero tú, busca a Dios, busca Su voluntad, búscale en todo lo que hagas, inclúyelo en cada plan que hagas y conságrale tus caminos a Él, dejándole que sea tu guía.

Percátate finalmente de la promesa de Dios para quienes le reconozcan y no sean sabios en su propia opinión:

“Porque será medicina a tu cuerpo, y refrigerio para tus huesos” (Proverbios 3:8)

Dios sabe lo que es mejor para ti. Su plan es mucho más grande de lo que pudiéramos imaginar. A medida que andemos en Su propósito puede que el camino sea difícil, pero traerá sanidad y renovación.

Si hemos de aprender a andar en el Espíritu, debemos aceptar lo que Pablo nos dice en Romanos 7:18, no hay nada bueno en nuestra carne. Entonces, en vez de confiar en nuestro entendimiento y sabiduría, escucharemos la Palabra de Dios y la dirección de Su Espíritu que mora en nosotros. Encomendaremos todas nuestras decisiones al Señor y le buscaremos a Él y Su propósito. ¡Cuán agradecidos debemos estar que aunque nuestros corazones y nuestra carne son engañosos, Dios nos ha dado Su palabra y Su Espíritu para guiarnos en todo asunto! Dios permita que podamos estar en armonía con ambos.

 

Para orar:

Señor, me dices por medio de Pablo que no hay nada bueno en mi carne. Para mí esto es una declaración difícil, sin embargo, veo la realidad de la misma en el mundo que me rodea y en mi vida personal. Perdóname por las veces que no te he reconocido y no te he hecho parte de las decisiones que he tomado. Perdóname por confiar en la sabiduría de mi carne más que en tu Palabra y que en la dirección de tu Espíritu Santo.

Señor, Jeremías me dice que quienes confían en la carne serán como una planta en el desierto, que no verá el bien. Ayúdame a tomar esto con seriedad, a no apoyarme en mi propia prudencia y a no ser sabio en mi propia opinión. En cambio, ayúdame a buscarte en todos mis caminos. También te agradezco Señor que me has dado tu Palabra y tu Espíritu para que sean mi guía. A veces los he pasado por alto por seguir mi propio entendimiento. De ahora en adelante enséñame a depender de tu Palabra y de tu Espíritu para que éstos sean mi única guía confiable en la vida.

 

Capítulo 3 - No te Apoyes

 

“Fíate de Jehová de todo tu corazón, y no te apoyes en tu propia prudencia” (Proverbios 3:5)

En el capítulo anterior, hicimos referencia a Proverbios 3:5, pero me gustaría darle una segunda mirada a este importante pasaje. Vimos lo que Pablo y Jeremías enseñaron acerca del corazón y la carne. Debido a la perversidad del corazón humano no podemos confiar en que éste dirija los caminos que Dios ha planificado para nosotros. En cambio, se nos enseña a que reconozcamos al Señor y que le dejemos a Él guiar nuestros pasos.

El concepto es muy sencillo: No confíes en tu propio razonamiento, experiencia y entendimiento; sino que en cada decisión que vayas a tomar debes reconocer al Señor haciéndole parte de ella y dejándole que te dirija y te guíe por el camino que debes tomar.

En mi cultura medimos la madurez de nuestros hijos según el grado de independencia que tengan. Si nuestros hijos son incapaces de tomar decisiones, sentimos que les hemos fallado como padres. Por otra parte, si hemos criado a nuestros hijos de manera que puedan valerse por sí solos y que ya no tengan que depender de nosotros para todo, sentimos que hemos tenido éxito. En el ámbito espiritual es al revés. El cristiano maduro no es el que menos depende de Dios, sino el que depende cada vez más de Él. Dios está buscando un pueblo que sea más dependiente.

A veces, nuestra experiencia y entendimiento se interponen en el camino de hacer la voluntad y el propósito de Dios. En las Escrituras hay varios ejemplos de este tipo. Permíteme compartir algunos de ellos contigo.

El primer ejemplo de esto se encuentra en Éxodo 17:4-6. En este caso el pueblo de Dios se encontraba viajando a través del desierto y con necesidad de agua. Entonces, el Señor le dijo a Moisés que tendría que ir a cierta roca y golpearla con la vara. Moisés obedeció y golpeó la roca de la cual el pueblo bebió todo lo que necesitaba. Luego, en el libro de Números, ocurrió algo parecido. En esta ocasión el Señor le dijo a Moisés que hablara a la roca (Números 20:2-9). En cambio, en vez de hablarle a la roca, Moisés la golpeó como lo hizo la primera vez; y aunque la bendición de Dios tuvo lugar, Moisés tuvo que responder ante Él por su desobediencia y no se le permitió entrar a la tierra prometida. Examinemos qué ocurre en este caso.

La experiencia puede obstaculizar grandemente que escuchemos la voz de Dios. Al observar esta historia, veo a un hombre con experiencia en sacar agua de una roca. Él lo había hecho antes y sabía cómo se hacía. ¿Podría haber sido ésta la causa por la que no había prestado atención a las instrucciones del Señor? Esta vez Dios quería hacer las cosas diferente, pero Moisés no prestó atención. Él subió a aquel lugar e hizo exactamente como la primera vez, golpeó la roca en vez de hablarle. ¿Cuántos ministerios hay que han fallado muchas veces tan solo por confiar en la experiencia y no en la dirección del Señor? No escuchamos a Dios porque nos parece que no nos hace falta. Y es que como ya lo hemos hecho antes pensamos que lo podemos hacer de nuevo. En vez de confiar en Dios, confiamos en nuestra experiencia y ya estamos resueltos a cómo vamos a hacerlo. Esto es un camino seguro al fracaso. El escritor de Proverbios nos dice que no debemos confiar en nuestro propio entendimiento, sino que debemos reconocer a Dios. Moisés no quiso reconocer a Dios en esta situación. Veamos lo que Dios le dijo en Números 20:

“Y Jehová dijo a Moisés y a Aarón: Por cuanto no creísteis en mí, para santificarme delante de los hijos de Israel, por tanto, no meteréis esta congregación en la tierra que les he dado” (Números 20:12)

Dios acusó a Moisés de no honrarle ante el pueblo. ¿Te das cuenta que cuando escoges escuchar a tu experiencia antes que al Señor lo estás deshonrando? En este caso Dios le dijo a Moisés que, después de cuarenta años de trabajo, no vería los hijos de Israel entrar a la Tierra Prometida. Éste debió haber sido un duro golpe para Moisés y un recordatorio de cuán importante es reconocer a Dios y Su manera de obrar en todo lo que hacía.

Hay otro ejemplo en cuanto a esto en la vida de Moisés. Como sabemos, él creció en el hogar de la hija de faraón, por ende, conocía la lengua y la cultura de los egipcios a la perfección; a la vez tenía gran influencia y mucha riqueza. Un día el Señor puso en el corazón de Moisés que sacase a su pueblo (los israelitas) de aquella tierra. Llegó, entonces, la oportunidad de Moisés de hacer esto, cuando al ver a un egipcio que golpeaba a un israelita, fue y mató al egipcio. El escritor del libro de los Hechos nos dice por qué Moisés mató a aquel hombre.

“Pero él pensaba que sus hermanos comprendían que Dios les daría libertad por mano suya; mas ellos no lo habían entendido así” (Hechos 7:25)

Moisés pensaba que al hacer esto el pueblo de Israel confiaría en él como su libertador. Y es que él era el hombre indicado para ese trabajo, pues tenía influencia, riqueza, dominaba la lengua y las habilidades necesarias. Tenía también pasión en su corazón por su pueblo y hasta el llamado de Dios para rescatarlo. El problema consistía en que el pueblo no lo apoyaba. Cuando se descubrió el asesinato terminó huyendo de Egipto para salvar su vida. ¿Por qué el hombre perfecto para la tarea se vería forzado a huir? Porque en ese momento de su vida estaba confiando en su propio entendimiento y sus recursos.

Entonces Dios lo llevó al desierto por cuarenta años. Allí se encargó de cuidar ovejas. Ya no tenía ninguna influencia en Egipto y había perdido la fluidez de su idioma, al igual que su soberbia. Luego, cuando Dios le pide que regrese a Egipto para rescatar a Su pueblo, Moisés le dice que necesitaba buscarse a otro. Ya Moisés había sido despojado de la confianza que tenía en él mismo y en sus capacidades. Sin embargo, este era el hombre que Dios usaría para rescatar a Su pueblo de Egipto.

Ya ves, el mayor obstáculo para Moisés a sus cuarenta años era su soberbia. Si él hubiese liberado al pueblo en aquel momento, el pueblo hubiese visto a Moisés como el libertador. Ahora, a la edad de ochenta años, no cabría duda alguna acerca de quién liberó al pueblo. No fue Moisés quien lo hizo, sino Dios.

Es vital que entendamos este principio en nuestro caminar con Dios. Dios no está buscando la experiencia ni la sabiduría humana por muy refinada que esté; Él busca gente que le escuche con atención, le reconozca y le obedezca.

Este fue el secreto del éxito del ministerio de Pablo. Veamos lo que le dijo a los corintios:

“Y estuve entre vosotros con debilidad, y mucho temor y temblor; y ni mi palabra ni mi predicación fue con palabras persuasivas de humana sabiduría, sino con demostración del Espíritu y de poder” (1 Corintios 2: 3-4)

Pablo no quería que la gente viera en su predicación nada de la sabiduría y el entendimiento humanos, sino que vieran el poder de Dios. Existe todo un mundo de diferencias entre el mensaje predicado bajo la sabiduría humana y el mensaje predicado en el poder y la unción del Espíritu de Dios. Ambos pueden ser mensajes de la verdad, pero uno va a estar lleno del poder transformador de vidas. Cuando estamos predicando un sermón o testificándole a alguien de Cristo, ¿cuántas veces ponemos nuestra confianza en nuestra capacidad de enseñar y razonar? ¿Cuántas veces hemos tratado de persuadir a las personas con nuestra lógica y dejamos de confiar en que Dios puede moverse con poder por medio de Su Palabra? Me atrevería a decir que hay veces en las que confiamos más en nuestro razonamiento que en el poder de la Palabra de Dios.

A lo largo del ministerio del Señor Jesucristo podemos ver que para todo dependía totalmente de la voluntad y el propósito del Padre. Aunque Jesús es el Hijo perfecto de Dios, nos demostró lo que significa no confiar en la sabiduría y el entendimiento humanos. En Juan 10:37 Él hace una declaración muy valiente al decirle a los presentes que ellos no le creerían a menos que Él hiciera lo que el Padre hacía.

“Si no hago las obras de mi Padre, no me crean. Pero si las hago, aunque no me crean a mí, crean a mis obras, para que sepan y entiendan que el Padre está en mí, y que yo estoy en el Padre” (Juan 10: 37-38, NVI)

¿Qué nos está diciendo Jesús aquí? Nos está recordando que Él vivía en total rendición a la voluntad y el propósito del Padre. Él solamente hacía lo que el Padre le guiaba a hacer. Es por eso que podemos creerle – Él era uno con el Padre en todo lo que hacía.

En Juan 5, Jesús fue aún más allá y dijo que incluso como Hijo, Él no podía hacer nada por sí mismo. En otras palabras, Él dependía totalmente del Padre para todo. Todo lo que Él hizo en esta tierra no provenía de fuerza o sabiduría humana independientes. Él había decidido ministrar bajo el liderazgo y el poder del Padre.

“Respondió entonces Jesús, y les dijo: De cierto, de cierto os digo: No puede el Hijo hacer nada por sí mismo, sino lo que ve hacer al Padre; porque todo lo que el Padre hace, también lo hace el Hijo igualmente. Porque el Padre ama al Hijo, y le muestra todas las cosas que él hace; y mayores obras que estas le mostrará, de modo que vosotros os maravilléis” (Juan 5: 19-20)

Entre el Padre y el Hijo había una profunda conexión. El Hijo no estaba independiente del Padre sino que estaban tan conectados íntimamente que el Hijo solo hacía lo que el Padre le guiaba a hacer. Es decir, eran de un mismo corazón y una misma mente. El Señor Jesús había escogido rendirse al Padre de una manera tan plena en todo lo que hacía que ciertamente podía decir: “No puede el Hijo hacer nada por sí mismo”. A Jesús ni siquiera le pasaba por la mente hacer algo por su propia cuenta, pues vivía en total y absoluta dependencia de la voluntad y propósito del Padre.

Este principio no solamente era real en la manera en que Jesús vivía, sino también en las palabras que hablaba. Las palabras que el Señor pronunciaba no eran Suyas, sino que eran las palabras que el Padre le daba para que hablase. 

“¿No crees que yo soy en el Padre, y el Padre en mí? Las palabras que yo os hablo, no las hablo por mi propia cuenta, sino que el Padre que mora en mí, él hace las obras” (Juan 14: 10).

El Padre guiaba a Jesús en lo que había de decir. Sus palabras estaban en armonía con el Padre. Lo que es una realidad para Jesús también lo es para el Espíritu Santo. Jesús nos dice claramente que el Espíritu no hablaría por Su propia cuenta, sino que hablaría lo que Él oyese.

“Pero cuando venga el Espíritu de verdad, él os guiará a toda la verdad; porque no hablará por su propia cuenta, sino que hablará todo lo que oyere, y os hará saber las cosas que habrán de venir. El me glorificará; porque tomará de lo mío, y os lo hará saber” (Juan 16: 13-14)

El Espíritu Santo habla las palabras de Cristo y Cristo habla las palabras del Padre. Los tres miembros de la trinidad tienen una sola voz. Ninguno de ellos habla por Su propia cuenta.

Si esto es cierto para el Señor Jesús y para el Espíritu Santo, ¡cuánto más debe serlo para nuestras vidas y ministerios! No deberíamos ni atrevernos a confiar en nuestra propia sabiduría. Aunque nuestra experiencia y entendimiento son importantes, no debemos permitir que ocupen el lugar de la clara dirección y liderazgo del Espíritu y la Palabra en nuestras vidas.

Todo esto hace un llamado a que el pueblo de Dios esté en sintonía con el Señor Jesús. Dios no nos ha abandonado para que enfrentemos al mundo por nuestra propia cuenta. Él quiere trabajar con nosotros y a través de nosotros. Pero para que eso pueda suceder Él nos llama a no confiar en nuestro propio entendimiento y a que le reconozcamos. Reconocer a Dios es buscarle en nuestros planes y decisiones. Cuando reconocemos a Dios en una decisión, lo hacemos parte de esa decisión. Cuando lo reconocemos en un ministerio, lo invitamos a que sea Señor de ese ministerio y nos sometemos a su liderazgo y dirección.

Cuando reconocemos el Señorío de Cristo sobre nuestras vidas, nos rendimos a Su liderazgo y capacitación. Observemos que el escritor de Proverbios nos dice que debemos reconocerlo en “todos nuestros caminos”. Eso significa que Él ha de ser Señor sobre cada decisión y cada obra que emprendamos. Hasta las cosas más insignificantes debemos rendirlas ante Él.

¿Qué significa andar en el Espíritu? Significa que nos rendimos al Señorío de Cristo; significa que nos consagramos a reconocerlo en cada uno de los aspectos de nuestras vidas, sobre lo que hacemos y decimos. Para esto hace falta tomar la decisión consciente de no apoyarnos en nuestro propio entendimiento sino la de someternos a Dios y a Sus caminos. Este es el desafío que nos hace el escritor de Proverbios. Para Moisés, esta fue una lección que aprenderla le tomó cuarenta años en el desierto. Fue la manera en que Jesús mismo vivió ante nosotros y el ejemplo que nos dejó a seguir.

 

Para orar:

Padre, te agradezco por las tantas cosas que me has enseñado y las experiencias por las que me has permitido pasar en la vida. Sin embargo, enséñame a confiar en ti y en tu dirección por encima de esas experiencias para que no caiga en el error de Moisés. Gracias por el ejemplo que nos dejó Jesús, quien dijo que no hacía nada por Su propia cuenta y que hablaba solo lo que el Padre le diese a hablar. Gracias por el corazón de Pablo que no hablaba con palabras persuasivas sino con demostración del poder del Espíritu Santo. Perdóname por confiar en mi educación y sabiduría humana más que en ti. Ayúdame a reconocer tu Señorío en todas las cosas. Enséñame a vivir como vivía Jesús, en una conexión genuina con el Padre en todo lo que hacía y decía. Quebranta mi espíritu orgulloso y dependiente y enséñame a vivir contigo como si fuéramos uno en todo lo que yo haga y diga.

 

Capítulo 4 - Templo del Espíritu Santo

 

“¿O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros, el cual tenéis de Dios, y que no sois vuestros? Porque habéis sido comprados por precio; glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo” (1 Corintios 6: 19-20)

Los versículos que acabamos de citar constituyen un verdadero misterio. Pablo nos dice que nuestro cuerpo es el templo del Espíritu Santo. El Espíritu Santo ha decidido tomar estos cuerpos humanos, pecadores y frágiles para hacer de ellos un lugar en el cual habitar. Sin embargo, más que esto, los ha hecho Su templo. Examinemos por un momento esta verdad y sus implicaciones.

¿Qué es un templo? El templo, en el contexto del Antiguo Testamento, era el lugar donde Dios había escogido manifestar Su presencia. Aunque se sabía que el Señor, en toda Su plenitud, no podía ser contenido en ningún templo, Él escogió dar a conocer Su persona allí de manera especial.

El templo también era un lugar que había sido consagrado para uso del Señor. Era un lugar santo, no un lugar para cosas mundanales. Jesús dejó esto bien claro cuando sacó a los cambistas y les dijo que el templo era un lugar para orar y adorar (ver Marcos 11:15-17). Estaba separado de los asuntos seculares y comunes de la vida para honrar y glorificar a Dios.

Cuando Jesús dice que nuestros cuerpos son templos del Espíritu Santo, nos está diciendo que son lugares que el Espíritu Santo ha escogido para que Su presencia se dé a conocer de manera muy especial. Nos está diciendo que el Espíritu Santo ha separado estos cuerpos para propósitos especiales. Es en estos cuerpos que el Señor será honrado y adorado.

Es importante que veamos que Pablo nos está diciendo que nuestros cuerpos ya son el templo del Espíritu Santo. Esto no es algo que tengamos que ganárnoslo, sino que ya es una realidad. Si eres hijo de Dios, entonces tu cuerpo ya es templo del Espíritu Santo. El apóstol Pablo lo expresa de esta manera:

“Mas vosotros no vivís según la carne, sino según el Espíritu, si es que el Espíritu de Dios mora en vosotros. Y si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de él” (Romanos 8: 9)

¿Podemos ver lo que el apóstol nos está diciendo aquí? Nos está diciendo que si pertenecemos a Cristo el Espíritu Santo vive en nosotros. Si el Espíritu Santo no está en nosotros, entonces no pertenecemos al Señor Jesucristo. El cuerpo de cada creyente es templo del Espíritu Santo. Puede que no lo entendamos bien, puede que no vivamos en la realidad de esa verdad, pero es algo cierto a pesar de todo eso.

Es algo sorprendente que estos cuerpos frágiles y temporales se conviertan en el lugar que el Espíritu Santo ha escogido para hacer Su templo. Sin embargo, es en estos cuerpos que Dios ha escogido revelar Su poder. Veamos lo que Pablo les dice a los corintios:

“Pero tenemos este tesoro en vasos de barro, para que la excelencia del poder sea de Dios, y no de nosotros” (2 Corintios 4: 7)

El tesoro del Espíritu Santo está contenido en vasijas de barro. Estas vasijas son frágiles y comunes, pero contienen un tesoro de infinito poder y valor. Esto es lo que somos como creyentes.

Es por esta razón que se nos exhorta en las Escrituras a que no nos apoyemos en nuestra propia prudencia, pues tenemos en nuestro interior una sabiduría digna de mayor confianza. El Espíritu ha escogido vivir en nosotros y Pablo nos dice que el Espíritu viene para mostrar al mundo que el poder que hay en nosotros no es nuestro sino de Dios. La gente mira estas débiles vasijas de barro y se maravilla del poder y la sabiduría de Dios demostrada a través de ellas.

¿Cuántas veces hemos visto a otros y nos hemos sorprendido de cómo Dios los usa? Sin embargo, debemos recordar que ese mismo Espíritu habita en nosotros, si es que pertenecemos al Señor Jesús. Tú no eres menos templo del Espíritu Santo que lo que otros son. El mismo poder y la misma sabiduría están a nuestro alcance, y es muy importante que cada uno de nosotros descubra ese poder.

Lo que necesitamos entender es que si nuestros cuerpos son templo del Espíritu Santo, entonces no nos pertenecen. Pablo nos recuerda que fuimos comprados por precio. En otras palabras, no tenemos potestad ni derecho sobre nuestro cuerpo. Si es así, entonces debemos buscar al Señor para todo lo que vayamos hacer con ellos. Debido a que le pertenecemos, Él tiene el derecho de pedirnos lo que desee. Él es el propietario de nuestros cuerpos. El Espíritu de Dios no viene como arrendatario, Él es el dueño. Hemos sido comprados por medio de la muerte de Cristo y ahora le pertenecemos. Somos siervos Suyos y tenemos que ser cuidadosos a la hora de ver lo que dejamos entrar a nuestros cuerpos y la manera en que lo usamos.

Sería muy fácil para nosotros suponer que debido a que el Espíritu Santo reside en nosotros, podemos usarlo de la manera que queramos. Hay personas que tratan de controlar al Espíritu Santo y de decirle lo que tiene que hacer. La realidad del asunto es que el Espíritu Santo es nuestro dueño y nos compró por un precio. Por lo tanto, Él nos controla. Él no vino a habitar en nuestros corazones para que criaturas pecaminosas le estén dando órdenes. Él vino para guiar, darnos poder y tomar el control. Si entendemos que somos siervos del Espíritu Santo, le prestaremos atención y obedeceremos Su llamado y mandamientos. Le dejaremos que nos controle y haga a través de nosotros lo que Él quiera. Somos simplemente Su templo, y Él es el dueño y administrador.

El Espíritu Santo vive en nosotros y nos usa para la gloria de Dios. Él viene a empoderarnos y a equiparnos para el ministerio. Él viene a conducirnos para que descubramos lo que hay en el corazón de Dios para nuestras vidas. ¿De qué nos serviría que el Espíritu tomase nuestro cuerpo como residencia y no pudiese comunicarse con nosotros y guiarnos a la voluntad del Padre? En Mateo 13, Jesús les recuerda a Sus discípulos que habían sido verdaderamente bendecidos por habérseles dado oídos para oír:

“Pero bienaventurados vuestros ojos, porque ven; y vuestros oídos, porque oyen. Porque de cierto os digo, que muchos profetas y justos desearon ver lo que veis, y no lo vieron; y oír lo que oís, y no lo oyeron” (Mateo 13: 16-17)

El Espíritu Santo no solamente viene a vivir en nuestros corazones, sino que también les da la capacidad a los creyentes de conocer y escuchar Su dirección y Su llamado. Nuestro desafío es aprender a distinguir la voz del Espíritu de la voz de nuestro propio entendimiento.

Así fue como Jesús llevó a cabo Su ministerio y así también lo hicieron Sus discípulos. Éstos aprendieron a no confiar en su propia sabiduría y prudencia. Llegaron a aprender a cómo caminar en la verdad de la Palabra de Dios, pero también a escuchar la voz interior del Espíritu que habitaba en ellos. Además, pudieron aprender a cómo ser un canal por medio del cual el Espíritu de Dios pudiera fluir libremente en sus vidas.

Quienes entienden que son templos del Espíritu Santo están dispuestos a rendirse a la obra que hace en sus vidas. Ellos se inclinan ante Su autoridad y sabiduría. Son los que dan un paso adelante en obediencia hacia donde los guie, confiados en lo que Él puede hacer en ellos y a través de ellos.

Los que saben que son templo del Espíritu Santo no dependen de su fuerza y sabiduría, porque saben que tienen una fuente de sabiduría y poder mucho más confiable en el Espíritu de Dios que vive en ellos. Ellos entienden esto porque han rendido todos sus derechos a Dios y ya no tienen el control de sus vidas. Saben que el Espíritu Santo ha hecho residencia en ellos por una razón, usarlos y empoderarlos. Éstos esperan que se mueva y les comunique lo que Dios tiene en Su corazón para ellos y le dan libertad para que actúe. Ellos se apartan de su propio razonamiento y confían en Él y Su liderazgo. También tienen como prioridad escuchar Su voz porque entienden que al hacerlo podrán lograr mucho más para el reino que lo que hubiesen podido por su propia fuerza y sabiduría.

Esta presencia del Espíritu Santo en nuestro interior es algo que necesitamos entender si queremos caminar como Dios quiere que lo hagamos. Ciertamente fracasaremos si no entendemos que nuestros cuerpos son templos del Espíritu Santo. Somos simples vasijas de barro, pero Dios ha puesto un tesoro maravilloso en nosotros. El Espíritu de Dios ha venido a habitar en nosotros. Si pertenecemos a Jesús este Espíritu ya está en nuestro interior y ha venido para darnos poder y capacitarnos. Es por eso que escucharle y obedecer Su voz debe tener prioridad en nuestras vidas.

Permíteme concluir esta parte diciendo que hay muchísima diferencia entre aceptar la verdad de 1 Corintios 6:19 intelectualmente y aceptarla en realidad. Es decir, puedes aceptar esto como verdad y nunca vivir su realidad. Puedes creer que tu cuerpo es el templo del Espíritu Santo y nunca entender el poder de esto en la vida real. Aquí quiero hacer hincapié y dejarlo lo más claro posible: El Espíritu Santo de Dios con todo Su poder y sabiduría ¡vive en ti! Ha venido a habitar en ti para un propósito en particular, llevarte al propósito de Dios y empoderarte para hacer lo que Dios te ha llamado a hacer. ¿Ignoraremos acaso Su presencia y confiaremos en nuestra propia sabiduría? ¿Rechazaremos Su poder y haremos las cosas a nuestra manera?

Dios permita que nunca lleguemos a vivir ignorando la presencia del Espíritu Santo en nuestras vidas. Que la realidad de esta maravillosa verdad nos haga renunciar a la fuerza y la sabiduría humanas y que nos agarremos de esa fuerza y sabiduría mayores que se nos brinda por medio del ministerio personal del Espíritu de Dios en nuestras vidas.

 

Para orar:

Padre, Pablo habla acerca de la maravillosa verdad de nuestros cuerpos como templos del Espíritu Santo. Para mí es un misterio que el Espíritu de Dios haya escogido hacer morada en mi vida. No merezco nada de esto pero estoy eternamente agradecido de ese tesoro tan valioso. Gracias por haberme dado, en la persona del Espíritu Santo, toda la sabiduría y la fuerza que necesito para vivir para ti. Enséñame a rendirme al señorío del Espíritu Santo en mi vida. Perdóname, Espíritu Santo por las veces que quise tomar el control y hacer de ti mi siervo, exigiendo las cosas a mi manera. Enséñame a inclinarme siempre ante tu voluntad y tu propósito y no a los míos. Dame oídos para oírte y de esa manera conocer el sabio consejo que quieres darme. Enséñame a depender menos de mí y más en tu fortaleza para el ministerio. Perdóname, Espíritu de Dios, por verte tan solo como una doctrina que había de ser creída y no como una persona que habita en mi interior para empoderarme y guiarme. Perdóname por la hipocresía de decir que creo en ti mientras estoy viviendo según mi propia fuerza y sabiduría. Hoy estoy delante de ti, comprometiéndome nuevamente a conocerte y a caminar contigo en mayor obediencia. Permite que yo pueda llegar a un punto en mi vida en el que pueda decir como el apóstol Pablo: “ya no vivo yo, más vive Cristo en mí” (Gálatas 2:20).

 

Capítulo 5 - Mis Ovejas Oyen Mi Voz

 

“Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me siguen” (Juan 10:27)

En el capítulo anterior vimos cómo nuestros cuerpos son templo del Espíritu Santo. Éste viene a morar en cada creyente y los empodera para vivir la vida como Dios quiere. Tomemos un momento en este capítulo para desarrollar un poco más este punto examinando lo que Jesús nos dice en Juan 10:27.

En Juan 10:27 Jesús hace una importante declaración. Él nos recuerda que Sus ovejas oyen Su voz. Para entender este versículo, necesitamos verlo en su contexto cultural. Jesús se refiere a la práctica que tenían los pastores de traer a las ovejas a un redil central en donde le pagaba a alguien para que las cuidara por la noche mientras descansaban. En ese redil central había ovejas de diferentes pastores. Por la mañana el pastor llegaba al redil en busca de sus ovejas. Entonces se paraba en el portón y las llamaba; ellas oían su voz y acudían a él. Las ovejas de otros rediles no respondían a la voz de otro pastor. Ellas habían aprendido a distinguir la voz de su propio pastor de las voces de los otros. Lo que sucedía era que cuando el pastor llamaba a sus ovejas, éstas se abrían paso entre las otras en dirección a la voz de su pastor. El pastor no tenía que separar sus ovejas de las del vecino; él simplemente tenía que llamarlas y éstas escuchaban y venían a él. Jesús nos está diciendo que somos como esas ovejas, y por eso podemos escuchar y reconocer Su voz por encima de todas las otras voces.

¿Cómo es la voz del Señor? ¿Cómo podemos distinguir la voz del Espíritu de la voz de nuestra razón? ¿Cómo podemos conocer la dirección y liderazgo de Dios en nuestras vidas? Estas son preguntas importantes que necesitamos analizar en este contexto.

Lo primero que necesitamos entender es que la voz de Dios la podemos encontrar en Su Palabra escrita. La Biblia es la Palabra de Dios. Dios la inspiró a través de los profetas y nos la dio para mostrarnos el camino y darnos dirección. Esto es lo que enseña el apóstol Pablo en 2 Timoteo 3 cuando dice:

“Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra” (2 Timoteo 3: 16-17)

Por lo que Pablo nos dice aquí queda claro que las Escrituras nos han sido dadas para enseñar, para redargüir, para corregir y para instruir en justicia. Es por medio de la Escritura que estamos completamente equipados para cada obra que nos dé el Padre.

Veamos las palabras que aquí Pablo usa. Él dice que podemos ser perfeccionados y equipados para toda buena obra. En otras palabras, estas Escrituras nos darán todo el entrenamiento que necesitamos para hacer “todo” lo que Dios nos ha llamado a hacer. El enfoque de mi ministerio como autor es abrir las Escrituras. Este es mi enfoque porque ellas contienen todo lo que necesitamos para la vida y la devoción a Dios. No hace falta añadir nada más que nos capacite para vivir la vida que Dios quiere. Las Escrituras son un libro de texto completo sobre la vida cristiana. Todo lo que nos hace falta saber para conocer a Cristo se encuentra en sus páginas.

Si queremos escuchar a Dios necesitamos prestar atención a la Palabra que nos ha dado, tal y como se encuentra en las páginas de las Escrituras. Necesitamos dominar el contenido de éstas. Necesitamos pasar tiempo buscando la dirección y guía de Dios en las páginas de Su Palabra inspirada.

Después de haber dicho esto necesitamos hacernos una pregunta importante. Si Dios nos habla por medio de las Escrituras, ¿por qué ha decidido colocar en nosotros Su Santo Espíritu? ¿Por qué necesitamos al Espíritu Santo si tenemos la Palabra de Dios? La respuesta a esto es muy sencilla. La verdad en sí no es muy útil si no podemos aplicarla a nuestras vidas.

A lo largo de todo el Antiguo Testamento, al pueblo de Dios se le enseñaba constantemente la verdad de las Escrituras. Ellos sabían a qué los estaba llamando Dios, pero por alguna razón parecía que no tenían la fuerza para aplicar esa verdad a sus vidas. Por ende, seguían cayendo en el pecado, pues la seducción de la carne era tan abrumadora que no podían caminar en la verdad como Dios quería. Lo mismo sucede con nosotros. Una cosa es conocer la verdad y otra es caminar en ella. Si queremos caminar en la verdad que Dios nos ha dado, necesitamos un poder que sea más grande que nuestra carne. Necesitamos la persona misma del Espíritu Santo obrando en nosotros para que nos capacite para vivir como Dios nos pide; pero más que esto, necesitamos ese mismo poder para que nos convenza de la verdad de Su Palabra.

Quizás hayas visto esto en tu vida. Quizás escuchaste el mensaje del evangelio por años y no te hizo nada. Quizás tengas amigos no creyentes que hablen del evangelio pero que nunca ese evangelio los haya cambiado. Conocen la verdad y la verdad nunca los cambió. Pablo nos recuerda que cuando él predicaba, no solo predicaba la verdad sino que lo hacía bajo el poder y la unción del Espíritu Santo.

“Y estuve entre vosotros con debilidad, y mucho temor y temblor; y ni mi palabra ni mi predicación fue con palabras persuasivas de humana sabiduría, sino con demostración del Espíritu y de poder, para que vuestra fe no esté fundada en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios” (1 Corintios 2: 3-5)

El apóstol sabía que la verdad nunca cambiaría un corazón pecaminoso. Solamente el Espíritu Santo puede cambiar un corazón; y es por esta razón que necesitamos el Espíritu de Dios. Es Él quien toma la verdad de la Palabra de Dios y la usa para convencer al pecador y al creyente de sus caminos de pecado. El Espíritu y la verdad han de andar de la mano.

Este principio también se aplica a nuestros tiempos a solas con Dios. Cuando leemos la Biblia necesitamos que el Espíritu de Dios sea nuestro guía. Una cosa es tomar la verdad de las Escrituras y entenderla en la carne; y otra muy diferente es dejar que el Espíritu nos enseñe y las use para convencernos de pecado y empoderarnos para cambiar lo que tiene que ser cambiado. ¿Acaso nos damos cuenta que tenemos en nuestro interior un tutor personal? El Espíritu ha venido a guiarnos en la Palabra de Dios. Si se lo permitimos, Él abrirá nuestros ojos y nuestras mentes, como ningún otro maestro, a la verdad que ha sido inspirada desde los días de los profetas. Él hará que esas Escrituras se apliquen de manera personal y específica a nuestras vidas, para que nos dirijan en cada paso y dirección que tomemos.

Jesús prometió que el Espíritu Santo sería nuestro maestro.

“Mas el Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, él os enseñará todas las cosas, y os recordará todo lo que yo os he dicho”. (Juan 14:26)

Esta es una de las funciones del Espíritu Santo en nuestras vidas. Sin embargo, ¡cuántas veces venimos a la Palabra basados en nuestro propio entendimiento y razonamiento! Entendemos la verdad y la doctrina de las Escrituras, pero no cobran vida en nosotros porque no estamos dejando que el Espíritu de Dios sople vida en ellas y las aplique personalmente a nuestros corazones.

En este contexto necesitamos entender algo más. Un análisis rápido de las Escrituras nos mostrará que Dios, no solamente guió a Su pueblo por medio de la Palabra, sino que también los guió por medio de Su voz y dirección interior.

Como éste hay muchos casos. Tomemos por ejemplo la manera en que Dios guió al apóstol Pablo en Troas. Mientras él viajaba con sus compañeros, Hechos 16:6 nos dice que “les fue prohibido por el Espíritu Santo hablar la palabra en Asia”. Al saber esto, siguieron adelante y trataron de ir hacia Bitinia, pero de nuevo leemos en Hechos 16:7 que "el Espíritu de Jesús no se lo permitió" (LBLA). Finalmente Pablo llegó con los suyos a Troas con la incertidumbre de lo que el Señor quería que hicieran. Estando ya en Troas, la dirección que necesitaban les llegó.

“Y pasando junto a Misia, descendieron a Troas. Y se le mostró a Pablo una visión de noche: un varón macedonio estaba en pie, rogándole y diciendo: Pasa a Macedonia y ayúdanos. Cuando vio la visión, en seguida procuramos partir para Macedonia, dando por cierto que Dios nos llamaba para que les anunciásemos el evangelio” (Hechos 16:8-10)

Las instrucciones que el apóstol necesitaba le vinieron en forma de una visión. Dios tenía un propósito para Pablo y su equipo misionero. La comunicación de ese propósito no vino de la Palabra de Dios sino por medio de la dirección del Espíritu Santo. Éste les había impedido ir a Asia y a Bitinia y luego les mostró en una visión la tarea que tenía para ellos.

En Hechos 13, vemos cómo el Espíritu Santo dirigió la iglesia en Antioquía mientras ellos estaban orando:

“Ministrando éstos al Señor, y ayunando, dijo el Espíritu Santo: Apartadme a Bernabé y a Saulo para la obra a que los he llamado. Entonces, habiendo ayunado y orado, les impusieron las manos y los despidieron” (Hechos 13: 2-3)

Una vez más, la dirección del Espíritu Santo fue dada de manera específica. No se nos dice cómo fue que escucharon al Espíritu Santo ese día, pero cuando se levantaron de sus rodillas sabían claramente lo que el Señor quería que hicieran. Debían separar a Pablo y a Bernabé para una tarea especial. Ellos no lo leyeron en las páginas de las Escrituras, pero no obstante, era una palabra clara de parte del Señor.

El resto de las Escrituras también apoya esta enseñanza. Mientras Felipe ministraba en la región de Samaria, se le dijo que fuera al desierto y se encontrara con un etíope eunuco que regresaba de Jerusalén. El Espíritu le dijo que subiera al carro donde viajaba este hombre y al obedecer, el Señor abrió maravillosamente una puerta para que le testificara a aquel oficial y lo ganara para Cristo (Ver Hechos 8:26-40).

A Pedro se le dijo que fuera a casa de Cornelio aunque esto fuera en contra de las costumbre judías (Ver Hechos 10:9-33). Abraham fue llamado a salir de su casa e ir a la tierra que el Señor había preparado para él (Ver Génesis 12:1). También le pidieron que tomara a su hijo y lo ofreciera como sacrificio sobre un altar (Ver Génesis 22:1-8). Antes de enfrentar a sus enemigos, los reyes del Antiguo Testamento buscaban la voluntad del Señor para saber si debían ir a la guerra o no (Ver 2 Samuel 2:1; 2 Samuel 5:19; 2 Crónicas 14:10). El Espíritu le reveló a Pedro que Ananías le estaba mintiendo al Espíritu Santo cuando trajo la ofrenda a la iglesia (ver Hechos 5:1-6). Estos hombres no leyeron estas instrucciones en las Escrituras, la recibieron del Señor directamente.

Personalmente he experimentado muchas veces la dirección del Espíritu en mi vida. Mi llamado a las misiones fue claramente por parte del Espíritu de Dios. Aunque ciertamente Él usó las Escrituras para mostrarme Su propósito misionero para mi vida, lo que escuché vino claramente de parte de Él. Él me guió en medio de circunstancias, preparó mi corazón y yo abrí mi mente. Cuando estuve listo, le habló directamente a mi corazón y me convenció del propósito de Dios. Cuando Él terminó de hablar yo sabía lo que tenía que hacer y sentí una fuerte convicción en cuanto a tomar ese rumbo sin importar el costo. Yo confío en que cada pastor, misionero u obrero cristiano ministre porque tengan ese llamado en sus vidas.

Hace algún tiempo, recibí una carta de Sudáfrica con una petición de libros. La cantidad de libros que pedían era significativa y se necesitaba una gran inversión para ello. Por un tiempo batallé con esto en oración. Le pregunté al Señor acerca de qué debía hacer. Recuerdo haber estado en una cafetería mientras oraba por esto, cuando el Señor habló claramente estas palabras a mi corazón: “De todas las que te doy no pierdas ninguna”. Junto a aquellas palabras vino una profunda paz y convicción de que debía confiar en Él, no solo para que proveyera para este proyecto específico, sino para todos los contactos y proyectos que me daría en el futuro. El resultado de esto es que docenas de miles de libros han sido distribuidos alrededor del mundo para la gloria de Dios.

Lo que estoy tratando de transmitir es lo siguiente: Dios no nos ha dejado desamparados en este mundo para que nos las arregláramos por nosotros mismos. Hay mucha gente que vive su vida como si Dios hubiese creado el mundo, escrito la Biblia como el manual de instrucción y nos hubiese dicho: “Aquí tienen, muchachos. Arréglenselas como puedan”. Necesitamos al Espíritu para que nos guíe a la verdad y a Sus propósitos. La realidad del asunto es que hay momentos en los que necesitamos una dirección clara y específica. ¿Dónde voy a ministrar? ¿Qué le digo a esta persona? ¿Sigo hacia adelante con este plan o no? Estas son preguntas que necesitan que el Espíritu de Dios nos guíe de manera específica, mientras nos muestra cómo aplicar la verdad de la Palabra en nuestras vidas.

Algunas personas no se preocupan por estos asuntos. Ellos creen que si obedecemos las Escrituras podemos hacer cualquier cosa que queramos. Sin embargo, esto es contrario a todo lo que hasta ahora hemos visto. Esto no fue lo que los apóstoles enseñaron. Ellos fueron guiados por el Espíritu Santo quien no solo les mostraba dónde quería que ellos ministraran, sino que también les daba las palabras que quería que ellos hablaran. Si queremos seguir su ejemplo, tenemos que tomar una decisión consciente de no confiar en nuestro parecer, sino más bien, aprender a escuchar la voz de nuestro Consolador.

Después de haber dicho esto, sé que hay algunos que se van a los extremos. Ellos dicen que escuchan los impulsos internos del Espíritu Santo, pero la evidencia nos muestra que continúan escuchando la carne. Es importante que aprendamos a distinguir la voz de la carne de la voz del Espíritu. A esto se refería Jesús cuando dijo: “Mis ovejas oyen mi voz”. A ellas se les ha dado la capacidad de distinguir la voz de Su Señor, de las otras voces que reclaman su atención. Permíteme terminar con algunos consejos al respecto.

 

La Palabra y el Espíritu siempre van a concordar

La dirección específica que dé el Espíritu Santo, nunca irá en contra de la enseñanza clara que dan las Escrituras. Toda dirección específica que se dé ha de estar sujeta a la autoridad de las Escrituras. Si quieres saber que lo que estás sintiendo en tu corazón proviene de Dios y no de la carne, entonces lo primero que debes hacer es colocarlo bajo el microscopio de las Escrituras. Si descubres que lo que sientes es evidentemente contrario a lo que enseña la Biblia, entonces deberías cuestionar su legitimidad.

Cuando hablo acerca de esta dirección específica siendo contraria a las Escrituras no me refiero solamente a teología y doctrina; también hablo de principios que ésta enseña acerca de las relaciones entre los creyentes. ¿Lo que siento está en sintonía con lo que enseña la Biblia en cuanto a honrar y respetar a quiénes están en autoridad? ¿Acaso está de acuerdo con mi papel como padre, esposo o líder espiritual? Lo que escuchemos, debemos someterlo por entero al análisis de la Palabra de Dios.

 

El aroma del Espíritu

Hace algún tiempo atrás el Señor me mostró que podemos reconocer Su voz por el aroma del Espíritu que la acompaña. No muy lejos de donde vivimos hay una cafetería que solía permitir que la gente fumara en el interior del edificio. De vez en cuando, yo iba a ese lugar para sentarme a escribir. Cuando llegaba a casa, el olor a cigarro se quedaba impregnado en mis ropas. En el ámbito del Espíritu también hay un aroma. Yo he estado en situaciones donde he percibido claramente un espíritu de maldad y confusión real en lo que alguien ha estado diciendo. Uno pude sentir los celos, la ira y la amargura; y este es un aroma de la carne, del enemigo. Cuando sientas ese olor, ten cuidado.

El fruto del Espíritu también es algo que se puede sentir. ¿Qué aroma acompaña el impulso interior que estás sintiendo? ¿Te da esa voz paz y seguridad en tu corazón, o te trae confusión e incredulidad? ¿Te lleva esa voz hacia una obediencia y amor cada vez mayor, o te hace dudar del Señor y Su propósito? ¿Percibes el fruto del amor, el gozo, la paz, la paciencia, la bondad, la benignidad, la fe, mansedumbre y dominio propio en lo que oyes (Efesios 5:22-23)? No debe de ser difícil para nosotros percibir el aroma acompañando esa voz y ese sentir. Podemos discernir la dirección del Espíritu porque conocemos el carácter de Dios y podemos discernir Su carácter en lo que sentimos en nuestro interior.

 

En sintonía con la obra sublime de Dios

Si queremos comprobar que la voz que escuchamos es de Dios, necesitamos entender también que estará en sintonía con la obra suprema que Dios está haciendo. A menudo el enemigo buscará confusión y caos, tratará de desarmonizar e interrumpir lo que Dios está tratando de hacer. El Señor Jesús nos dice que si “una casa está dividida contra sí misma, tal casa no puede permanecer” (Marcos 3:25). Dios nunca va a pelear contra Su propio propósito. Su voluntad es edificar el cuerpo. Quizás hemos visto individuos que dan un paso específico pensando que están siendo guiados por el Señor, pero lo que hacen solo parece interrumpir y destruir la unidad del cuerpo y el progreso del reino. Tenemos que tener cuidado de las voces que tratan de interrumpir el propósito de Dios y lo que está haciendo en nuestro alrededor.

 

La confirmación de otros creyentes sinceros

Una última palabra respecto a esto. Si queremos conocer si la voz que estamos escuchando es de Dios, debemos estar prestos a probar si es así. Pablo hace esta aclaración cuando nos da las pautas para los profetas en 1 Corintios 14:

“Porque podéis profetizar todos uno por uno, para que todos aprendan, y todos sean exhortados. Y los espíritus de los profetas están sujetos a los profetas; pues Dios no es Dios de confusión, sino de paz” (1 Corintios 14: 31-33).

Pablo les recordaba a quienes escuchaban de parte de Dios, que necesitaban sujetarse al resto del cuerpo. Si un profeta tenía un mensaje de parte del Señor, él o ella tenían que someter lo que habían escuchado a otros profetas en el cuerpo. Si crees que el Señor te está hablando respecto a algún asunto, no vaciles en traerlo y compartirlo delante de otros creyentes fieles. Permíteles que te confirmen esa voz. Hace algún tiempo estaba buscando dirección de parte de Dios para una conferencia a la que pensaba asistir. Iba a haber dos conferencias teniendo lugar simultáneamente. Oré al respecto y sentí que debía de decidir por una y no la otra. Cuando se lo comenté a mi esposa, ella me dijo que también había sentido lo mismo. Esto me confirmó que la decisión era la voluntad de Dios. Podía asistir con una mayor confianza pues lo que Dios me había dicho a mí también se lo estaba diciendo a mi esposa.

Es necesario que como ovejas podamos discernir la voz de nuestro pastor, no solo en Su Palabra escrita, sino también en el sentir específico que pone en nuestras vidas. ¡Qué maravilloso es saber que Dios nos dirige y nos guía hacia Su propósito! Fue esa voz la que escuchó Felipe cuando fue al desierto a ministrar al etíope. Fue esa voz la que escuchó Moisés cuando regresó a Egipto para sacar a Su pueblo de la esclavitud. La pregunta que necesitamos hacernos es esta: “¿Escuchamos Su voz? ¿Reconocemos esa pequeña voz apacible? ¿Responderemos a ella y caminaremos en obediencia?

 

Para orar:

Padre, gracias por ser un Dios que te comunicas personalmente con tu pueblo. Has escrito para nosotros tus propósitos en las páginas de las Escrituras. Has protegido esa Palabra para que no se corrompa ni se distorsione a través de los siglos, para que de esa manera tuviésemos una representación precisa de tu propósito para nuestras vidas y fe. Ayúdame a apreciar lo que me has dado en las páginas de las Escrituras. Permite que yo pueda estudiar y vivir en la verdad que me presentas en ella. Gracias también por no haberme abandonado a mi suerte a la hora de discernir las verdades de las Escrituras. Gracias por la persona del Espíritu Santo que vive en mí para guiarme en el entendimiento y aplicación de la verdad de tu Palabra.

Gracias, Espíritu Santo, porque tú también me guías en la aplicación específica de la voluntad de Dios para mi vida. Enséñame a reconocer tu dirección y tu sentir y que yo pueda estar presto a obedecer. Enséñame a esperar por tu dirección y a confiar en tu capacitación. Enséñame lo que Jesús quiso decir cuando expresó: “Mis ovejas oyen mi voz”. Gracias por el increíble privilegio que resulta poder conocer la voz de Dios en mi vida. Gracias porque tienes un propósito para mi vida. Gracias porque estás siempre dispuesto a comunicarme ese propósito en tu Palabra inspirada y por medio del Espíritu que había en mí. Enséñame a caminar en obediencia.

 

Capítulo 6 - De la Manera en que Recibisteis a Cristo

 

“Esto solo quiero saber de vosotros: ¿Recibisteis el Espíritu por las obras de la ley, o por el oír con fe? ¿Tan necios sois? ¿Habiendo comenzado por el Espíritu, ahora vais a acabar por la carne?” (Gálatas 3: 2-3)

“Por tanto, de la manera que habéis recibido al Señor Jesucristo, andad en él; arraigados y sobreedificados en él, y confirmados en la fe, así como habéis sido enseñados, abundando en acciones de gracias” (Colosenses 2: 6-7)

Un elemento distintivo que diferencia al cristiano del no creyente es la presencia del Espíritu Santo en su vida. Esto está muy claro en lo que Pablo le dice a los romanos:

“Mas vosotros no vivís según la carne, sino según el Espíritu, si es que el Espíritu de Dios mora en vosotros. Y si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de él” (Romanos 8: 9)

Es el Espíritu de Dios quien trae a nosotros la vida de Cristo. Él sella la relación entre Dios y Sus hijos y es la garantía de nuestra herencia como hijos de Dios.

“Ahora bien, el que nos confirma con vosotros en Cristo, y el que nos ungió, es Dios, quien también nos selló y nos dio el Espíritu en nuestro corazón como garantía” (2 Corintios 1: 21-22, LBLA)

Al escribir a los gálatas, en el pasaje citado al principio del capítulo, el apóstol Pablo hace esta pregunta: “¿Recibisteis el Espíritu por las obras de la ley, o por el oír con fe?” El contexto de esta pregunta proviene del hecho de que había algunos maestros que habían llegado a esa región enseñando que para convertirse en hijo de Dios la persona tenía que circuncidarse y observar la ley de Moisés. Pablo reacciona fuertemente contra esta enseñanza y la desafía haciéndoles esa pregunta a los creyentes.

Esta pregunta que Pablo hace resulta muy importante. Ya habíamos visto que para Pablo, si una persona no tenía el Espíritu Santo, esa persona no era hija de Dios. La pregunta en sí es: ¿Cómo fue que conocieron a Cristo? El punto de vista de Pablo era que así como no podía haber salvación sin Cristo, tampoco podía haber salvación sin el Espíritu Santo. Es el Espíritu Santo que nos da la vida espiritual por medio del perdón de Cristo. Su pregunta era muy sencilla: ¿Cómo llegaron a experimentar la nueva vida del Espíritu de Cristo?

Pablo continúa haciéndoles preguntas a los gálatas: ¿Recibieron ustedes el Espíritu Santo a causa de su fiel observancia de la ley de Moisés? ¿La salvación es solamente para quienes están a la altura de la ley? ¿Salva solamente Dios a quienes demuestran su valor por medio de la obediencia?

En las Escrituras está bien claro que Dios no nos salva a causa de nuestras buenas obras. De hecho, ninguna cantidad específica de buenas obras nos puede salvar. La Biblia nos enseña que somos pecadores y que nada de lo que podamos hacer o decir, jamás nos podrá dar entrada al cielo. Puedes ser alguien que asista a la iglesia todos los días y aún así no entrar al cielo. Puedes ayudar a tu prójimo y ser muy bondadoso y aún así no entrar nunca por las puertas celestiales. La salvación no tiene nada que ver con cuán bueno seamos. Ninguno de nosotros puede llegar a la altura de los estándares de Dios. Todos nos quedamos cortos ante Su estándar. El profeta Jeremías lo expresa de esta manera:

“¿Mudará el etíope su piel, y el leopardo sus manchas? Así también, ¿podréis vosotros hacer bien, estando habituados a hacer mal?” (Jeremías 13: 23)

Nuestra salvación se la debemos por completo al Señor Jesús y a Su obra perfecta. Somos salvos porque Cristo murió y resucitó. El Espíritu Santo es un regalo que recibimos y una garantía de nuestra adopción en la familia de Dios. Lo único que tuvimos que hacer fue aceptar lo que ya se había hecho a favor nuestro.

Teniendo en cuenta este trasfondo y por medio de otra pregunta, Pablo continúa mostrándoles a los gálatas la implicación de lo que el Señor Jesús había hecho por ellos:

“¿Tan necios sois? ¿Habiendo comenzado por el Espíritu, ahora vais a acabar por la carne?” (Gálatas 3: 3)

El apóstol les recordaba a los gálatas que su vida en Cristo la comenzaron por la fe. El Espíritu Santo había venido como un regalo de parte del Padre. Su perdón era también un regalo aun cuando no se lo merecían. Su salvación no tenía nada que ver con sus esfuerzos humanos para agradar a Dios. De hecho, todos ellos se encontraban en un camino de rebelión contra Dios cuando el Espíritu cambió sus vidas.

Pablo continuaba preguntándoles a los gálatas por qué, si ellos habían comenzado su vida cristiana por la fe en la obra de Cristo, ahora se encontraban ellos tratando de vivir la vida basados en sus propios esfuerzos y sabiduría. Ciertamente, si la vida cristiana comenzó como una obra de Dios, ésta debería continuar por fe en lo que Dios seguiría haciendo. Necesitamos el Espíritu Santo para vivir la vida cristiana al igual que lo necesitamos para entra en ella. Fue por esa razón que el Señor colocó Su Santo Espíritu en nosotros; lo hizo porque Él sabía que sería imposible para nosotros vivir la vida cristiana sin la obra del Espíritu en nuestras vidas.

Una de las mayores causas de nuestras derrotas en la vida cristiana es no haber entendido este principio. Entendemos que debemos confiar en el Señor para nuestra salvación, pero no alcanzamos entender que también necesitamos confiar en él para poder vivir la vida cristiana. Un poco parecido a los gálatas, pensamos que necesitamos el Espíritu Santo para ayudarnos a comenzar la vida cristiana, pero creemos que a partir de ahí podemos solos. Pablo nos dice que esto es una necedad. Al escribir a los colosenses les dijo:

“Por tanto, de la manera que habéis recibido al Señor Jesucristo, andad en él” (Colosenses 2: 6)

A Cristo lo recibimos por fe, por lo tanto, debemos andar de la misma manera. Recibimos a Cristo siendo indignos y completamente incapaces de salvarnos, por lo tanto, debemos aprender a caminar dependiendo de Cristo porque somos totalmente incapaces de vivir la vida cristiana sin Él. Si queremos saber cómo vivir la vida cristiana, necesitamos regresar a donde comenzamos y vivir de esa manera.

Cuando recibimos al Señor Jesucristo lo hicimos sabiendo que no podíamos salvarnos a nosotros mismos; nadie puede venir al Señor sin reconocer esa realidad. Algunas de las personas más difíciles de alcanzar suelen ser personas muy religiosas. Éstas piensan que se pueden ganar un lugar en el cielo a causa de su labor religiosa. Los fariseos del Nuevo Testamento eran ejemplos muy claros de esto. Ellos confiaban en sus propios esfuerzos y no veían su necesidad de Dios. Para poder ser salvos del pecado necesitamos entender nuestra necesidad de salvación.

Lo mismo se aplica a nuestro andar cristiano. Si creemos que podemos vivir la vida cristiana con nuestra propia fuerza, nunca podremos alcanzarlo. Nunca podremos vivir en victoria si pensamos que lo podemos hacer con nuestra propia fuerza. Así como un incrédulo necesita estar absolutamente convencido de que es pecador, completamente incapaz de salvarse a sí mismo, de esa manera debemos nosotros también estar convencidos de que no podemos vivir como Dios quiere por nuestras propias fuerzas. Si queremos vivir de la manera que a Dios le agrada, debemos estar, en primer lugar, convencidos absolutamente de nuestra incapacidad. Debemos llegar al final de nosotros mismos en donde Dios quebrará cada ápice de nuestra autoconfianza y pondrá todo nuestro ser en Cristo y Su Espíritu.

Un segundo detalle que necesitamos entender es que cuando vinimos a Cristo, recibimos al Señor por medio de la fe. Es algo que no podemos explicar cómo sucedió. Escuchamos la voz del Espíritu hablando a nuestro corazón y respondimos en fe a esa voz.  Nuestra salvación no fue una decisión que se tomase intelectualmente, sino que fue un paso de fe. No podemos explicar cómo fuimos cambiados, lo que sucedió ese día fue de naturaleza espiritual. El apóstol Pablo nos recuerda que como creyentes debemos aprender a vivir de la manera en que nos dijo: “porque por fe andamos, no por vista” (2 Corintios 5:7)

¿Qué significa andar por fe? Cuando andamos por fe, seguimos hacia donde Dios guíe. Cuando acepté al Señor por fe, tomé lo que me decía y marché hacia adelante confiando en Su Palabra. Lo opuesto a vivir por fe es vivir por vista. Es decir, vivir según el razonamiento y los planes humanos. Es permitir que tu propia prudencia, o sea, tu entendimiento de las cosas y tu experiencia determinen tu manera de vivir, de servir o de pasar el día. No fue así como vivieron los apóstoles. Tampoco como vivió Jesús.

Vivir por fe es vivir con el entendimiento de que las cosas que vemos como seres humanos no son necesariamente como realmente son. Es ver las cosas desde la perspec-tiva de Dios. Es escucharle a Él en vez de a nuestro propio razonamiento. Cuando vivo por fe escojo vivir en comunión con Dios. Al levantarme por la mañana busco Su dirección, Su guía y tomo la dirección que me indique. También sé que mis esfuerzos y sabiduría son insuficientes para la tarea. Ciertamente fracasaré sin Su dirección y Su liderazgo. Salgo confiando en que mientras Él me guíe, también me fortalecerá y equipará. De Él recibo la sabiduría y la capacidad que voy a necesitar.

Incluso, mientras escribo este libro, he estado experimentando estas cosas de las que hablo. Me encontraba trabajando en otro estudio cuando me pareció que el Señor me decía que dejara aquel estudio a un lado y emprendiera éste. Batallé con esto por un tiempo, pues me gusta terminar lo que comienzo y no dejar nada incompleto. Sin embargo, parecía que esto era a lo que el Señor me estaba llamando. Aunque intentaba continuar con el otro estudio, no tenía paz en mi corazón al respecto. Por lo tanto, por fe puse a un lado lo que estaba haciendo y comencé a hacer este libro. Vivir por fe es vivir bajo la dirección y el liderazgo del Espíritu Santo.

Las Escrituras nos desafían a vivir de la misma manera en que recibimos al Señor Jesucristo. Y esto lo debemos hacer para cada asunto con nuestros ojos puestos solamente en Él. Esto es algo que debemos hacer en obediencia a Su llamado y a la enseñanza de Su Palabra. No podemos salvarnos a nosotros mismos ni tampoco podemos vivir la vida cristiana con nuestras propias fuerzas. Necesitamos el Espíritu de Dios para vivir la vida cristiana tanto como lo necesitamos para entrar en ella. Ahora que hemos llegado a tener esa fe en Cristo no podemos confiar en nosotros mismos ni en nuestros esfuerzos. La razón por la que Dios puso en nosotros Su Espíritu es para que podamos vivir la vida que Él nos pide. Creemos en la salvación por fe y por eso también debemos creer en que la vida cristiana se vive por fe. Creemos que el pecador no puede salvarse a sí mismo. También debemos creer que el cristiano no puede vivir la vida cristiana por sí solo. De la misma manera en que recibimos al Señor debemos continuar en Él. Si queremos entender qué significa andar en el Espíritu, necesitamos percibir nuestra necesidad del Espíritu de Dios tanto para entrar en la vida cristiana como para vivirla diariamente.

 

Para orar:

Señor, mi Dios, reconozco que cuando era pecador viviendo en rebeldía contra ti, tú me alcanzaste y perdonaste mi pecado. Tú cambiaste mi vida y me hiciste tu hijo. Te doy gracias por haber puesto tu Espíritu Santo en mí, no tan solo como una garantía de mi relación contigo, sino también para ser mi guía y darme sabiduría para la vida que me has llamado a vivir. Perdóname por ignorar a tu Espíritu Santo. Perdóname por haber creído de alguna manera que podía vivir la vida que Dios me pedía sin tu sabiduría y tu capacitación. Perdóname por confiar más en mi sabiduría humana y mi fuerza que en tu dirección. Enséñame a entender la necesidad que tengo de tu dirección. Enséñame a caminar en sujeción a ti y a tu liderazgo. Enséñame la verdad de la Palabra y cómo aplicarla a mi vida. Enséñame el propósito del Padre. Enséñame a conocerte y conocer tu dirección para poder vivir como Dios nos manda.

 

Capítulo 7 - Esperando en el Señor

 

“Los muchachos se fatigan y se cansan, los jóvenes flaquean y caen; pero los que esperan a Jehová tendrán nuevas fuerzas; levantarán alas como las águilas; correrán, y no se cansarán; caminarán, y no se fatigarán” (Isaías 40: 30-31)

Quienes buscan al Señor y Sus propósitos, saben que Su tiempo no es igual al nuestro. Hay momentos cuando el Señor guarda silencio. Durante ese tiempo no tenemos sentido de dirección. No sabemos hacia donde debemos ir. Somos como alguien que está perdido en el desierto sin brújula, inseguro de hacia dónde ir. 

En el Antiguo Testamento tenemos en Job un ejemplo de alguien que experimentó esos períodos de silencio. Mientras se sentaba sobre un montón de ceniza ya casi sin fuerzas físicas y emocionales, Job anhelaba escuchar la voz de Dios para que le diera sentido a lo que estaba pasando. Él no entendía por qué estaba pasando por medio de tanto dolor y dificultades. Él le preguntaba al Señor pero el Señor permanecía en silencio. Esos tiempos de silencio suelen ser muy difíciles. En lo personal yo he atravesado muchos de esos momentos. Aquí vemos que Job no entendía por qué la bendición del Señor se había apartado de él. Él se había quedado confundido y perplejo por el silencio de Dios en medio de su dolor.

El salmista también experimentó tiempos como esos. En el Salmo 22 él escribe:

“Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado? ¿Por qué estás tan lejos de mi salvación, y de las palabras de mi clamor? Dios mío, clamo de día, y no respondes; y de noche, y no hay para mí reposo” (Salmo 22: 1-2).

En la voz del salmista se puede percibir la agonía cuando clamaba al Señor día y noche. No hay nada peor para el creyente que el silencio de Dios. Podemos enfrentar dificultades y pruebas terribles si sabemos que la presencia del Señor está con nosotros. Muchas personas han dado sus vidas con mucha disposición seguros de la dirección de Dios. En el libro de los hechos leemos que cuando estaban apedreando a Esteban para matarlo el Señor le habló en una visión. Él vio al Señor en el cielo llamándolo a Su lado. El dolor y la agonía de aquellas piedras parecían desvanecerse mientras escuchaba al Señor. Quienes lo vieron describieron cómo su rostro resplandecía como el de un ángel (ver Hechos 6:15). En su corazón había gozo y deleite, pues escuchaba la voz de Dios.

Cuando queremos escuchar la voz de Dios no siempre lo logramos. Hay momentos en los que Él simplemente no parece que está hablando. ¿Qué hacemos durante esos momentos de silencio? Aunque es importante que busquemos al Señor para ver si hay algo que está impidiendo que lo escuchemos, también es importante recordar que el silencio no es necesariamente una señal de que hay pecado en nuestras vidas. Job fue descrito como un “hombre perfecto” y sin embargo, atravesó por un período de silencio muy difícil.

Cuando enfrentamos estos períodos de silencio hay varias cosas que necesitamos tener en cuenta. Cuando Dios parece estar en silencio lo primero que debemos hacer es esperar. Recuerdo la historia de Saúl en 1 Samuel 13:7-13. En esta historia Saúl enfrentaba un poderoso ejército filisteo. Los filisteos habían sembrado el miedo en el corazón y las mentes de los soldados de Saúl. Muchos habían abandonado sus puestos y desertado la batalla. Saúl esperaba por el profeta Samuel para que ofreciera sacrificios antes de salir a la batalla. El profeta no llegó en el tiempo que Saúl esperaba, así que les pidió a sus hombres que le trajeran a él el sacrificio. Aunque no era profeta, Saúl ofreció el sacrificio al Señor. Lo hizo porque veía cómo sus hombres abandonaban la batalla. Él no se atrevía a salir al combate sin la bendición del Señor, así que tomó el asunto en sus propias manos.

Es importante que nos percatemos acerca de lo que sucede en el silencio. Para muchos, el silencio es un terrible enemigo. El silencio que causó la ausencia de Samuel hizo que los valientes hombres de ejército de Saúl temieran y abandonaran sus puestos. Y en cuanto a Saúl, eso hizo que tomara el asunto en sus propias manos. Él decidió ignorar la ley de Dios y ofreció él mismo el sacrificio. En estos períodos de silencio, lo más difícil para nosotros es esperar. Pensamos que tenemos que hacer algo. A veces no nos importa lo que hagamos, lo importante es que se rompa el silencio. Tenemos que tener cuidado de que el silencio a veces no nos conduzca hacia el pecado abandonando a Dios y Sus propósitos como lo hicieron Saúl y su ejército.

Hay muchas promesas para aquellos que esperan al Señor, que esperan Su dirección y Su intervención. El profeta Isaías nos dice que estas bendiciones van más allá de lo que podamos imaginar:

“Desde la antigüedad no habían escuchado ni dado oídos, ni el ojo había visto a un Dios fuera de ti que obrara a favor del que esperaba en El” (Isaías 64: 4, LBLA)

A quienes esperan en el Señor se les promete fortaleza y vitalidad:

“Los muchachos se fatigan y se cansan, los jóvenes flaquean y caen; pero los que esperan a Jehová tendrán nuevas fuerzas; levantarán alas como las águilas; correrán, y no se cansarán; caminarán, y no se fatigarán” (Isaías 40: 30-31)

Observemos que estas promesas son para los que esperan en el Señor. Si tomas el asunto por tu propia cuenta, entonces no estás esperando en el Señor.

En Hechos 1:4 el Señor les dijo a los discípulos que esperaran en Jerusalén hasta que hubiese venido la promesa del Espíritu Santo sobre ellos. Ellos no debían salir sin rumbo hasta que no recibiesen la presencia y la dirección del Espíritu que Él les había prometido.

Se nos cuenta que durante la guerra mundial el enemigo desplegaba cortinas de humo para confundir al adversario y hacer que cambiara su rumbo. Esto era un problema para ellos, pero luego descubrieron que para evitarlo la única manera de hacerlo era permanecer donde se encontraban o seguir el mismo rumbo que tenían. En esto hay una verdad espiritual que podemos aprender. Muchas veces, durante el tiempo de silencio, el enemigo tratará de confundirnos con la intención de que cambiemos el rumbo. Si él logra esto, puede hacer que caigamos en su trampa. En los tiempos de silencio y confusión tenemos que ser muy precavidos. Necesitamos permanecer en el curso que el Señor nos ha puesto hasta que sea Él el que nos indique otro rumbo.

En Isaías 26 el profeta nos dice esto:

“También en el camino de tus juicios, oh Jehová, te hemos esperado; tu nombre y tu memoria son el deseo de nuestra alma” (Isaías 26: 8)

Observemos que Isaías nos dice que mientras esperamos por el Señor, debemos seguir por la senda que Él escogió. En tiempos de silencio debemos agarrarnos de la Palabra de Dios. Este fue el error de Saúl. Mientras esperaba, no obedeció la ley de Dios, sino que decidió tomar el asunto en sus manos. Mientras esperamos, el enemigo puede lograr muy fácilmente que le demos la espalda a la Palabra de Dios y a Su propósito en nuestras vidas. Es en estos tiempos de silencio en los que se prueba nuestra fe. ¿Confiamos en lo que Dios nos ha dicho, o dejamos que nuestra incredulidad nos guíe a hacer las cosas por nuestra cuenta?

Mientras se nos acaba el tiempo y la presión se va acumulando, las promesas de Dios son puestas a prueba. Es en esos momentos en los que ponemos en duda si Dios hará como ha prometido. Isaías nos desafía a que en tiempos como esos pongamos como prioridad y hagamos el compromiso de andar por la senda que el Señor ha establecido, y decidir no dejarnos distraer.

El salmista nos dice que en los tiempos de silencio él puso su confianza y esperanza en la Palabra del Señor:

“Esperé yo a Jehová, esperó mi alma; en su palabra he esperado” (Salmo 130:5)

El enemigo usará el silencio para que dudemos de lo que Dios nos está diciendo. ¿No fue esto, acaso, lo que le hizo a Eva en el huerto del Edén cuando le preguntó si realmente Dios le había dicho que no debían comer del árbol? A veces, lo único que tenemos es la Palabra de Dios. Esta es la única brújula y guía que nos ayudará a atravesar el silencio. Es ahí cuando debemos acudir a la Palabra y poner nuestra confianza en ella. Las circunstancias cambiarán y habrá momentos que no podremos ver más allá de nosotros. El humo y las nubes no nos dejarán ver el próximo escalón mientras esperamos en el Señor y Su dirección; pero la Palabra de Dios siempre será una fiel guía. Cuando no sabemos hacia dónde ir y las instrucciones específicas de parte de Dios no han sido reveladas todavía, debemos hacer que nuestra prioridad sea agarrarnos de la verdad de Su Palabra. Encuentra en sus páginas esperanza y rumbo; deja que sus palabras te guíen y dirijan a través del silencio.

Aquí hay un último principio que quiero compartir. Cuando Dios está en silencio, necesitamos hacer caso a lo que el profeta nos dice en Isaías 8:

“Esperaré, pues, a Jehová, el cual escondió su rostro de la casa de Jacob, y en él confiaré” (Isaías 8:17)

Isaías nos desafía a que pongamos nuestra confianza en Dios cuando Él esconda de nosotros Su rostro. Miqueas el profeta lo expresa de esta manera:

“No creáis en amigo, ni confiéis en príncipe; de la que duerme a tu lado cuídate, no abras tu boca. Porque el hijo deshonra al padre, la hija se levanta contra la madre, la nuera contra su suegra, y los enemigos del hombre son los de su casa. Mas yo a Jehová miraré, esperaré al Dios de mi salvación; el Dios mío me oirá” (Miqueas 7: 5-7)

Miqueas hizo su compromiso de no confiar en nadie más que en su Señor. Eso no quería decir que no escuchaba el consejo de nadie, sino que todo lo que decían tenía que ser filtrado por la verdad de la Palabra de Dios y la dirección de Su Espíritu. Él esperaría la salvación del Señor, esperaría en Su dirección.

Miqueas sabía que Dios no permanecería en silencio. Iba a llegar el momento en el que Él escucharía su clamor y vendría a su socorro. Mientras esperaba lo haría con la confianza puesta en el Señor; no confiaría en otras personas ni en su entendimiento. El tiempo de Dios era diferente al suyo. Lo caminos de Dios eran diferentes a los caminos de quienes le rodeaban. Miqueas decidió que mientras Dios no le indicara la senda que debía tomar, él seguiría esperando en Él.

El silencio del Señor nos confunde, y es así porque no sabemos lo que Él está haciendo. No podemos divisar lo que está por delante y a nadie le gusta estar así. En tiempos como esos nuestra fe es puesta a prueba. ¿Podemos confiar en Dios cuando no podamos ver el siguiente paso? ¿Podemos creer cuando todo a nuestro alrededor parece ir en contra nuestra y no escuchamos la voz de Dios?

Si supiéramos lo que Dios está haciendo y por qué lo está haciendo las cosas serían mucho más fáciles. Dios no siempre nos dice por qué hace lo que hace. En esos momentos lo único que podemos hacer es confiar y esperar por la revelación de Su propósito.

A medida que buscamos vivir bajo la dirección y el liderazgo del Señor, habrá tiempos de silencio. Es en esos tiempos que debemos aprender a cómo esperar confiadamente en el Señor. No siempre entenderemos lo que Dios está haciendo y puede que nos sintamos confundidos por la manera en que Él está obrando. Sin embargo, a pesar de esto, el creyente debe aprender a esperar en el Señor y a confiar en Él.

Cuando servíamos en la isla de Reunión en el Océano Índico, Dios me hizo asimilar este principio de una manera muy fresca. Nos preparábamos para mudarnos para la isla de Mauricio para un ministerio que el Señor nos tenía allí, pero faltaban ciertos detalles por terminar antes de que nos pudiéramos mudar.

Ya no tenía un ministerio en Reunión y mientras esperaba, a veces pensaba que mi tiempo podía ser usado mejor sirviendo en otra cosa. Sin embargo, Dios no abrió ningún otro ministerio. Comencé a sentirme culpable por estar en el campo misionero y no hacer nada. Pensé en los que nos apoyaban, los que estaban detrás del telón dando sacrificialmente para que yo pudiera estar allí. Recuerdo haber ido muy frustrado delante del Señor y decirle: “Señor, haré cualquier cosa que me pidas, pero no me pidas que no haga nada”.

El Señor me llevó a meditar en esto y me dijo que si yo no estaba dispuesto a hacer “nada” cuando me llamaba a hacer nada, entonces yo no estaría muy dispuesto realmente a hacer “algo”. En ese tiempo también me dijo que no me había llamado a las misiones a estar ocupado sino a ser obediente. Esas palabras se han quedado conmigo hasta estos días. Como creyente puedes estar muy ocupado pero ¿eres obediente? Puedes tener tus horarios llenos, pero, ¿estás haciendo lo que Dios te está pidiendo? La lección que Dios me estaba enseñando en la isla de Reunión era muy importante. Si yo quería llegar a ser todo lo que Él quería que yo fuese, tenía que dejar que la obediencia, más que nada, se convirtiera en mi mayor prioridad.

Es muy difícil esperar principalmente para quienes les gusta trabajar y servir. A veces le tememos más al silencio y a esperar que a cualquier otra cosa en el ministerio. A veces Dios llama a Sus siervos a esperar. Moisés esperó cuarenta años en el desierto antes de que Dios rompiera el silencio y le hablara en la zarza ardiendo. Jesús esperó treinta años antes que comenzara Su ministerio. Pablo pasó varios años en silencio antes que Bernabé lo invitara a ayudarlo en la obra en Antioquía.

Como creyentes vivimos con el conocimiento de que habrá momentos cuando el Señor nos pedirá que esperemos en Él. Si queremos aprender a cómo caminar en el Espíritu, necesitaremos aprender a esperar y confiar en Dios en los tiempos de silencio.

 

Para orar:

Dios y Padre, reconozco que eres soberano y que tienes el control de todas las cosas. Confieso que no siempre he vivido esa realidad. Acepto que hay momentos en los que estás en silencio. Te pido que me ayudes en momentos como esos a confiar en ti cuando no pueda ver el camino ni escuchar tu voz. Ayúdame a no distraerme o a vagar durante esos tiempos donde parece que estás distante. Mantenme enfocado en tu Palabra tal y como aparece en las Escrituras. Que yo pueda seguir caminando fielmente en esa verdad cuando no pueda sentir tu presencia. Estoy seguro que no me abandonarás durante esos periodos de silencio. Sé que algunas de las mejores lecciones son aprendidas cuando se atraviesa el desierto. Te pido que abras mi mente y mi espíritu a esas lecciones. Gracias por las maravillosas promesas que tengo en tu Palabra que me reafirman que mientras espere en ti, sabré cuál dirección tomar y que renovarás mis fuerzas.

 

Capítulo 8 - La vid y los Pámpanos

 

“Yo soy la vid, vosotros los pámpanos; el que permanece en mí, y yo en él, éste lleva mucho fruto; porque separados de mí nada podéis hacer” (Juan 15:5)

Juan 15 es probablemente uno de los pasajes más poderosos de la vida cristiana, y sin embargo, uno de los más ignorados. No es que no se predique de ese pasaje, sino que hemos olvidado en demasiadas ocasiones aplicar su verdad a nuestro ministerio y a la vida diaria.

En esta parábola Jesús se refiere a sí mismo como una vid y compara a los creyentes con las ramas de esa vid. La clave para entender lo que Jesús está diciendo aquí es la relación entre la vid y las ramas. Hay varios detalles que necesitamos entender en esta parábola.

 

Entre la vid y las ramas existe una conexión íntima.

En primer lugar es importante que veamos que existe una conexión íntima entre la vid y las ramas. Entre ambas hay un intercambio constante. Analicemos esto por un momento.

Muchos de nosotros hemos estado viviendo nuestras vidas sin una comprensión clara de esta conexión entre Jesús como la vid y nosotros como sus ramas. De esto es de lo que trata este libro. Nos preguntamos por qué no estamos experimentando la victoria ni el fruto del Espíritu en nuestras vidas. ¿Será que no hemos entendido la realidad de esta intimidad entre Dios y Sus hijos?

Por una buena parte de mi vida viví con la idea de que Dios se encontraba distante. Yo era un pecador que merecía estar eternamente separado de Dios, pero Él me perdonó y me salvó de la separación eterna de Su presencia. Aunque había sido salvado de mi pecado, no entendía el nivel de intimidad que Dios quería tener conmigo como hijo Suyo. Yo me sentía indigno de Su atención. No podía acercármele abiertamente con mi petición porque me preguntaba por qué estaría interesado en responder mis oraciones. En mi mente entendía la teología de que Jesús me amaba. A veces cantaba al respecto, pero me costaba aceptarlo como una realidad.

Esta parábola es muy poderosa, en ella Jesús nos dice que Él es la vid y nosotros los pámpanos (ramas). Con esto nos está diciendo el tipo de relación que desea tener con Sus hijos. Él pudo haber usado otra ilustración. Él pudo haber dicho, yo soy el jefe y ustedes mis empleados, o yo soy el rey y ustedes mis súbditos. Aunque estas ilustraciones son ciertas, esto no fue lo que el Señor escogió usar en este caso. Él decidió usar la vid y las ramas. Entre estas dos partes existe una conexión muy íntima y es eso lo que Jesús quería enfatizar.

El Señor Jesús quiere mostrarnos que este es el tipo de relación que quiere tener con nosotros. Él no está interesado en una asociación distante, Él desea una relación en donde haya una total dependencia y cercanía. Hay muchos creyentes que no viven sus vidas de esta manera. Según piensan ellos, Dios nos dio Su palabra y nos dejó para que viviéramos nuestras vidas lo mejor que pudiéramos. Que cuando estuviéramos en problemas Él se aparecía para sacarnos del apuro. Sin embargo, para que una rama pueda sobrevivir, necesita más que eso. Ésta necesita estar en constante comunión con la vid. De esta parábola podemos ver que el deseo del Señor es que estemos en este tipo de relación.

 

La vid le da vida a las ramas

Al ver en esta parábola cuál es el deseo del Señor Jesús para con nosotros, necesitamos analizar más profundamente la implicación de esta verdad. Necesitamos ver que las ramas dependen totalmente de la vid para poder vivir. Sin un constante suministro de savia proveniente de la vid, la rama se seca y muere. Es importante que veamos que hay dos niveles de conexión con la vid.

El primer nivel de conexión es el nivel de vida y aliento. Todos dependemos del Señor para vivir y respirar. ¿Dónde estaríamos sin el Señor? Desde el nivel más básico necesitamos del Señor para sobrevivir. Dependemos de Dios para cada latido del corazón y para el aire que respiramos. Estamos conectados con Él para vivir y respirar. Si Él nos diera la espalda en un instante; dejaríamos de existir. Todo lo que podemos hacer en la vida es por la fuerza que nos provee. Todo lo que hemos logrado hasta ahora se lo debemos a Él.

Lo que debemos entender aquí es que hasta los incrédulos dependen del Señor de esta manera. Puede que no estemos en una relación salvadora con el Señor, pero aun así dependemos de él para vivir y respirar. Cuando Jesús usa esta ilustración de la vid y las ramas para hablar de nuestra relación con Él como creyentes, no se refiere a este nivel básico de aliento y vida, sino que está hablando de una conexión mucho más profunda.

El segundo nivel de conexión es el nivel de comunión. De esto es lo que habla Jesús en esa parábola. Esta conexión de comunión es algo que solo el creyente puede experimentar porque se le ha dado una nueva vida. La barrera del pecado ha sido rota y el creyente puede ahora tener comunión con Dios de manera muy especial. Cuando aquí hablamos de una conexión de comunión, nos referimos a algo mucho más que la vida y el aliento. Estamos hablando de Dios compartiendo Su corazón con nosotros; nos referimos al poder de Dios para servir fluyendo a través de nosotros; de los dones y el fruto del Espíritu demostrándose en nosotros. Era esto lo que me costaba aceptar en mi vida personal. Me resultaba muy difícil imaginarme a Dios no solamente queriéndome dar vida sino también queriendo conectarse conmigo a ese nivel de comunión. Me resultaba difícil entender que Dios quisiese compartir Su corazón y mente conmigo. Era difícil imaginar a Dios queriendo fluir a través de mí y derramar Su poder y amor en mí. Sin embargo, de esto es lo que habla Jesús en este pasaje. Hay todo un mundo de diferencia entre estar conectado al nivel de la vida y el aliento, y estar conectado al nivel de la comunión. Puedes saber que dependes totalmente de Dios para vivir y respirar y aun así nunca experimentar el perdón de los pecados y la comunión íntima con Él.

Cuando decimos que la vid le da vida a la rama no nos referimos a la vida física sino a la espiritual y a la comunión íntima. Si queremos crecer en nuestro andar con Jesús, necesitamos conectarnos a este nivel que es mucho más profundo. Necesitamos abrir nuestras mentes y corazones al Señor para que de esa manera Él se comunique con nosotros. Necesitamos aceptar que Él quiere hablar a nuestros corazones. Necesitamos entender que Él quiere usarnos como instrumentos de Su poder en este mundo. Somos vasijas por medio de las cuales el Señor quiere fluir. Él desea que Su vida se manifieste en nosotros. No la física, sino la espiritual.

 

La rama necesita recibir de la vid

Si la rama necesita vida de la vid la ha de recibir solamente de ella. Todos hemos visto ramas conectadas a vides o árboles, y que están muertas y sin frutos. En esta parábola vemos al Señor decir que las ramas que están muertas y no producen frutos hay que cortarlas y botarlas. En otras palabras, es posible estar conectado a la vid y aun así no recibir la vida proveniente de ella. Hay muchos cristianos que están así. Ellos no se han dado cuenta de que el Señor quiere que Su vida fluya a través de ellos. Ellos han vivido su vida cristiana en su propia fuerza y sabiduría. Ellos no han llegado a entender la vida que Dios quiere darles. No han abierto sus corazones al ministerio del Espíritu Santo de Dios en sus vidas. Están conectados a la vid pero no tienen vida. No muestran en sí el fruto del Espíritu Santo y sus vidas no se distinguen de la de los no creyentes. Ante los problemas de la vida responden como los incrédulos, con temor y preocupación. En su corazón no hay más gozo y paz que en el de los no creyentes. Batallan con las mismas tentaciones y no logran alcanzar la victoria. Sus ministerios son infértiles y sin vida espiritual. Si queremos vivir una vida cristiana victoriosa no podrá ser por nuestras propias fuerzas. Solamente será por medio del poder y la vida del Espíritu de Dios en nosotros.

 

La rama da frutos si permanece en la vid

Observemos que Jesús nos dice que la rama que permanece en la vid llevará fruto.  El resultado natural de ser una rama conectada a la vid es que produzca fruto. La rama no tiene nada que hacer sino permanecer en la vid y recibir de ella su función que es impregnar energía vivificante a través de la rama para que dé fruto. La vid es quien hace el trabajo, la rama simplemente lleva el fruto. La vida no proviene de la rama sino de la vid. Y esto se hace evidente cuando separamos una rama de ella. La rama que se separa de la vid morirá porque no lleva vida en sí misma.

¿Cuántas veces nos hemos desgastado de tanto esfuerzo? ¿Cuántas veces nos hemos disciplinado tratando de dar fruto pero no sucede nada? El sentido en sí de la parábola es mostrarnos que no se trata de nosotros haciendo más y disciplinándonos más, sino de permanecer en la vid y dejar que la vida que ella imparte haga su obra en nosotros. El Espíritu de Dios producirá fruto en ti si estás dispuesto y abierto a Él y a Su obra. Si somos las ramas Él producirá frutos en nosotros, solo debemos “permanecer”. ¡Qué grandioso es saber que el poder de la vid puede fluir a través de nosotros si simplemente le abrimos hoy nuestras vidas y nuestros corazones! Por esto es que el apóstol Pablo decía:

“Todo lo puedo en Cristo que me fortalece” (Filipenses 4:13)

Pablo sabía que con el poder de Dios fluyendo a través de él, como la savia de la vid hacia las ramas, no había nada que él no pudiera hacer. Sin embargo, él sabía que la fuente de su poder no era él mismo sino Cristo quien lo fortalecía.

El ministerio que Dios me ha dado va más allá de mis capacidades. Esto es algo que es cada vez más evidente a medida que crece. Cuando miro hacia atrás y veo lo que ha sucedido con este ministerio, me doy cuenta de que no fui yo sino Él. Él ha provisto los recursos y regalos necesarios. Yo no estoy dotado naturalmente para hacer lo que Él me ha llamado a hacer. Él ha ido delante de mí, me ha dado las fuerzas y las capacidades que no poseo naturalmente. No tengas miedo que el Señor te lance hacia un ministerio que vaya más allá de lo que tú puedes, porque no va más allá de lo que Él puede. Él puede hacer mucho más allá de lo que podamos pedir o imaginar (Efesios 3:20). Solamente permanezcamos fieles a Él y dejémosle hacer lo que quiera a través de nosotros.

Antes de concluir, es importante que tomemos un momento para analizar lo que significa “permanecer”. El término griego posee una variedad de significados. Uno de ellos se encuentra en la palabra en español “morar”. Cuando hablamos de “permanecer” estamos hablando de “morada”. De algo podemos estar seguros y es que el enemigo tratará de alejarte del Señor y de que “mores” en Él. Todos los que somos cristianos sabemos lo que significa “morar” en la paz y la seguridad del Señor. Allí, en esa morada, somos fuertes y nos parece que cualquier cosa que nos lance el enemigo lo podemos vencer. La única manera en que el enemigo nos puede vencer es sacándonos de esa morada segura. Y es que él trata de hacer eso mismo de diferentes maneras. En primer lugar nos ataca al nivel mental, tratando de desenfocarnos del Señor Jesús para que nos enfóquennos en las circunstancias. ¿Cuántas veces ha tenido éxito en mi vida? He visto que el enemigo busca atraerme alejándome de la seguridad y el confort de las promesas de Dios para que me preocupe y tema a lo que me pueda suceder. Cuando salgo de ese lugar por un momento, de la seguridad de las promesas de Dios, inmediatamente me hago blanco fácil del enemigo. Es cuando comienzo a abrumarme de preocupaciones y dejo de experimentar la paz de Dios a causa de la ansiedad y la preocupación, y ya no experimento la confianza que tenía en el Señor. Mi ansiedad y mi preocupación interrumpen la paz de Dios. Permanecer es morar bajo la protección de las promesas de Dios.

La palabra que se usa aquí para ‘permanecer’, también tiene el sentido de “esperar”. Ya vimos en otro capítulo el peligro de no esperar. ¿Cuántas veces hemos sido alejados sutilmente de ese lugar de intimidad con el Señor? Al igual que Saúl no podemos esperar y tomamos el asunto en nuestras propias manos. Dejamos que nuestra impaciencia nos saque de nuestra morada. Repito, cada vez que salimos de ese lugar, somos blanco del enemigo.

Hay muchas maneras en las que el enemigo nos puede sacar de nuestro lugar de morada en la vid. Algunos han sido atraídos por tentaciones, otros por el deseo de ser reconocidos, otros por el razonamiento humano. Lo que el Señor nos está diciendo aquí es que no debemos dejar que el enemigo ni la carne nos saquen de ese lugar de comunión con el Señor. Mientras permanezcamos en la vid estaremos protegidos y guardados. Cualquier cosa que nos aleje de ese lugar hay que evitarlo. Permanecer es resistir las tentaciones del enemigo que quiere distraernos y sacarnos de nuestro lugar. Nunca debemos salir de ahí; en cambio, debemos abrirnos cada vez más a la vid; aprender a escuchar más de Dios; aprender a depender de Su poder y Su sabiduría. Debemos lidiar con el pecado o cualquier actitud que nos aleje de ese lugar de comunión e intimidad. Nuestra vida depende totalmente de la vid y no podemos permitir que nada nos separe de Él y Su poder, porque solamente en Él podemos experimentar la vida y el ministerio que Él tiene para nosotros.

 

Para orar:

Padre, la lección que da Jesús en la parábola de la vid y los pámpanos es poderosa, pero tengo que confesar que no la he aplicado completamente. Te doy gracias por el deseo de Cristo de estar cerca de nosotros y hacer fluir Su vida a través de nosotros, tal y como lo vemos en este pasaje. Perdóname por no recibir todo lo que Él me quiere dar; por creer que puedo vivir la vida cristiana por mi propia cuenta. Enséñame lo que significa conocer tu poder y sabiduría. Enséñame a depender más de ti. Abre mi corazón para recibir de ti toda la vida, fuerza y sabiduría que me quieres dar, porque sin eso no puedo vivir como tú quieres. Te pido que quites todas las falsas nociones que tengo acerca de mi propia capacidad. Quita cualquier distracción o pecado que me impida experimentar la plenitud de vida que tú me quieres dar. Reconozco y confieso en este momento que solamente por lo que recibo de ti puedo vivir como tú quieres.

 

Capítulo 9 - Separados de Mí

 

“Permaneced en mí, y yo en vosotros. Como el pámpano no puede llevar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí. Yo soy la vid, vosotros los pámpanos; el que permanece en mí, y yo en él, éste lleva mucho fruto; porque separados de mí nada podéis hacer” (Juan 15: 4-5)

Quiero continuar con nuestro análisis de la parábola de la vid y los pámpanos que encontramos en Juan 15. En ella hay una frase que siempre me ha turbado. Aquí Jesús nos dice que separados de Él nada podemos hacer. Esta declaración se encuentra en el contexto de permanecer en la vid y llevar fruto. Jesús nos dice en Juan 15:4 que si no permanecemos en Él no podemos dar fruto. Esto es algo que entendemos en el mundo físico. Hace algún tiempo me encontraba caminando por un campo y me percaté que había una rama tirada en el suelo. Cuando la miré me di cuenta de que rápidamente se moriría, pues no existía ningún tipo de conexión entre la rama y el árbol de donde había sido arrancada. Tampoco había oportunidad alguna de que volviera a producir hojas o frutos. Su vida se había terminado. Entonces pensé acerca de lo que Jesús nos dice en esta parábola, separados de Él somos como esa rama.

En el capítulo anterior vimos que existen dos niveles de conexión con la vid. El primer nivel de conexión es el de la vida y el aliento. Todos necesitamos estar conectados con Dios para vivir y respirar. Nadie puede jactarse de haber logrado algo fuera de la vida y el aliento que Dios da. Es cierto que podemos desarrollar nuestras mentes y habilidades por medio de la disciplina y la práctica, pero aún la capacidad de hacer esto proviene de nuestro Padre Celestial, queramos aceptarlo o no.

A través de la historia de este mundo, los seres humanos han tomado las cosas buenas que Dios les ha dado y las han usado para varios propósitos. Hemos tomado la capacidad que Dios nos ha dado de razonar y la hemos usado para crear todo tipo de inventos y tecnología. Hemos tomado las capacidades físicas que Dios nos ha dado y las hemos usado para alcanzar grandes logros atléticos. También hemos visto que quienes tienen esas grandes habilidades y capacidades han perecido. Las enfermedades y la muerte nos privan de todos nuestros logros. No tenemos el control. Dependemos completamente de Dios.

Cuando Jesús nos dice que separados de Él nada podemos hacer, necesitamos verlo en primer lugar en el sentido de que toda la vida y aliento provienen de Él, y sin esto no pudiéramos existir ni hacer nada en lo absoluto. Dependemos de Él en este nivel tan básico de la existencia.

Sin embargo, necesitamos ir más allá de este conocimiento al segundo nivel de conexión con la Vid Celestial. Puede que una rama esté conectada a la vid y aún así no dé frutos. La rama puede estar viva pero no ser productiva. En el capítulo anterior mencionamos que el segundo nivel de conexión es el de la comunión. A este nivel, nuestra conexión con la vid no es solamente a nivel de la vida y el aliento. Es a este nivel que llegamos a entender y a caminar en el propósito de Dios. Aquí el Señor comunica a nuestro espíritu Su voluntad y lo que tiene en Su corazón para nuestras vidas.

Hay muchas personas que entienden que el aire que respiran se los da Dios. Éstos, entonces, proceden a usar la fortaleza que Dios les provee para hacer cualquier cosa que el corazón de ellos desea. El propósito de Dios no les interesa específicamente. Ellos hacen lo que mejor les parece según sus mentes, sin tener en cuenta lo que dice Dios y sin importarles andar en Sus caminos. De hecho, debido a que muchos de ellos no pertenecen a Dios, no tienen oído para escucharle; no están siendo guiados por el Espíritu de Dios, sino por su propio razonamiento y sabiduría humanos.

Se ha logrado mucho con la fuerza de los hombres. Se han levantado negocios exitosos que producen grandes ganancias económicas. Se han formado grandes naciones y gobiernos basados en la sabiduría humana. Incluso, hasta grandes iglesias han sido establecidas de esa manera. Estas iglesias hasta parecen ser exitosas. Sin embargo, necesitamos analizar esos esfuerzos a la luz de la enseñanza de Jesús en Mateo 7:

“No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos. Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros? Y entonces les declararé: Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad” (Mateo 7: 21-23)

Veamos lo que Jesús nos está diciendo aquí. Él está hablando a los que han profetizado y echado fuera demonios en Su nombre y les dice que Él nunca los conoció. También les dice que son hacedores de maldad. Estas son declaraciones poderosas que no podemos ignorar. A los ojos de Dios estas personas no se encontraban conectadas con Él y lo que hacían separados de Su comunión era malo y como consecuencia tenían que salir de Su presencia. Según las palabras de Juan en el capítulo 15 de su evangelio, tenían que ser cortadas de la vid por ser ramas improductivas.

Sin embargo, también existe la posibilidad de que se use la sabiduría y la fortaleza que viene de Dios de manera contraria a Su propósito. ¿Qué se logra con esto al final? Si estamos usando lo que Dios nos ha dado para cualquier cosa fuera de Su propósito, somos culpables de pecado. Puede que estemos haciendo estos esfuerzos para Dios, pero todavía no son parte de Su propósito para nuestras vidas ni de Su plan para el uso de nuestros dones. Nos presentaremos ante Su presencia como siervos infieles no porque no logramos grandes cosas ante los ojos del mundo, sino porque no fuimos obedientes a Su propósito.

Pienso en el rey Saúl cuando peleaba contra los filisteos en 1 Samuel 13. Sus hombres eran sobrepasados ampliamente en número y comenzaron a temer. Antes de salir al combate, era costumbre para los reyes pedir la bendición de Dios para la batalla. El sacerdote hacía una ofrenda, mientras los soldados se preparaban espiritualmente para enfrentar al enemigo.

Saúl esperaba que Samuel llegara para hacer este sacrificio. Al tardarse Samuel en llegar, Saúl decidió hacer el sacrificio por su propia cuenta. Debido a que no era sacerdote no tenía derecho alguno de ofrecer este sacrificio y el resultado fue la condena inmediata por parte de Dios y un regaño del profeta/sacerdote cuando llegó:

“Entonces Samuel dijo: ¿Qué has hecho? Y Saúl respondió: Porque vi que el pueblo se me desertaba, y que tú no venías dentro del plazo señalado, y que los filisteos estaban reunidos en Micmas, me dije: Ahora descenderán los filisteos contra mí a Gilgal, y yo no he implorado el favor de Jehová. Me esforcé, pues, y ofrecí holocausto. Entonces Samuel dijo a Saúl: Locamente has hecho; no guardaste el mandamiento de Jehová tu Dios que él te había ordenado; pues ahora Jehová hubiera confirmado tu reino sobre Israel para siempre. Mas ahora tu reino no será duradero. Jehová se ha buscado un varón conforme a su corazón, al cual Jehová ha designado para que sea príncipe sobre su pueblo, por cuanto tú no has guardado lo que Jehová te mandó” (1 Samuel 13: 11-14)

Saúl buscaba el favor de Dios ofreciéndole sacrificio. Sin embargo, lo hizo según su propia sabiduría y no en el propósito de Dios. No era el deseo de Dios que Saúl ofreciera este sacrificio (éstos sacrificios solamente podían ser hechos por sacerdotes). Debido a su desobediencia, Saúl perdería su posición como rey.

Lo que estoy tratando de expresar aquí es que solamente cuando estamos conectados con la vid a este nivel de comunión es que podemos entender y caminar en el propósito de Dios. El sacrificio que Saúl hizo a Dios era pecaminoso porque no fue hecho a la manera de Dios. Podemos estar sirviendo a Dios y que este no sea Su propósito para nuestras vidas.

Sin embargo, lo que hace la diferencia es que cuando estamos conectados con Dios y Su propósito es que podemos ser instrumentos de Su poder en este mundo. Con Su vida fluyendo en nuestro interior, llegamos a ser ramas productivas en la vid, dando el fruto que Él quiere que produzcamos. Si quieres producir el fruto que Dios desea, necesitas estar conectado a la vid a este nivel más profundo. No solamente necesitas estar conectado de modo que conozcas Su fortaleza, sino también de tal manera que conozcas Su propósito y dirección. Para esto hace falta comunión con Dios.

Necesitamos entender que existe un fruto espiritual y un fruto de la carne. Es muy posible que tomemos las fuerzas y las capacidades que el Señor nos ha dado y las usemos para mal. Y también es muy posible que tomemos las capacidades que Dios nos ha dado y las usemos para un bien que no es el propósito de Dios para nosotros específicamente.

Como obrero cristiano entiendo que es bastante posible construir una iglesia con el conocimiento y la sabiduría humanos. En la iglesia son muy comunes los cursos de liderazgo y administración. Aunque muchos de estos principios pueden ser de ayuda, necesitamos entender que hay momentos en los que estas técnicas han reemplazado al Espíritu de Dios en nuestras iglesias. No vemos la necesidad de esta constante comunión con Dios porque pensamos que tenemos todas las habilidades y sabiduría para manejar el asunto con nuestro propio conocimiento y experiencia. Es bastante posible hacer la obra de Dios en la carne. Cuando tomamos las habilidades que Dios nos da y producimos fruto según nuestras propias ideas y propósitos, ese fruto no es espiritual, sino carnal.

El fruto espiritual es un fruto que está a tono con el carácter de Dios y Su propósito específico. Es el resultado de la comunión con Dios y Su dirección. El fruto espiritual es un fruto que está empoderado por el Espíritu y es el resultado directo de la savia de la vid que imparte vida a través de nosotros. El fruto de la carne se produce por los esfuerzos y sabiduría humanos. Quienes producen el fruto espiritual son dirigidos por el Espíritu y este filtro marca toda la diferencia.

El apóstol Pablo habla de esto cuando da a los corintios la ilustración de un edificio que se construye sobre un cimiento sólido.

“Porque nadie puede poner otro fundamento que el que está puesto, el cual es Jesucristo. Y si sobre este fundamento alguno edificare oro, plata, piedras preciosas, madera, heno, hojarasca, la obra de cada uno se hará manifiesta; porque el día la declarará, pues por el fuego será revelada; y la obra de cada uno cuál sea, el fuego la probará. Si permaneciere la obra de alguno que sobreedificó, recibirá recompensa. Si la obra de alguno se quemare, él sufrirá pérdida, si bien él mismo será salvo, aunque así como por fuego” (1 Corintios 3: 11-15)

Aquí Pablo nos dice que debemos construir sobre el fundamento de Cristo y Su obra. Sin embargo, observemos que hay quienes construyen con madera, heno y hojarasca. La obra de éstos se quemará con el fuego del juicio de Dios y quedarán desnudos delante de Él en el día de Su ira. Esto no quiere decir que estas personas no hicieron nada con sus vidas; construyeron sobre el cimiento; sin embargo, no lo hicieron con piedras preciosas, el oro y la plata.

A veces tenemos la idea que la referencia a madera, a heno y hojarasca tiene que ver con esfuerzos débiles o vanos. Éste no es el caso. Hay muchos que dedican grandes esfuerzos a construir con estos materiales. Algunas de estas estructuras de madera, heno y hojarasca son muy impresionantes a los ojos del mundo. Hay grandes iglesias construidas así. Hay muchos ministerios impresionantes en este mundo que son de hojarasca. Estos ministerios son muy llamativos ante los ojos humanos, pero Dios ve más allá de lo que nosotros vemos. Estos ministerios no son resultado de Su dirección y Su obra. Son los resultados de esfuerzos humanos y un monumento a la capacidad humana.

Los ministerios de oro, plata y piedras preciosas a veces son pasados por alto, porque lo que Dios considera precioso no siempre es considerado así por los ojos de los hombres. Nuestro precioso Señor Jesús vino en forma de bebé a una familia pobre en Israel. Fue rechazado por las personas de Su tiempo, sin embargo, leemos esto de Él en 1 Pedro 2:

“Acercándoos a él, piedra viva, desechada ciertamente por los hombres, mas para Dios escogida y preciosa” (1 Pedro 2: 4)

El Señor Jesús fue una piedra preciosa que no pudimos apreciar como tal. De hecho, lo rechazamos.

El llamado que Dios hace a nuestras vidas es de estar conectados a la vid de manera tal que podamos caminar en comunión con Él. A medida que servimos buscamos Su dirección y liderazgo; caminamos en Su propósito y edificamos con el material precioso que nos ha dado. Hacemos resistencia a la sabiduría humana a favor de la dirección que le da el Espíritu de Dios a nuestras vidas.

Jesús nos dice que si queremos llevar fruto espiritual que permanezca necesitamos estar conectados a la vid. Apartados de Él y de Su dirección nuestros esfuerzos son vanos, porque si no estamos en comunión con Él, no podemos producir el fruto que Él desea.

Jesús nos advierte de aquellos que vienen a nosotros como lobos vestidos de ovejas.

“Guardaos de los falsos profetas, que vienen a vosotros con vestidos de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces. Por sus frutos los conoceréis. ¿Acaso se recogen uvas de los espinos, o higos de los abrojos? Así, todo buen árbol da buenos frutos, pero el árbol malo da frutos malos. No puede el buen árbol dar malos frutos, ni el árbol malo dar frutos buenos. Todo árbol que no da buen fruto, es cortado y echado en el fuego. Así que, por sus frutos los conoceréis” (Mateo 7: 15-20)

Estos falsos profetas vienen en el nombre de Jesús, pero no están conectados con Él a este nivel de comunión. El Espíritu de Dios no es su guía sino las motivaciones y los deseos humanos. Puede que tengan muchos seguidores, pero sus ministerios no brotan de una profunda comunión con Dios. Ellos no edifican con piedras preciosas, sino con madera, heno y hojarasca.

Si estamos conectados a una zarza produciremos el fruto de ese arbusto. Si estamos conectados a una higuera, daremos el fruto que ella produce, los higos. Si acudimos a la carne, entonces el fruto que demos será de la misma naturaleza. Solamente se puede producir fruto de naturaleza espiritual y que agrade a Dios cuando lo hacemos a partir del Espíritu de Dios. Todo otro esfuerzo es inaceptable e indigno del nombre de nuestro Dios. ¿Estás produciendo fruto espiritual que sea el resultado de una profunda comunión y una íntima conexión con la vid? Solamente podemos producir fruto que permanezca por medio de esta íntima conexión con Él, pues separados de Él no podemos producir el fruto espiritual que a Él le agrada.

 

Para orar:

Padre, gracias por la sabiduría y la fortaleza que nos has dado. Sin embargo, perdóname por haber hecho un dios de mi sabiduría y fortaleza. Ayúdame a darme cuenta que puedo estar muy ocupado en el servicio, pero no estar sirviéndote a ti y que puedo edificar mi ministerio fuera de tu propósito. Enséñame a no solamente a sacar mi fortaleza y sabiduría de ti, sino también a tener comunión contigo y saber cómo tu corazón quiere que yo use esta sabiduría y fortaleza. Enséñame a caminar en obediencia y no en la sabiduría humana. Perdóname por haber sido engañado por las gloriosas estructuras de madera, heno y hojarasca, y no poder ver la belleza escondida de las piedras preciosas que me rodean. Enséñame a percibir que tus caminos no son iguales a los míos.  Enséñame a caminar en una comunión más profunda contigo para que el fruto que produzca en mi vida no sea el fruto de la imaginación y el logro humanos, sino el fruto de tu Espíritu que habita en mí.

 

 

Capítulo 10 - Las Armas de Nuestra Milicia

 

“Pues aunque andamos en la carne, no militamos según la carne; porque las armas de nuestra milicia no son carnales, sino poderosas en Dios para la destrucción de fortalezas” (2 Corintios 10: 3-4)

Al vivir la vida que nuestro Señor nos ha llamado a vivir es seguro que enfrentaremos al enemigo. No pasará mucho tiempo para que el nuevo creyente se dé cuenta de que en verdad hay un enemigo que quiere alejarnos del Señor y Sus propósitos. Las Escrituras nos enseñan que al menos hay tres enemigos con los que tenemos que lidiar en esta vida como creyentes.

 

La filosofía de este mundo

En el capítulo 6 de Efesios el apóstol Pablo se refiere a este mundo oscuro como un enemigo de Cristo.

“Porque no tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes” (Efesios 6: 12)

En el capítulo 12 de Romanos hablaba a los creyentes acerca de la adaptación a los patrones de este mundo:

“Y no os adaptéis a este mundo, sino transformaos mediante la renovación de vuestra mente, para que verifiquéis cuál es la voluntad de Dios: lo que es bueno, aceptable y perfecto” (Romanos 12: 2, LBLA)

Al hablar acerca de este mundo el apóstol se refería a las filosofías impías de esta era. El mundo, tal y como lo conocemos, no se sujeta a los principios de la Palabra de Dios; sus prioridades son muy diferentes a las de la Palabra. Tomemos un momento para examinar lo que este mundo promueve. Analicemos las prioridades y filosofía de quienes no conocen al Señor. ¿Qué nos muestra esto del concepto que tienen de la vida y su significado?

Como creyentes luchamos en contra de las filosofías paganas de nuestra era. Su influencia nos rodea por todas partes, bombardea a nuestros hijos en las escuelas; llena nuestras pantallas televisivas; está presente en las conversaciones que escuchamos día a día en el trabajo y en la cafetería. Incluso puede hasta impactar la manera en que llevamos a cabo los asuntos de la iglesia.

 

La Carne

El segundo enemigo que enfrentamos es la carne. Cuando hablamos de ella nos referimos a los apetitos y deseos de la naturaleza pecaminosa con los cuales nacimos. La carne nunca va más allá de la superficie, y la vemos explotar en ira, celos y amargura. Sentimos la atracción de su concupiscencia. Imaginemos por un momento dónde estaríamos hoy si hubiésemos dejado que estos deseos malvados de la carne estuviesen en nosotros libres y sin restricciones. Los pensamientos de la carne son malos por naturaleza. Jeremías decía esto del corazón del hombre:

“Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso; ¿quién lo conocerá?” (Jeremías 17: 9)

El corazón y la mente humanos han sido la fuente de todo mal imaginable. Las guerras, los crímenes, las inmoralidades, la corrupción y el engaño, todos provienen de este corazón malvado. Debemos batallar contra los impulsos de esta carne pecaminosa. Diariamente escuchamos su llamado. Aunque las influencias de este mundo son externas, este enemigo batalla desde adentro. Si queremos vivir la vida que Dios espera de nosotros, debemos combatir contra nuestra propia naturaleza pecaminosa.

 

El diablo

El tercer enemigo que necesitamos añadir a esta lista es el diablo. La Biblia nos enseña que Satanás y sus ángeles hacen guerra contra nosotros, los que creemos en el Señor Jesús. Pedro conocía la realidad de este enemigo cuando dijo a sus seguidores:

“Sed sobrios, y velad; porque vuestro adversario el diablo, como león rugiente, anda alrededor buscando a quien devorar; al cual resistid firmes en la fe, sabiendo que los mismos padecimientos se van cumpliendo en vuestros hermanos en todo el mundo” (1 Pedro 5: 8-9)

Pedro nos describe a Satanás como un león rugiente buscando a quién devorar. Por medio de las Escrituras entendemos que Satanás tiene un ejército de demonios que le sirven en sus planes malvados. Como creyentes somos su presa favorita. Con el mundo y la carne como sus aliados muchos han caído.

La pregunta que debemos analizar aquí es la siguiente: ¿Cómo es que podemos vencer a los enemigos que nos rodean? La filosofía de este mundo nos bombardea desde el momento en que nacemos. Nos rodea en el trabajo y en las conversaciones diarias. Nuestra carne pecaminosa nos grita desde nuestro interior con sus deseos y pasiones poderosas. Nuestro adversario el diablo, con sus legiones de ángeles malignos, apuntan sus flechas contra nosotros en cada oportunidad. Literalmente estamos rodeados de un enemigo que es más poderoso que nosotros.

El razonamiento humano es insuficiente para batallar contra estos enemigos. Los caminos de Dios no son nuestros caminos, y lo que parece razonable para nosotros, no siempre lo es para Dios. Nuestra sabiduría humana está manchada con la carne y no podemos confiar en ella.

Podemos disciplinarnos con todas nuestras fuerzas para vencer la carne. Podemos ocultarnos del mundo, pero, ¿nos dará esto la victoria? Recuerdo haber escuchado un mensaje que se predicó sobre lo que Jesús dijo en el Sermón del Monte, el cual se encuentra en Mateo 5:

“Por tanto, si tu ojo derecho te es ocasión de caer, sácalo, y échalo de ti; pues mejor te es que se pierda uno de tus miembros, y no que todo tu cuerpo sea echado al infierno. Y si tu mano derecha te es ocasión de caer, córtala, y échala de ti; pues mejor te es que se pierda uno de tus miembros, y no que todo tu cuerpo sea echado al infierno” (Mateo 5: 29-30)

El predicador les preguntó a sus oyentes cuántas partes de su cuerpo se hubieran tenido que cortar antes de que sus pensamientos y actitudes fuesen santos. La realidad del asunto es que podemos sacarnos nuestros ojos, cortar nuestras orejas, cosernos la boca, cortarnos los brazos y las piernas, y aún así, estaríamos muy lejos de la santidad. Podemos sacarnos nuestros ojos y seguir codiciando, cortarnos las manos y seguir ambicionando.

¿Acaso creemos realmente que podemos vencer a nuestros enemigos con nuestra propia sabiduría y nuestra propia fuerza? ¿Cómo podemos lidiar con un enemigo que no podemos ver? ¿Cómo podemos tratar con una fuerza que es mayor que nosotros?

Esto es a lo que Pablo se refiere en 2 Corintios 10 cuando dice:

“Pues aunque andamos en la carne, no militamos según la carne; porque las armas de nuestra milicia no son carnales, sino poderosas en Dios para la destrucción de fortalezas” (2 Corintios 10: 3-4)

Pablo nos recuerda que nuestra guerra no es como la del mundo. Las armas con las que peleamos no son las armas del mundo. Ninguna fuerza militar jamás podrá purificar el corazón humano y hacerlo que esté bien con Dios. Ninguna cantidad de medicina puede sanar el alma o hacer que una persona pecaminosa esté bien con Dios. Ninguna investigación científica será capaz de resolver los problemas del malvado corazón del hombre. Ninguna disciplina o religión nos hará perfectos y justos ante un Dios santo.

Nuestro problema es aún mayor y es por eso que Pablo nos dice que si queremos vencer al enemigo no podemos hacerlo con nuestras armas terrenales. Para vencerlo necesitamos las armas y armadura espirituales.

Necesitamos una protección superior a nosotros. La única manera en que podemos permanecer en victoria en el día de tentación y maldad es poniéndonos la armadura de Dios. Esta armadura por sí sola nos protegerá de los ataques internos y externos del enemigo. Sin ésta fracasaremos. Necesitamos la protección de Dios si queremos vencer las fuerzas del mal que nos rodean. Solo Él nos puede guardar. Debemos aprender a confiar en Él y no en nuestra propia capacidad.

¿Cuántas veces hemos intentado vencer al enemigo con armas terrenales? Y es que de una forma u otra seguimos pensando que si nos disciplináramos tan solo un poco más, podríamos vencer. Si nos separáramos tan solo un poco más de estas influencias, podríamos dominarlas. Batallamos contra nuestras concupiscencias y deseos, y pareciera que por un tiempo podríamos controlarlos con disciplina, pero sabemos que ellos siguen estando allí debajo de la superficie.

Esta guerra no se trata tanto de disciplina y esfuerzo humanos, sino de la obra milagrosa de Dios en nuestros corazones. En Canadá, donde vivo, hay ciertas épocas del año donde hay mucho riesgo de incendios forestales. Estos incendios pueden descontrolarse por completo y destruir cientos de kilómetros de bosques. Una de las maneras de lidiar con un fuego que es muy difícil de apagar es haciendo un incendio controlado de una sección del bosque justo antes del lugar por donde va a pasar el fuego, para que cuando llegue a esa sección no quede nada que pueda quemar y se extinga. Así es como sucede también en nuestras vidas. Si queremos vencer al enemigo, tenemos que quemar todo aquello de lo que se pueda alimentar; pero para que eso suceda debemos dejar que el Espíritu de Dios cambie nuestro interior. Debemos permitirle que corte esas actitudes y pecados de los cuales el mundo, la carne y el diablo se alimentan.

Pablo nos recuerda en 2 Corintios 10: 3-4 que tenemos un poder divino para combatir al enemigo. Este poder divino en la persona del Espíritu Santo, por medio de la Palabra de Dios está obrando constantemente en nuestras vidas a medida que nos rendimos a Él. Él cambia el corazón del creyente; nos hace más como Cristo y nos despoja de todo aquel combustible del cual el enemigo se alimenta, para cuando éste llegue a atacarnos no tenga ventaja sobre nuestras vidas.

Un análisis rápido de la armadura que Dios nos llama a usar nos muestra que es la armadura de la verdad, la justicia, la fe y la salvación. Estas son características que nos darán la victoria sobre los ataques del enemigo; son cualidades que el Señor quiere formar diariamente en nosotros por medio de Su Espíritu Santo. Por medio de Su poder Él transforma nuestro ser interior.

Para vencer al enemigo necesitamos del poder renovador de Dios en nuestro interior. Derrotar al enemigo tiene que ver con permitirle a Dios que produzca el fruto de Su Espíritu en nosotros. Es el carácter de Cristo lo que el Espíritu forma en nosotros para protegernos y nos provee de la armadura que necesitamos para enfrentar al enemigo y sus ataques. Nuestras armas no son militares, ni médicas ni tecnológicas. No las encontramos en programas ni en razonamiento humano ni en la disciplina ni en las actividades religiosas. Puedes gritarle al diablo todo lo que tú quieras y decirle que tienes autoridad sobre él, pero no serás una amenaza para él si las cualidades de la verdad de Cristo, la justicia, la fe y la salvación no abundan en ti.

Lo que debemos entender en esto es que las armas de nuestra milicia o de nuestra guerra contra el enemigo no son humanas ni carnales. Podemos ir a la iglesia todos los domingos y aún así no vencer al enemigo. Las iglesias están llenas de cristianos derrotados. Puedes ir a un seminario o instituto bíblico y entender todo lo que hace falta acerca de teología y de la Biblia, y aún así, vivir una vida cristiana derrotada. Ejemplos innumerables abundan de pastores entrenados y obreros cristianos capacitados que caen en pecado. Puedes cortar cada parte del cuerpo y aún así luchar contra el pecado en tu mente y en tu corazón. Al final, ganar la batalla tiene que ver con permitirle al Espíritu Santo formar en nosotros el carácter de Cristo. Finalmente, no se trata tanto de lo que hagamos sino de lo que le dejemos hacer al Espíritu en nosotros.

Cuando el rey Josafat llegó al trono comenzó inmediatamente un proceso de reforma en la nación. Su deseo era restaurar la nación para Dios. Esto no implicó ausencia de problemas. En 2 Crónicas 20 se nos narra acerca de los ataques de los moabitas y amonitas. Josafat sintió miedo a causa del número de soldados que venían en su contra. Él vio que el enemigo era más poderoso que su ejército y que militarmente no podían hacerle frente. Él fue al Señor en oración y buscó Su consejo y el Señor respondió su oración por medio de un profeta llamado Jahaziel. Estas son sus palabras:

“Y estaba allí Jahaziel hijo de Zacarías, hijo de Benaía, hijo de Jeiel, hijo de Matanías, levita de los hijos de Asaf, sobre el cual vino el Espíritu de Jehová en medio de la reunión; y dijo: Oíd, Judá todo, y vosotros moradores de Jerusalén, y tú, rey Josafat. Jehová os dice así: No temáis ni os amedrentéis delante de esta multitud tan grande, porque no es vuestra la guerra, sino de Dios. Mañana descenderéis contra ellos; he aquí que ellos subirán por la cuesta de Sis, y los hallaréis junto al arroyo, antes del desierto de Jeruel. No habrá para qué peleéis vosotros en este caso; paraos, estad quietos, y ved la salvación de Jehová con vosotros. Oh Judá y Jerusalén, no temáis ni desmayéis; salid mañana contra ellos, porque Jehová estará con vosotros” (2 Crónicas 20: 14-17)

Veamos varios detalles que hay presentes en estas importantes palabras de Jahaziel. En primer lugar Dios le dijo a Su pueblo que la batalla no era de ellos sino de Él (versículo 15). En segundo lugar, no necesitarían pelear esta batalla (versículo 17). Y finalmente lo único que tenían que hacer era quedarse en sus puestos y dejar que el Señor peleara por ellos y les diera la victoria (versículo 17).

La verdad de este pasaje es fundamental si queremos vencer al enemigo que hoy nos rodea. Al igual que Josafat, las fuerzas contrarias son mayores y más fuertes que nosotros. No debemos confiar en nuestras propias fuerzas. Sin embargo, nuestro Dios nos promete venir a nuestro auxilio. Él peleará por nosotros porque solo Él puede vencer. Él nos llama a mantenernos firmes y a observar lo que Él está dispuesto a hacer; Él sacará los pensamientos y actitudes malvados de nuestra carne; alejará las influencias malignas de este mundo; aplastará a Satanás bajo nuestros pies (Romanos 16:20). La batalla es del Señor, Él la peleará; te protegerá con Su armadura; te llenará con Su Santo Espíritu y te dará la victoria que necesitas. La batalla que tenemos por delante no puede ganarse con armas ni destrezas humanas; ha de pelearse en la fortaleza del Señor y en el poder de Su Espíritu. Cualquier otro esfuerzo está propenso al fracaso.

 

Para orar:

Señor, confieso que estoy rodeado por un enemigo que es superior a mí. Ayúdame a nunca subestimar la naturaleza de esta gran batalla espiritual. Confieso que en ocasiones he sobrevalorado mi capacidad de resistir y vencer a este enemigo. Reconozco que he sido influenciado por las filosofías paganas de mi época. Confieso que también batallo contra mi propia naturaleza pecaminosa. Vengo a ti en este día reconociendo que el enemigo que hay en mi interior y a mi alrededor me supera. Necesito que tú pelees por mí.

Gracias por proveerme la armadura que necesito para resistir al enemigo. Gracias Espíritu Santo por formar la armadura desde mi interior al transformar mi vida y conformarla más a la de Cristo. Me rindo a tu obra en mí. Perdóname por confiar en mis propias fuerzas para vencer. Dame la gracia para mirarte y buscar en ti la victoria que necesito. Gracias porque en ti y solamente en ti soy más que vencedor.

 

 

Capítulo 11 - Más que Vencedores

 

“Antes, en todas estas cosas somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó” (Romanos 8:37)

Muchas personas consagradas que están llenas del Espíritu Santo y que andan en Él han sufrido mucho por el Evangelio. El apóstol Pablo es uno de esos ejemplos. Él enfrentó grandes obstáculos en la vida. Él sabía lo que era ser apedreado y rechazado por predicar la verdad que Dios había puesto en su corazón. Fue golpeado y dejado por muerto; pasó por un naufragio, fue ridiculizado, y todo esto sucedió mientras caminaba con Dios y seguía la dirección y las instrucciones del Espíritu. El Señor Jesús también entendía las dificultades y los sufrimientos, pues también fue burlado, ridiculizado y finalmente crucificado por nuestra causa.

Muchos vienen al Señor pensando que se van a librar de la luchas y del sufrimiento; y cuando la realidad de la vida cristiana los golpea, se les hace difícil. El apóstol Pablo nos dice que todo aquel que quiera vivir una vida santa, sufrirá.

“Y también todos los que quieren vivir piadosamente en Cristo Jesús padecerán persecución” (2 Timoteo 3: 12)

Esta es una realidad para la cual no todos los creyentes están preparados. El hecho de ser cristianos nos convierte en el blanco del enemigo. ¿Por qué debería sorprendernos que el enemigo dispare a los soldados en medio de la batalla? Imaginemos a un soldado que vaya a la guerra pensando que las cosas van a ser fáciles. Como en cualquier batalla, necesitamos entender que la intención del enemigo es dispararnos y destruirnos.

Pablo estaba muy consciente de que el creyente enfrentaría gran oposición en la vida. En Romanos 8:35 habla acerca de los problemas, las vicisitudes, la persecución, el hambre, la desnudez, el peligro y la espada. Personalmente el apóstol había experimentado la realidad de todo esto en su vida y él cita el pasaje del Salmo 44:22:

“Como está escrito: Por causa de ti somos muertos todo el tiempo; somos contados como ovejas de matadero” (Romanos 8: 36)

Hacía mucho que el salmista había experimentado la realidad del sufrimiento; “somos muertos todo el tiempo”, decía. Esta no es una realidad muy atractiva.

Sin embargo, este es el contexto que el apóstol Pablo menciona en el versículo 37 de Romanos 8. Aquí él dice cosas muy importantes a quienes se han enrolado en el ejército del Señor. Examinémoslas más detenidamente.

 

"En todas estas cosas"

Observemos la frase “en todas estas cosas”. Pablo acababa de hablar de los problemas que había experimentado: tribulación, angustia, persecución, hambre, desnudez, peligro y espada. Es en todas estas cosas que somos más que vencedores. La palabra “en” es significativa. Al usarla Pablo nos está diciendo que atravesaríamos todas estas vicisitudes; sin embargo, nuestra victoria está “en” estos problemas. El enemigo arremete en contra nuestra, nos abruma con sus lanzas y flechas y enfrentamos toda una guerra. Pero la victoria no viene si salimos de la batalla; necesitamos estar “en” ella para ganarla. Sufriremos oposición y ataques pero somos llamados a enfrentar con valentía estos obstáculos. No debemos temerle a la batalla. Dios promete que mientras estemos “en” ella tendremos la victoria. A veces no experimentamos la victoria porque no estamos “en” la batalla; porque para ganarla hay que pelearla. Dios nos llama a marchar hacia adelante con valor, a mantenernos firmes y a actuar en fe. Él te puede dar la victoria si estás dispuesto a enfrentar la batalla. “En todas estas cosas” dice Pablo “somos más que vencedores”. Esto debería desafiarnos a levantarnos y tomar nuestro lugar. Habrá dificultades y sufrimientos temporales, pero se nos ha prometido la victoria.

 

"Más que vencedores"

En segundo lugar veamos que Pablo  nos dice que somos “más que vencedores”. Hay otras versiones que traducen esta frase de esta manera: “tenemos una victoria aplastante”. El enemigo, a la verdad, es muy poderoso. Enfrentamos grandes obstáculos y sufrimientos en el camino a la victoria. Sin embargo, el poder de Dios es  tan grande que nuestra victoria es aplastante. Mucho más que ganar la batalla, humillamos a nuestros oponentes. Por mucho que lo intenten no podrán infligir o causar el daño que desean. El poder de Dios que obra en y a través de nosotros va mucho más allá de lo que cualquier enemigo pueda soportar. No hay manera alguna en que pueda ganar la batalla.

 

"Por medio de Aquel que nos amó"

Necesitamos ver algo más en este versículo. Observemos que la victoria es por medio de Aquel que nos amó. Este es un aspecto muy significativo. Si queremos obtener la victoria tendrá que ser “por medio” del Señor Jesús y Su fortaleza. No obtendrás la victoria con tu propia sabiduría y habilidad humanas. Si tú tratas de ir a la batalla con tus propias fuerzas, fracasarás. Si confías en tu sabiduría no podrás tener éxito. Obtendrás la victoria solamente “por medio” de Cristo.

Si nuestra victoria es “por medio” de Cristo, debemos confiar en Él, no importa lo que suceda. Esto puede hacernos atravesar por aguas tempestuosas, y no siempre vamos a entender lo que el Señor está haciendo en y a través de nosotros.

Si hay una cosa cierta que el enemigo quiere hacer es alejarnos del lugar de confianza y obediencia. Él sabe que si te puede sacar de ahí tendrá éxito. Job atravesó por tiempos muy difíciles como siervo de Dios; perdió a sus hijos, sus posesiones y el apoyo de su esposa. Se sentó sobre un montón de cenizas rascándose las llagas de su cuerpo con un tiesto. Veamos lo que él dijo:

“He aquí, aunque él me matare, en él esperaré” (Job 13:15)

Job no sabía lo que el Señor estaba haciendo. No entendía por qué Dios lo estaba despojando de todo lo que tenía. Sin embargo, él sabía que no importaba lo que le sucediera, necesitaba seguir confiando en el Señor. Él no podía abandonar aquel lugar de confianza en Dios. Nuestra victoria es a través de Cristo. Solamente cuando esperamos en Él y confiamos en Su fortaleza y sabiduría, la victoria es posible.

El cirujano necesita hacer una incisión para curarnos. El suelo áspero necesita romperse para que esté listo para producir. Este proceso de abrir con el bisturí del cirujano o romper la tierra con el pico del jardinero, no es muy agradable. Muchas veces huimos y no dejamos que el Señor nos quebrante. Puede que no entendamos lo que el cirujano está haciendo, pero podemos estar seguros de que si no confiamos en él lo suficiente para que nos opere, nunca experimentaremos la sanidad que necesitamos. Así pasa con el Señor. Job entendía lo que era que el Señor lo matara. Él estuvo bajo el bisturí del Señor cuando fue despojado de su familia y posesiones. Aunque esto en verdad era difícil, Job entendía que su victoria solamente tendría lugar sometiéndose a ese bisturí. Él se rindió a Dios y a lo que Él hacía en su vida.

El enemigo tratará de apartarnos de esa operación que nos hace el Señor y hará lo mejor que pueda para hacernos temer. Colocará la duda y la confusión en nuestras vidas para sacudir nuestra confianza. Sin embargo, a medida que esperamos y nos rendimos a la disciplina del Señor, experimentamos la sanidad y la victoria que necesitamos. Si nuestra victoria es por medio del Señor, tenemos que asegurarnos de rendirnos a Él sin importar cuán doloroso sea el proceso. Necesitamos poner toda nuestra confianza en lo que Él está haciendo y lo que está permitiendo que suceda en nuestras vidas.

Pablo continúa diciéndonos en este pasaje que a pesar de las dificultades y los problemas que aparecen en el camino, no hay nada que nos pueda separar del amor de Dios (ver Romanos 8:38). Satanás puede lanzar lo que quiera en contra nuestra, pero nunca podrá separarnos del amor de Dios. Aquí hay algo que debemos entender. Cuando Pablo habla acerca del amor de Dios, ¿lo hace refiriéndose solamente a la verdad de Su amor o lo hace también refiriéndose a la experiencia de ese amor?  Es cierto que Dios siempre nos amará sin condiciones. Esta es una verdad maravillosa. Sin embargo, lo que necesitamos entender aquí es que Pablo nos está diciendo que Satanás no puede separarnos de la experiencia de ese amor. No importa cuán difícil sea la persecución, no solamente sabrás que Dios te ama sino que también podrás experimentar la realidad de ese amor cuando enfrentes las pruebas.

¡Qué increíble imagen se nos presenta en este pasaje! El enemigo arremete con venganza y crueldad, pero no importa lo que haga, los hijos de Dios continúan inmersos en la realidad del amor de Dios. Por fuera la tempestad azota, pero en el interior descansamos en el cálido y confortable amor de Dios. Él demuestra Su amor en la paz y seguridad que nos da y lo vemos en Su consuelo y provisión.

Cuando Esteban estaba siendo apedreado como lo vemos en el libro de los Hechos, él miró hacia arriba y vio al Señor llamándolo a Su presencia. Sí, el enemigo destruyó su cuerpo, pero mientras la tormenta azotaba el exterior, Esteban estaba siendo inmerso en el amor de Dios. Satanás había sido derrotado poderosamente a pesar de la muerte de Esteban. La iglesia crecía a medida que se incrementaba la persecución. Nada podía detener lo que Dios estaba haciendo. Satanás seguía atacando, pero Dios continuaba derramando Su poder y Su amor en Su iglesia.

La realidad del asunto es que el enemigo no puede vencer. Es cierto que sufriremos mucho por causa del Evangelio, pero a los que están en Cristo, se les ha prometido la victoria. Dios derrotará a Satanás. Al salir a la batalla puede que suframos, o hasta incluso, perdamos la vida; pero no perderemos la guerra si permanecemos en Él.

 

Para orar:

Señor, reconozco que caminar en tu Espíritu no significa tener una vida libre de problemas. De hecho, caminar en tu Espíritu puede que signifique más sufrimientos y tribulaciones. Ayúdame a entender la naturaleza de la batalla que tengo por delante. Prepárame para enfrentarla. Gracias porque has prometido que la victoria viene cuando estoy “en” medio de la batalla. Enséñame a estar dispuesto a salir a esta batalla confiando en que me darás la victoria.

Gracias Señor, porque la victoria es por medio de ti y de tu obra. Gracias porque el enemigo no puede vencerte. Confieso que no puedo obtener la victoria con mis propias fuerzas, por eso te pido que me enseñes a poner mis ojos en ti. Enséñame a confiar más en ti y a rendirme más al bisturí del Cirujano, sabiendo que todo lo que haces es para mi bien. Dame humildad para dejar que obres en mí y a mi favor. Ayúdame a obedecer sin importar las consecuencias, sabiendo que la victoria puede ser mía en ti y en obediencia a tu propósito.

 

 

Capítulo 12 - Llenos del Espíritu

 

“No os embriaguéis con vino, en lo cual hay disolución; antes bien sed llenos del Espíritu” (Efesios 5: 18)

Para concluir este estudio es importante analizar el texto de Efesios 5:18. En este pasaje el apóstol Pablo nos dice que debemos ser llenos del Espíritu. Por años, este tema ha sido la fuente de muchos debates teológicos. No es de nuestro interés entrar en este debate; sin embargo, es esencial que examinemos esta enseñanza de Pablo y caminemos en obediencia. Permítanme examinar este tema por medio de una serie de preguntas.

 

¿Qué es ser lleno del Espíritu?

¿Qué es ser lleno del Espíritu? Al tratar de responder esta pregunta, me gustaría comenzar analizando lo que Pablo enseña en Romanos 8:

“Mas vosotros no vivís según la carne, sino según el Espíritu, si es que el Espíritu de Dios mora en vosotros. Y si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de él” (Romanos 8: 9)

Pablo nos dice que la marca del verdadero cristiano es la presencia del Espíritu Santo en su vida. En otras palabras, la vida espiritual que tenemos es la vida del Espíritu Santo en nosotros. Sin el Espíritu y el perdón del Señor Jesús, estaríamos muertos en nuestros pecados. Es el Espíritu Santo el que nos abre los ojos a la realidad de Dios y Sus promesas. Es Él quien rompe nuestra rebeldía y abre nuestros corazones a las cosas de Dios. Es Su obra en nosotros lo que nos transforma a la imagen de Cristo y nos da el poder para servirle. Sin Él no hubiera salvación ni vida espiritual. Pablo expresa claramente esto en Romanos 8 cuando dice que si no tenemos el Espíritu Santo no pertenecemos a Cristo. Todos los que pertenecemos a Cristo hemos sido sellados con el Espíritu Santo.

“En él también vosotros, habiendo oído la palabra de verdad, el evangelio de vuestra salvación, y habiendo creído en él, fuisteis sellados con el Espíritu Santo de la promesa” (Efesios 1: 13)

Sin embargo, es posible que el creyente tenga el Espíritu Santo y no esté lleno de Él. Es por esto que Pablo desafía a los creyentes en Éfeso a que sean llenos del Espíritu. La palabra griega usada por Pablo en este versículo comunica algo que no queda completamente expresado cuando se traduce al español. La idea que da el término griego, es que debemos seguir siendo llenos del Espíritu Santo. En otras palabras, cada día necesitamos buscar la llenura fresca del Espíritu Santo para enfrentar el día.

¿Cuál es la diferencia entre tener el Espíritu Santo en mi vida y ser lleno de Él? El Espíritu Santo vive en cada creyente pero no siempre ocupa todo su ser. Hay creyentes que no se han rendido al ministerio y a la dirección del Espíritu Santo en sus vidas. Hay creyentes que viven en rebeldía contra el llamado y la convicción del Espíritu. Hay otros que no han aceptado la realidad de que necesitan al Espíritu Santo en sus vidas y ministerios. En cambio, tratan de hacer la obra del Espíritu Santo por sí mismos. Tratan de ministrar basados en la fortaleza y sabiduría humanos. Tratan de manipular y convencer a las personas que vengan a Cristo, pero no lo hacen dependiendo de la obra del Espíritu Santo en ellos.

Pablo les dice a los efesios.

“Y no contristéis al Espíritu Santo de Dios, con el cual fuisteis sellados para el día de la redención” (Efesios 4: 30)

Observemos en Efesios 4 que aunque estos creyentes estaban sellados con el Espíritu Santo, también lo entristecían con sus vidas. El apóstol también les recordaba a los creyentes de Tesalónica

“No apaguéis al Espíritu” (1 Tesalonicenses 5: 19)

De estos dos versículos podemos entender que es muy posible tener al Espíritu Santo en nuestras vidas y al mismo tiempo contristarlo o apagar Su fuego. Apagamos Su fuego con nuestro pecado y rebeldía; por nuestra desobediencia a Su liderazgo. A causa de nuestro orgullo lo ponemos a un lado.

La realidad es que el Espíritu de Dios quiere guiarnos y llevarnos a toda verdad. Él  nunca se va imponer. Sin embargo, cuando abres tu corazón a Su dirección Él te llena con Sus pensamientos; dominará tus actitudes; se moverá en tu lenguaje y lo adornará con el carácter de Cristo. Él llenará el vacío y la soledad que sientas; vendrá y esparcirá Su bálsamo santo sobre tus heridas; romperá la dureza de tu corazón y te traerá gracia y compasión. Puedes tener el Espíritu Santo en tu vida y tenerlo confinado en un rincón o puedes invitarlo a que ocupe cada espacio de ti.

 

¿Puedo perder esta llenura?

Cuando hablamos de perder nuestra llenura no estamos refiriéndonos a que el Espíritu Santo nos abandona. Esto es otro asunto completamente diferente. Vemos que las Escrituras nos advierten de no contristar al Espíritu Santo ni apagar Su fuego, sin embargo, debemos admitir que sí es posible resistir los elementos de la obra del Espíritu de Dios y hacerlo a un lado. Hay muchos creyentes que no están caminando con el Señor tan cerca de Él como una vez lo hicieron. Ser lleno del Espíritu Santo es algo que necesitamos buscar constantemente en nuestras vidas. Es por eso que el apóstol Pablo nos dice que debemos seguir llenándonos.

Imaginemos un matrimonio donde el esposo y la esposa no toman el tiempo para comunicarse. Imaginemos que cada uno de ellos se ha encerrado en sí mismo en su pequeño mundo. Ella va por un camino y él va por el otro. A duras penas se ven y cuando lo hacen, hablan de cosas superficiales. ¿Qué le sucederá a este matrimonio? Si esta pareja no busca una solución, pronto caerán en problemas. Un jardín que no se atiende, pronto tendrá malas hierbas, las cuales ahogarán las plantas buenas y hará que el jardín deje de existir.

Esto también sucede en nuestro andar con Dios. Si no cultivas tu andar con Dios pronto verás que tu relación con Él se perjudicará. Si no somos obedientes al llamado y a la dirección del Espíritu Santo, pronto veremos las consecuencias en nuestras vidas. Él te parecerá distante; te sentirás sin poder; y no verás el carácter de Cristo demostrado en tu vida. Aunque el Espíritu Santo no nos abandona, ciertamente podemos perder la intimidad, la cercanía y el poder que una vez experimentamos.

 

¿Podemos ser llenos en verdad?

Esto nos conlleva a otra cuestión importante. ¿Puedo ser verdaderamente lleno con el Espíritu Santo? La palabra llenar puede confundirnos. Permíteme compartir esto por medio de una ilustración que el Señor me dio hace ya algún tiempo. En este cuadro vi una taza y me percaté de que estaba llena de café. Mientras observaba, pude ver unas manos descendiendo que alcanzan la taza hasta su interior y ampliaban sus lados haciendo que ésta fuera más grande. Recuerdo ver que el nivel de café en la taza había descendido porque ahora ésta era de mayor capacidad. Sentí cierto vacío. Al mirar la taza el Señor me recordaba que ninguna gota de café había salido de la taza; simplemente parecía más vacía porque la taza era más grande. El Señor me recordó en ese tiempo que así sucede con la vida cristiana. Hay veces que el Señor aumenta nuestra capacidad de Él y nos sentimos vacíos porque hemos llegado a entender que todavía hay mucho más de Dios de lo que antes pensábamos.

¿Será posible que lleguemos a estar completamente llenos del Espíritu Santo? Mientras Dios siga aumentando nuestra capacidad de Él, siempre habrá lugar para más. Nunca agotaremos el suministro de Dios. Nunca podremos decir que hemos llegado a experimentar todo acerca de Él. Nunca podremos decir que estamos completamente llenos, porque aún si así fuera, Dios pronto nos aumentaría la capacidad y descubriríamos que hay mucho más acerca de Él de lo que jamás imaginamos. Quizás esa sea la razón por la cual somos llamados a ser llenos del Espíritu Santo constantemente. Podemos recibir la llenura del Espíritu cada día por el resto de nuestras vidas y solamente sería el comienzo de descubrir el poder y la sabiduría de Dios. Sigan siendo llenos. Nunca llegarán al fin de Su provisión.

 

¿Por qué necesito ser lleno?

¿Por qué necesito ser lleno del Espíritu Santo? Supongo que ya hemos respondido esta pregunta en el transcurso de este estudio. Necesitamos ser llenos porque no podemos hacer la obra del reino sin el ministerio del Espíritu de Dios. Necesitamos ser llenos porque nuestra sabiduría humana es defectuosa y no puede ayudarnos a atravesar los momentos difíciles que nos encontramos en el camino. El reino de Dios no puede edificarse sobre la base de la fuerza humana. El carácter de Cristo no se puede producir mediante religión y esfuerzo humanos. Necesitamos del Espíritu Santo para que haga esta obra.

 

¿Cuál es el resultado de esta llenura?

¿Qué sucede cuando el Espíritu Santo nos llena? El resultado de esta llenura será obvio. Hay dos cosas que suceden cuando dejamos que el Espíritu de Dios nos llene y tome el control total de nuestras vidas.

En primer lugar, comenzaremos a ver una clara demostración del fruto del Espíritu Santo en nuestras vidas. Veamos lo que Pablo dice en Gálatas 5: 22-23

“Mas el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza; contra tales cosas no hay ley” (Gálatas 5: 22-23)

La primera evidencia de la llenura del Espíritu será un cambio en nuestro carácter. El fruto del amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza será evidente en nosotros. Esto no es algo que la carne produzca de manera natural. Es el carácter del Señor Jesucristo siendo producido en nosotros. Cuando el Espíritu Santo llena nuestra mente, cambiamos nuestra manera de pensar; cuando llena nuestra moral, la renueva. A medida que nos rendimos al ministerio del Espíritu Santo, Él produce el carácter de Cristo en nosotros. Dondequiera que Él se mueve deja el perfume del carácter de Cristo. Cuando nos rendimos e invitamos al Espíritu a llenar cada parte de nuestro ser, Él produce el fruto de Su carácter en nosotros. El primer resultado de la llenura del Espíritu se verá en el cambio que sucede en tu vida. Las cosas viejas comienzan a desaparecer; Dios hará algo nuevo en tu vida; seremos más como Jesús.

“De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas” (2 Corintios 5:17)

El segundo resultado de esta llenura es la creciente evidencia de los dones del Espíritu Santo. Él no solo viene a producir el carácter de Cristo en nosotros sino que también viene a empoderar al creyente para el servicio en el reino de Dios. Hay varios pasajes en las Escrituras que hablan de los dones que el Espíritu de Dios da a la iglesia. Pablo los menciona en Romanos 12: 

“De manera que, teniendo diferentes dones, según la gracia que nos es dada, si el de profecía, úsese conforme a la medida de la fe; o si de servicio, en servir; o el que enseña, en la enseñanza; el que exhorta, en la exhortación; el que reparte, con liberalidad; el que preside, con solicitud; el que hace misericordia, con alegría” (Romanos 12: 6-8)

El Espíritu de Dios viene a darnos la capacidad de servir en la expansión de Su reino en este mundo. Al rendirnos a Él y abrirnos a Su dirección y liderazgo, nos da el poder para servir en el reino. Nos equipa con dones especiales y el llamado a la obra del ministerio.

Solamente cuando nos rendimos al Espíritu de Dios y nos movemos en Su poder podemos vencer en verdad. Al morir a nuestros esfuerzos y comenzar a depender de la obra del Espíritu Santo, veremos que Dios obra de manera que nunca pensamos. Hay vidas que serán cambiadas debido a que el Espíritu de Dios nos está usando. El reino de Dios se expandirá porque no estamos confiando en armas terrenales para la victoria.

Hace algún tiempo el Señor me habló de manera muy poderosa en cuanto a este asunto de la llenura. Mientras oraba, Él me mostraba una imagen de una vasija de barro encima de un precipicio. La vasija estaba inclinada derramando el contenido sobre el precipicio formando una cascada; y entendí que Dios me estaba llamando a ser esa vasija.

Sin embargo, pasaron algunos meses y el Señor me habló de nuevo. Vi la misma vasija de barro, pero esta vez, en lugar de estar inclinada hacia un lado, la vasija estaba derecha. En esta ocasión me quedé observando y el agua de la vasija rebozaba y se derramaba por todos los lados de la misma y hacia el precipicio. Sentí que el Señor me hablaba y me decía: “Wayne, has estado dando de tu vacío y es tiempo de que des de tu llenura”.

En ese momento de mi vida estaba sufriendo de exceso de trabajo en el ministerio. Durante ocho años había estado dando sin recibir. Era como esa vasija inclinada hacia un lado. Mientras que la vasija estuviera de  costado no se podía llenar; era hora de que me enderezara para poder recibir de Dios y dar de lo que rebozaba. Necesitamos llenarnos si vamos a ministrar. Necesitamos dar de lo que reboza de nosotros y no de nuestro vacío. Quizás hemos conocido a cristianos carentes de gozo que continúan sirviendo al Señor. Ellos dan y siguen dando, pero ya no tienen gozo. Pero hemos conocido a creyentes que demuestran el fruto del Espíritu en su vida. Ellos irradian el carácter de Cristo y cuando hablan, el poder y la presencia de Dios se hacen evidentes. Han sido llenados y dan de su abundancia. Esto es lo que Dios nos llama a ser.

 

¿Cómo puedo ser lleno?

Permítanme concluir con algunos pensamientos finales en cuanto a cómo podemos ser llenos del Espíritu Santo. En primer lugar necesitamos entender que esta es la voluntad y el deseo del Espíritu Santo. Permítanme comparar al Espíritu Santo a un río. A veces, cuando el río fluye hay obstáculos a su paso. Imagínense una gran rama cayendo en el río. La misma obstaculiza el paso de sus aguas las cuales quieren fluir pero la rama lo impide. Así sucede con el Espíritu Santo. Él siempre quiere llenar tu vida. Al igual que el río, de manera natural fluye hasta cada rincón de tu vida. Ni siquiera necesitas pedírselo. Lo único que necesitas hacer es quitar todo lo que lo obstaculiza; es decir, quitar lo que contrista y apaga el fuego. Cuando quitas la rama el río vuelve a fluir libremente.

Si quieres saber cómo ser lleno del Espíritu Santo, la respuesta es muy sencilla. Ríndete a Su obra en tu vida; no le hagas resistencia; reconoce que lo necesitas. Reconoce que Él quiere llenarte y déjale que quite los obstáculos que le impiden hacerlo. Confiesa tu pecado de orgullo; cuéntale que no le has cedido ciertas áreas de tu vida. Vive en obediencia a la clara enseñanza de la Palabra y abre tu corazón a Su dirección y liderazgo.

Uno de los mayores enemigos de la llenura del Espíritu Santo es la carne. Contristamos al Espíritu porque escuchamos y confiamos en la carne. Ponemos a un lado al Espíritu Santo y escuchamos nuestra propia sabiduría. Con nuestras acciones le decimos que no lo necesitamos. Si queremos ser llenos del Espíritu tenemos que morir a la carne. Quitemos las ramas de la carne que interrumpen el paso del río e impiden que fluya libremente.

Oswald J. Smith, en su libro, The Enduement of Power (La Investidura de Poder), dice lo siguiente:

A menudo imagino al Espíritu Santo como un río poderoso, pero es un río que está represado y retenido por obstáculos de uno u otro tipo. Había un hombre parado en la presa rogando en oración que el río fluyera. ¡Cuán absurdo! “¿Por qué?”, el río respondería, “eso es simplemente lo que hago. No malgastes tus energías en tales repeticiones vanas. Mi naturaleza es fluir. Tengo más deseos de fluir que los que tienes tú por verme fluir”.

¡Ah! ¡Sí, ese es el secreto! En tu vida hay una represa. Una represa de pecado. Hay obstáculos en el camino, obstáculos de desobediencia. Trata con el pecado. Me escuchaste — ¡pecado! Limpia el lecho del río y él fluirá bien. No tendrás ni siquiera que pedirle al Espíritu Santo que te llene. En realidad, no podrás dejarlo fuera. Él vendrá y llenará de sí mismo. Oh, ¡cuán deseoso está de entrar! ¡Cuán deseoso está de tomar el control!  (Smith, Oswald, The Enduement of Power (El Investimento de Poder): Basingstoke, UK, Marshall Morgan & Scott: 1983, pg. 43.)

Si queremos vivir como Dios desea, debemos ser llenos del Espíritu Santo; y esto es simplemente cuestión de rendirnos a Él y a Su dirección en nuestra vida. Necesitamos cultivar el sentido de Su presencia. Necesitamos reconocer que Él quiere llenarnos y empoderarnos. Necesitamos aprender a confiar en Su dirección más que en nuestra prudencia. Necesitamos reconocer que sin la presencia del Espíritu Santo no podemos vivir ni ministrar como Dios quiere. Debemos reconocer la fuente de nuestra vida y fortaleza.

Pablo nos dice que debemos llenarnos del Espíritu Santo y esto es algo que necesita suceder todos los días. Podemos tener el Espíritu Santo en nosotros y aún así no ser llenos de Él. Es posible que el creyente bloquee la llenura del Espíritu en su vida. Solamente cuando nos rendimos a Él es que nuestro carácter puede ser moldeado al de Cristo. Solo a medida que seamos llenos podremos ser empoderados en el servicio del reino. Si queremos vivir como Dios quiere necesitamos ser llenos, y si queremos hacer esto debemos rendirnos a la enseñanza de la Palabra de Dios y al ministerio del Espíritu Santo en nuestras vidas. Debemos dejar de resistirle y de apagar Su fuego en nuestras vidas.

Si hay algo que se ha quedado en mí de este estudio es que mi fuerza y sabiduría carnales son insuficientes para hacer lo que Dios me ha llamado. Necesito una sabiduría y poder superiores a mí. Él me ha dado de Su Espíritu Santo y necesito reconocer mi necesidad de esta persona de la Trinidad si quiero cumplir Su llamado.

Antes de cerrar este libro tomemos un momento para pedirle al Señor que revele cualquier obstáculo que impida la llenura del Espíritu Santo. Confesemos cualquier cosa que Él nos quiera revelar e invitemos al Espíritu a llenarnos nuevamente y a tener el control de cada parte de nuestra vida.

 

Para orar:

Padre, gracias por poner en mí tu Espíritu Santo para sellar mi relación contigo. Enséñame a dejar que tu Espíritu Santo haga Su obra en mí. Dame discernimiento para reconocer Su presencia y dirección en mi vida. Perdóname por las veces que he apagado Su fuego y me he resistido a Su liderazgo. Gracias Espíritu Santo por la manera en que me has estado cambiando en mi interior. Gracias por los dones espirituales que me has dado. Gracias porque no me diste estos dones y me abandonaste a mi propia suerte. Gracias porque tú prometes guiarme y darme poder para usar estos dones. Aumenta mi capacidad de conocerte y experimentarte. Muéstrame aquello que obstaculiza tu obra en mi vida y dame la gracia para quitar esos obstáculos de pecado, y de esa manera tú puedas tener más de mí. Te doy gracias Espíritu Santo porque eres una persona real que vives en mí. Me rindo a ti y te pido que llenes cada parte de mí. Toma el control de mi mente, mis actitudes y acciones. Guíame y enséñame a caminar en obediencia y sumisión. Enséñame la diferencia entre andar en la carne y andar en el Espíritu.

 

 

Distribuidora  de libros “Light To My Path”

 

La distribuidora de libros “Light To My Path” (LTMP, por sus siglas en inglés) es un ministerio que se encarga de escribir y distribuir libros y hacerlos llegar a obreros cristianos de bajos recursos en Asia, América Latina, y África. Existen muchos obreros cristianos que viven en países en vías de desarrollo y no poseen los recursos necesarios para obtener formación bíblica o adquirir materiales para estudios bíblicos para sus ministerios y su crecimiento personal. F. Wayne Mac Leod es miembro de los ministerios de Acción Internacional y ha estado escribiendo estos libros con miras a distribuirlos gratuitamente o a precio de costo entre pastores necesitados y obreros cristianos de todo el mundo.

Hoy en día miles de estos libros se están utilizando para predicar, enseñar, evangelizar y alentar a creyentes locales en más de sesenta países. Estos libros ya han sido traducidos a varios idiomas, y la meta es que estén disponibles a tantos lectores como sea posible.

El ministerio LTMP es un ministerio basado en la fe, por eso confiamos en el Señor para la provisión de los recursos necesarios y así distribuir literatura que sirvan de aliento y fortalecimiento a creyentes del mundo entero. Te invitamos a orar para que el Señor abra las puertas necesarias y estos libros sean traducidos y luego distribuidos.