Después del Encuentro

Encuentros con Jesús en el Evangelio de Juan

 

F. Wayne Mac Leod

 

 

Distribución literaria “Lumbrera a Mi Camino”

Sydney Mines, NS CANADA


Publicado en ingles con el título: A Sinner Meets the Saviour

© 2007 de F. Wayne Mac Leod

Publicación y distribución a cargo de Lumbrera a mi Camino [LTMP, por sus siglas en inglés], 153 Atlantic Street, Sydney Mines, Nova Scotia, CANADA B1V 1Y5

 

Todos los derechos reservados. No puede reproducirse ni transmitirse parte alguna de este libro sin el previo consentimiento por escrito de su autor.

Traducción al español: Traducciones NaKar, Cuba. nakar@enet.cu

Todas las citas bíblicas, a menos que se indique otra versión, han sido tomadas de la Nueva Versión Internacional.

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Índice

Prefacio. 1

Capítulo 1 -  El Apóstol Juan. 3

Capítulo 2 -  Juan el Bautista. 7

Capítulo 3 -  Los discípulos de Juan el Bautista. 11

Capítulo 4 -  Andrés y Felipe. 15

Capítulo 5 -  Natanael 19

Capítulo 6 -  Los Cambistas. 23

Capítulo 7 -  Nicodemo. 27

Capítulo 8 -  La Mujer Samaritana. 33

Capítulo 9 -  El Noble. 37

Capítulo 10 -  El Hombre en el Estanque. 41

Capítulo 11 -  El Muchacho que Alimentó a los 5,000. 45

Capítulo 12 -  La Multitud y el Pan de Vida. 49

Capítulo 13 -  La Adúltera. 53

Capítulo 14 -  El Hombre Ciego de Nacimiento. 57

Capítulo 15 -  Los Fariseos y la Muerte de Lázaro. 63

Capítulo 16 -  María y Judas. 69

Capítulo 17 -  Simón Pedro. 73

Capítulo 18 -  Pilato. 77

Capítulo 19 -  Conclusión. 83


Prefacio

Jesús dijo en Juan 10:10 – “Yo he venido para que tengan vida, y la tengan en abundancia”. Muchos hombres y mujeres se aglomeraban a Su alrededor para escucharle predicar, y la vida de todos ellos Jesús tocó durante Su breve estancia en la tierra. Él tocaba tanto a ricos como a pobres, a pecadores como a religiosos, a enfermos como a sanos. Su gran deseo siempre fue que tuviesen una vida abundante y plena.

Han pasado muchísimos años desde que Jesús resucitó de entre los muertos, y hay personas alrededor del mundo conociéndole aun en la actualidad. Es innumerable la cantidad de vidas que han sido cambiadas. Gente de toda nación en la tierra ha testificado de haber conocido a este maravilloso Salvador.

En este libro examinaremos una variedad de encuentros entre Jesús y personas comunes y corrientes, de la manera en que se registra en el Evangelio de Juan. Es mi deseo que el lector pueda apreciar de una mejor forma lo que significa encontrarse con el Señor Jesús y seguirle. Que este libro sirva para presentarle a muchos este gran Salvador.

F. Wayne Mac Leod


Capítulo 1 - El Apóstol Juan

Un poco más adelante vio a Jacobo y a su hermano Juan, hijos de Zebedeo, que estaban en su barca remendando las redes. En seguida los llamó, y ellos, dejando a su padre Zebedeo en la barca con los jornaleros, se fueron con Jesús. (Marcos 1:19-20)

Antes de que comencemos esta serie de reflexiones sobre el Evangelio de Juan, puede resultarnos útil aprender algo acerca de su escritor. Quien lo escribió era uno de los doce discípulos de Jesús; él vivía de la pesca (Marcos 1:19-20). Juan llegó a desarrollar una relación bien íntima con Jesús. De hecho, en varias ocasiones se le reconoce como “el discípulo a quien Jesús amaba” (ver Juan 13:23; 19:26; 21:7). Él estuvo entre los pocos apóstoles que vio la resurrección de la hija de Jairo de entre los muertos (Marcos 5:37). Estuvo con Jesús en el monte cuando le vio gloriosamente transfigurado (Marcos 9:2). También estuvo en el huerto de Getsemaní con Jesús antes de Su crucifixión (Marcos 14:33). Cuando Jesús estuvo en la cruz, dio a Juan la responsabilidad de cuidar a María, Su madre (Juan 19:27). Luego de la ascensión de Jesús, Juan llegó a ser colaborador del apóstol Pedro en la predicación del evangelio. Fue también a este amado discípulo a quien el resucitado Jesús reveló el futuro. Juan es el escritor del libro de Apocalipsis, así como de la primera, la segunda y la tercera de las epístolas de Juan.

¿Qué significó para este hombre encontrarse con el Salvador? Cuando Juan conoció al Señor Jesús, se encontraba en una barca de pescar. Jesús iba caminando junto al Mar de Galilea cuando lo vio pescando; entonces lo llamó. La Biblia nos dice que cuando Juan escuchó el llamado de Jesús a seguirle, hizo dos cosas.

En primer lugar, Juan respondió de inmediato; aquel día Jesús no esperaba menos de él. Más adelante en Su ministerio Jesús llamó a otro hombre a seguirle, quien le respondió diciendo: “Señor, primero déjame ir a enterrar a mi padre” (Mateo 8:21). Con estas palabras le estaba diciendo: “Jesús, estoy dispuesto a seguirte, pero me llamaste en una mala racha. Tengo algunas cosas que resolver primero; después voy a seguirte”. A este hombre Jesús le dijo: “Sígueme, y deja que los muertos entierren a sus muertos” (Mateo 8:22). Es decir, le estaba diciendo que le siguiera de inmediato.

Cuando Jesús llama, espera que le respondamos al momento. ¿Cuántas veces les sucede a hombres y a mujeres que posponen su decisión de seguir a Jesús, para sólo descubrir más adelante que jamás lo hacen? En Lucas 12:16-20 Jesús contó la historia del hombre rico que pospuso su decisión de seguirle porque su negocio estaba en sus mejores tiempos. Él decidió que primero construiría graneros más grandes para acumular su fortuna, y que después se recostaría a relajarse; pensaba que más adelante tendría tiempo para Jesús. Sin embargo, Él le llamó necio porque sabía que esa misma noche, moriría. Ese hombre moriría antes de poder disfrutar de sus riquezas. Sin embargo, lo más importante era que iba a morir sin haberse puesto a cuentas con Dios. El escritor de Hebreos suplica a sus lectores lo siguiente (Hebreos 3:15): “Si ustedes oyen hoy su voz, no endurezcan el corazón como sucedió en la rebelión”. A ninguno de nosotros se nos garantiza el futuro. Cuando el Señor toque a la puerta de su corazón, no lo posponga; ábrale inmediatamente. Ahora es el único momento que usted sabe que tiene para seguirle. Cuando Jesús llamó, Juan le respondió de inmediato.

En segundo lugar, cuando Jesús le llamó, Juan lo dejó todo atrás (Marcos 1:20). Juan no salió corriendo a su casa a empacar sus cosas; ni tampoco salió para seguir a Jesús arrastrando su red tras de sí. Juan soltó todo lo que tenía. Dejó su trabajo y a su familia.

Fíjese que Jesús no ofrece a Juan disculpa alguna por hacerle dejar todo. No se necesita disculpa alguna. Jesús le estaba ofreciendo algo de muchísimo más valor que lo que ya Juan tenía. Usted no se disculpa cuando libera a un esclavo de su amo cruel, no se disculpa cuando libera de su pobreza a un hombre necesitado, no se disculpa cuando toma a un pescador y lo hace pescador de hombres.

Juan respondió inmediatamente y soltó todo lo que tenía para seguir tras Jesús cuando Él le llamó. ¿Qué espera Jesús de nosotros? Espera que cuando nos llame, no nos tardemos en responder a ese llamado. Espera que no lo dejemos para otra ocasión. Además, espera que lo dejemos todo para seguirle. Él no se disculpa por esto pues nos ofrece algo de un valor muchísimo mayor. ¿Vendrá usted a Él bajo estas condiciones?

 

Para su consideración:

       ¿Qué le impide tomar una decisión inmediata por el Señor Jesús?

       ¿Hay cosas en su vida que le darían problemas al dejarlas para seguir al Señor?

       ¿Puede algo considerarse un sacrificio si recibimos mucho más por el hecho de abandonarlo, que por quedárnoslo?

       ¿Qué gana usted siguiendo a Jesús? ¿Qué pierde realmente?

 

 Para orar:

       Pídale al Señor que le ayude a lidiar con cualquier obstáculo que le esté impidiendo seguir a Jesús hoy.

       Agradézcale al Señor por haberle prometido darle mucho más que lo que usted pudiera abandonar Él.

       Pídale al Señor que le dé un corazón que le siga siempre, como el de Juan.


Capítulo 2 - Juan el Bautista

Vino un hombre llamado Juan. Dios lo envió como testigo para dar testimonio de la luz, a fin de que por medio de él todos creyeran. (Juan 1:6-7)

La primera persona que conocemos en el Evangelio de Juan es Juan el Bautista (ver Lucas 1:5-7). Su padre era un sacerdote llamado Zacarías. Su esposa, Elisabet, no podía tener hijos, lo cual le causaba gran sufrimiento a Zacarías. Él le rogaba al Señor que le diese un hijo. Un día, en el que se encontraba ejerciendo su oficio sacerdotal, se le apareció un ángel del Señor con un importante mensaje.

El ángel le dijo: --No tengas miedo, Zacarías, pues ha sido escuchada tu oración. Tu esposa Elizabet te dará un hijo, y le pondrás por nombre Juan. (Lucas 1:13)

Poco después de esto, ella quedó embarazada. Cuando tenía seis meses, visitó a María la madre de Jesús, que también estaba encinta. La Biblia nos dice que cuando Elisabet oyó el saludo de María, el bebé (Juan) saltó en su vientre.

Aun estando en el vientre de su madre, Juan saltó de gozo cuando escuchó la voz de María, la madre de Jesús. ¡Qué extraño encuentro fue este!

La Biblia no nos dice nada acerca de la infancia de Juan, aunque sí sabemos que cuando creció, se fue a vivir al desierto. En aquellos días había grupos religiosos que escogían vivir allá, lejos de la contaminante influencia de la sociedad común. Éstos pasaban su tiempo cultivando su relación con Dios; y es posible que Juan se haya unido a uno de estos grupos. Si fue así, vemos que aun siendo muy joven, Juan sabía bien cuál era el llamado que Dios tenía para su vida. Él decidió no escoger un oficio secular como el resto de sus amigos, sino que dedicó toda su vida a la búsqueda de Dios.

El apóstol Juan conoció al Salvador siendo ya adulto, mientras que Juan el Bautista lo conoció de niño. Hay muchas decisiones importantes que se toman en la niñez. Jamás deberíamos subestimar el entendimiento de un niño acerca de lo espiritual. Una persona no tiene que esperar a ser mayor para conocer al Señor Jesús. Juan es ejemplo de que un niño bien pequeño puede dedicar su vida a Cristo.

El ejemplo de Juan el Bautista nos muestra claramente que, aun siendo bien pequeñito, tuvo suficiente entendimiento como para comprometer su corazón y encomendar su vida al Señor Jesús. ¡Cuán hermoso es ver a un niño entregar su vida al Señor! Muchos de nosotros esperamos a ser mayores, despilfarrando así 20, 30, 40 años o más de vida viviendo para nosotros mismos.

Jesús comenzó Su ministerio a los treinta años y murió poco después. Juan el Bautista tenía la misma edad que Él. Fue durante el ministerio de Cristo que Herodes decapitó a Juan. Es probable que Juan el Bautista haya muerto a la edad de 32 ó 33 años. Simplemente no pudo haber esperado a tener 35 ó 40 para entregar su vida al Señor. Juan aceptó al Señor siendo un niño y vivió los pocos años que le fueron concedidos para la gloria de su Dios.

¿Qué significó para Juan el Bautista conocer al Salvador? Entregarle su vida por completo. No tuvo una vida larga, pero sí la vivió para el Señor. ¿Y usted? ¿Cuántos años ha desperdiciado viviendo para usted mismo? ¿Cuántos años más le quedan? ¿No es tiempo ya de entregar lo que le quede al Señor?

 

Para su consideración:

       ¿Qué edad cree que ha de tener una persona para comenzar a entender la salvación?

       ¿Cuántos años le llevó a usted llegar a conocer al Señor Jesús?

       ¿Por qué es importante que aceptemos al Señor a una edad temprana? ¿Cuántos años se nos garantizan realmente?

       ¿Conoce usted hoy al Señor como su Salvador? ¿Ha estado viviendo usted para Su gloria?

 

Para orar:

       Agradézcale al Señor que hasta un(a) niño(a) puede ser salvo(a) de su pecado y tener la certeza de que irá al cielo.

       Pídale al Señor que le ayude a usar el tiempo que le quede de vida para Su gloria.

       Dedique un momento para orar por los niños con los que tenga contacto en el día de hoy. Pídale a Dios que se revele a ellos para que puedan estar seguros de su salvación.

       Pídale a Dios que nos perdone por complicar tanto la salvación. Agradézcale por la sencillez de la confianza que los niños tienen en Dios para salvación.


Capítulo 3 - Los discípulos de Juan el Bautista

--¡Aquí tienen al Cordero de Dios! Cuando los dos discípulos le oyeron decir esto, siguieron a Jesús. Jesús se volvió y, al ver que lo seguían, les preguntó: --¿Qué buscan? --Rabí, ¿dónde te hospedas? (Rabí significa: Maestro.) --Vengan a ver --les contestó Jesús. Ellos fueron, pues, y vieron dónde se hospedaba, y aquel mismo día se quedaron con él. Eran como las cuatro de la tarde. (Juan 1:35-39)

Ya hemos visto lo que significó para Juan el Bautista conocer al Salvador. Juan tenía un grupo de discípulos que le seguían y le apoyaban en su ministerio. En una ocasión Juan vio pasar al Señor Jesús y dijo a sus discípulos: “¡Aquí tienen al Cordero de Dios!” (Juan 1:36). Cuando los discípulos oyeron esto, dejaron a Juan para seguir al Señor (Juan 1:37).

Más adelante, en Juan 3, leemos que algunos de los discípulos de Juan vinieron a él con lo que les parecía ser un problema real:

Aquéllos fueron a ver a Juan y le dijeron: --Rabí, fíjate, el que estaba contigo al otro lado del Jordán, y de quien tú diste testimonio, ahora está bautizando, y todos acuden a él.

Estos discípulos no sabían cómo hacer frente al hecho que las personas estaban abandonando a su pequeño grupo para seguir a Jesús; lo veían entonces a Él como una amenaza. Tanto Jesús como Juan bautizaban y predicaban, pero las personas se estaban acercando a Jesús, y esto opaaba la popularidad de Juan. Sin embargo, él no tenía ningún problema con eso; a sus discípulos les decía: “A él le toca crecer, y a mí menguar” (Juan 3:30), pero ellos no lo veían así. Se sentían cómodos en su pequeño grupo, y a ellos les contrariaba cualquier cosa que pudiese poner en riesgo la unidad de ese grupo.

Años más tarde, en Éfeso, conocemos a otro grupo de discípulos de Juan. Pablo les preguntó si habían recibido al Espíritu Santo cuando creyeron (Hechos 19:2). Estos discípulos contestaron: “Ni siquiera hemos oído hablar del Espíritu Santo”; se estaban perdiendo una muy importante enseñanza cristiana. Era limitado e inadecuado su entendimiento de lo que es la vida cristiana. Pablo les enseñó sobre el ministerio del Espíritu Santo, y aquel día estos doce discípulos fueron bautizados en el nombre del Señor Jesús y comenzaron a seguirle.

¿Qué significó para los discípulos de Juan conocer al Salvador? Que estuvieron dispuestos a salir de su pequeño grupo para unirse a los que seguían más de cerca al Señor Jesús. Juan era un hombre de Dios, bueno y respetado. Era buen maestro de la Palabra. Sin embargo, el entendimiento que tenían sus discípulos de la verdad era limitado.

Si ellos habían de crecer en su relación con Dios, iban a necesitar asociarse con los discípulos de Cristo. Para algunos, esto iba a significar tener que dejar su grupo para unirse a otro. Llegaron a darse cuenta entonces de que su andar espiritual era más importante que su pequeño grupo.

Quizás usted haya sido parte de una iglesia durante muchos años, y jamás ha llegado a crecer en su relación personal con Dios. Quizás no se haya desarrollado en su aprendizaje de la Palabra de Dios. Cuando los discípulos de Juan se encontraron con el Salvador, se dieron cuenta de que tenían que abandonar su pequeño grupo para unirse a aquellos que estaban siguiendo aún más de cerca al Señor Jesús. En este grupo ellos serían alentados y crecerían en la verdad de la Palabra de Dios. Aquellos que permanecieron rezagados, aún muchos años después no lograron crecer en su entendimiento de las verdades fundamentales de la fe.

Cuando nos encontramos con el Salvador, también debemos examinar si estamos siendo parte de una confraternidad que predica y enseña correctamente la Palabra de Dios. Nuestra relación con Dios y nuestro crecimiento en Él son de máxima importancia. Los discípulos de Juan tenían tanta hambre de Cristo y de la verdad de Su Palabra, que hasta estuvieron dispuestos a dejar su propio grupo de comunión para hallar un lugar en donde pudieran aprender más y crecer en su fe.

 

Para su consideración:

       ¿Está su iglesia predicando la verdad? ¿Ha sido de aliento para usted en su crecimiento en Cristo?

       ¿Cuán importante es para usted crecer en su relación con Dios? ¿Qué le obstaculiza hoy su crecimiento espiritual?

       ¿Qué estaría dispuesto(a) a hacer hoy para crecer en su relación con Dios y en su entendimiento de la verdad de Su Palabra?

 

Para orar:

       Si su iglesia le ha alentado en su crecimiento espiritual, dedique un momento para agradecerle al Señor por sus miembros y líderes.

       Si no es usted parte de una iglesia que le esté ayudando a crecer en lo espiritual, pídale al Señor que traiga a su vida personas que le animen y le enseñen en los caminos de Cristo.


Capítulo 4 - Andrés y Felipe

Andrés, hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que, al oír a Juan, habían seguido a Jesús. Andrés encontró primero a su hermano Simón, y le dijo: --Hemos encontrado al Mesías (es decir, el Cristo). Luego lo llevó a Jesús, quien mirándolo fijamente, le dijo: --Tú eres Simón, hijo de Juan. Serás llamado Cefas (es decir, Pedro). Al día siguiente, Jesús decidió salir hacia Galilea. Se encontró con Felipe, y lo llamó: --Sígueme. Felipe era del pueblo de Betsaida, lo mismo que Andrés y Pedro. Felipe buscó a Natanael y le dijo: --Hemos encontrado a Jesús de Nazaret, el hijo de José, aquel de quien escribió Moisés en la ley, y de quien escribieron los profetas. --¡De Nazaret! ¿Acaso de allí puede salir algo bueno? --replicó Natanael. --Ven a ver --le contestó Felipe.

Uno de los discípulos de Juan el Bautista era un hombre llamado Andrés. Cuando Juan se lo presentó a Jesús, Andrés dejó a Juan para seguir a Cristo (Juan 1:40). El hermano de Andrés era Simón Pedro, y ambos eran simples pescadores.

Después de dejar a Juan el Bautista, Andrés pasó un tiempo hablando con el Señor. Si hubo alguna duda en cuanto a Jesús cuando dejó por primera vez a su antiguo maestro, ésta quedó totalmente evacuada después de haber conocido y hablado con Jesús. Andrés creía con todo su corazón que Jesús era el Mesías que había de venir.

¿Qué significó para Andrés encontrarse con ese Salvador? La Biblia nos dice que Andrés fue a encontrar a su hermano Simón Pedro; quería decirle lo que había encontrado. En Juan 1:41 (versión Palabra de Dios para Todos) leemos: “Primero buscó a su hermano Simón y le dijo: Encontramos al Mesías (que quiere decir: Cristo)”. Andrés acababa de hacer el mayor descubrimiento de su vida; había encontrado al Salvador del mundo. ¿Qué es lo más natural del mundo hacer cuando usted hace un descubrimiento importante? ¿No quiere usted compartirlo con otros? Andrés fue primeramente con su hermano. Las personas con quienes nos es más difícil hablar del Señor casi siempre son los miembros de nuestra propia familia. Cuando Andrés se encontró con el Salvador, se sintió obligado a ir con su propia familia y compartirles su descubrimiento.

Al día siguiente Jesús se encontró con otro hombre llamado Felipe (Juan 1:43), de quien sabemos muy poco. Cuando Felipe se encontró con Jesús, su reacción fue muy similar a la de Andrés: fue a buscar a un amigo para contarle de su encuentro con Jesús. Felipe encontró a Natanael y le dijo:

--Hemos encontrado a Jesús de Nazaret, el hijo de José, aquel de quien escribió Moisés en la ley, y de quien escribieron los profetas. (Juan 1:45)

Ambos hombres respondieron de igual forma; se sintieron obligados a compartir su descubrimiento con amigos y seres queridos. Cuando usted se encuentra con el Salvador, también tiene el deseo de compartir su fe en Él con otras personas. Así como un(a) joven cuando conoce al amor de su vida, usted querrá hablar del Señor con todos sus amigos y seres queridos. Es difícil no hablar a otros de su nueva relación con el Señor. Usted les invita también a venir a conocer a su Salvador. Usted arde de emoción y entusiasmo por Aquel a quien ama.

Andrés y Felipe hicieron sólo lo que era natural para ellos: compartieron su descubrimiento con sus seres queridos. Cuando usted se encuentre con el Salvador, también tendrá en su corazón el deseo natural de compartirlo con otros.

 

Para su consideración:

       ¿Conoce al Señor Jesús como su Salvador hoy? ¿Tiene el deseo de compartirlo con otros?

       ¿Qué supone que nos impida compartir con otros la maravillosa noticia de nuestro Salvador?

       Considere lo que hemos analizado en esta meditación sobre Andrés y Felipe. ¿Fue la relación de ellos con Jesús meramente intelectual? ¿Cómo explica la emoción que parecen haber tenido en el corazón por Jesús? ¿Siente usted esta misma emoción?


Para orar:

       Pídale al Señor que le dé un mayor deseo de compartirle con otras personas.

       Pídale que le haga experimentar en el corazón un verdadero entusiasmo por el Señor Jesús y por lo que ha hecho en usted.


Capítulo 5 - Natanael

Felipe buscó a Natanael y le dijo: --Hemos encontrado a Jesús de Nazaret, el hijo de José, aquel de quien escribió Moisés en la ley, y de quien escribieron los profetas. --¡De Nazaret!  ¿Acaso de allí puede salir algo bueno? --replicó Natanael. --Ven a ver --le contestó Felipe. Cuando Jesús vio que Natanael se le acercaba, comentó: --Aquí tienen a un verdadero israelita, en quien no hay falsedad. --¿De dónde me conoces? --le preguntó Natanael. --Antes que Felipe te llamara, cuando aún estabas bajo la higuera, ya te había visto. --Rabí, ¡tú eres el Hijo de Dios! ¡Tú eres el Rey de Israel! --declaró Natanael. (Juan 1:45-49)

En la meditación anterior vimos que cuando Felipe conoció al Señor, fue donde Natanael con las buenas nuevas. La respuesta inicial de este hombre dejó mucho que desear. Él dijo: “¡De Nazaret!  ¿Acaso de allí puede salir algo bueno?” (Juan 1:46).

Natanael tenía su opinión sobre Nazaret y las personas que de allí salían. En su mente no había nada bueno sobre ese lugar ni sobre cualquiera de allí. Cuando Felipe llegó a él y le contó sobre Jesús de Nazaret, Natanael estaba bien escéptico. Sin embargo, Felipe lo alentó a irle a ver con sus propios ojos.

Mientras Natanael iba a Su encuentro, ya Jesús le había valorado. Quizás usted sea como Natanael; quizás haya escuchado de personas que siguen a Jesús, de esas que siempre asisten a los cultos en la iglesia; y hay quienes a veces son fanáticos en cuanto a su fe. Ellos van de aquí para allá hablando a los demás de Jesús; se la pasan leyendo sus Biblias todo el tiempo. Y al igual que Natanael, puede que usted se encuentre escéptico en cuanto a relacionarse con este tipo de persona.

A pesar de sus prejuicios, Natanael fue con Felipe a encontrarse con el Señor Jesús. Cuando Jesús le vio venir, le dijo: “Aquí tienen a un verdadero israelita, en quien no hay falsedad” (Juan 1:47). No nos queda claro qué es lo que Jesús le estaba diciendo a Natanael, pero Sus palabras nos muestran que le conocía a plenitud.

A Natanael le sorprendió que Jesús le hablara de forma tan directa. En Juan 1:48, le preguntó a Jesús: “¿De dónde me conoces?”. Entonces la respuesta dejó atónito a Natanael: “Antes que Felipe te llamara, cuando aún estabas bajo la higuera, ya te había visto”.

Humanamente hablando, era imposible que Jesús hubiese sabido que Natanael se encontraba debajo de aquella higuera. Ante Natanael estaba un hombre que conocía los pensamientos más profundos de su corazón. No estamos seguros de qué estaba haciendo Natanael debajo de aquella higuera, pero Jesús sí lo sabía, aunque no hubiese estado allí físicamente. Los prejuicios de Natanael se disiparon, y él exclamó: “Rabí, tú eres el Hijo de Dios; tú eres el Rey de Israel” (Juan 1:49). Estas sencillas palabras que le dijo aquel día lo convencieron para siempre de que Jesús era tanto el Hijo de Dios como el divino Rey de Israel, el Mesías. Natanael se fue de allí cambiado; había llegado como incrédulo y se fue siendo creyente.

¿Qué significó para Natanael encontrarse con el Salvador? Acabar con sus prejuicios e ideas preconcebidas. Significó unirse al hombre de Nazaret (el pueblo que odiaba). Natanael se había equivocado con Jesús, y al encontrarse con Él aquel día, tuvo que admitir su error. Luego, acogió al hombre de Nazaret.

Quizás usted esté en la posición de Natanael. Puede que haya tenido sus propias ideas en cuanto a los que creen en el Señor Jesús y lo que significa seguirle, pero ¿pudiera ser que esas ideas sean falsas? Las de Natanael quedaron hechos añicos cuando aceptó la invitación de venir al encuentro de Jesús por su propia cuenta. Quizás usted tenga el mismo coraje para acercarse al “hombre de Nazaret” y conocerle por su propia cuenta.

 

Para su consideración:

       ¿Qué impresión le han dado los cristianos sobre lo que significa seguir a Jesús?

       ¿Alguna vez le ha decepcionado algunos de los que creen en Jesucristo?

       ¿Son siempre los cristianos un verdadero reflejo de Cristo y de Su carácter?


 

Para orar:

       Agradézcale al Señor que aunque Sus seguidores no siempre han sido buenos ejemplos de Su carácter, Él continúa siendo fiel y bueno.

       Pídale al Señor que le ayude a ser un cristiano que refleje bien Su carácter a otros.

       Pídale que le ayude a deshacerse de los prejuicios e ideas preconcebidas que tenga en cuanto a Jesús y a Sus seguidores. Pídale que se revele a su vida de manera clara y personal.


Capítulo 6 - Los Cambistas

“Cuando se aproximaba la Pascua de los judíos, subió Jesús a Jerusalén. Y en el templo halló a los que vendían bueyes, ovejas y palomas, e instalados en sus mesas a los que cambiaban dinero. Entonces, haciendo un látigo de cuerdas, echó a todos del templo, juntamente con sus ovejas y sus bueyes; regó por el suelo las monedas de los que cambiaban dinero y derribó sus mesas. A los que vendían las palomas les dijo: --¡Saquen esto de aquí!  ¿Cómo se atreven a convertir la casa de mi Padre en un mercado?” (Juan 2:13-16)

Para los judíos la Pascua constituía una celebración transcendental, por conmemorar el día en que el ángel de la muerte había “pasado por sobre” la tierra de Egipto. En aquel día el ángel había dado muerte a los primogénitos de cada hogar egipcio. Sólo quedaron eximidos de este terrible juicio de Dios aquellos hogares en los que sobre sus dinteles se había rociado la sangre de un cordero. La Pascua era un día en el que los judíos de lugares muy distantes iban a Jerusalén. Allí ofrecían sacrificios de acciones de gracias a su Dios para recordar la esclavitud y la cautividad a la que había sido sometidos en Egipto.

Algunos judíos venían de lugares muy, muy lejanos. El largo recorrido era bien difícil para los animales, por lo que muchos decidían dejar sus animales en casa, y comprar los necesarios para ofrecer sus sacrificios al llegar a Jerusalén; es por eso que llegaban con monedas de distintas regiones. Ellos tenían que cambiar dichas monedas por el efectivo que se utilizaba en Jerusalén para adquirir los animales destinados a los sacrificios.

Era entonces cuando salían a relucir los cambistas. Ellos ofrecían un valioso servicio a los judíos que llegaban con monedas extranjeras. El problema era que los cambistas a menudo sacaban ventaja de sus propios hermanos. El cambio de dinero llegó a ser un gran negocio. Los vendedores de animales también entraban en escena; de modo que la zona del templo estaba saturada de mercaderes, ovejas y ganado.

Aquel día Jesús llegó al templo y observó el panorama que había ante Sus ojos. Este era el templo de Jehová Dios, y era un día de solemne celebración en honor al Dios que había librado a Su pueblo de Egipto. Mientras más miraba Jesús aquella escena, más se airaba. Lo que veía ante Sus ojos era un mercado, no un templo. Veía a gente cuyo único interés era hacer dinero a expensas de sus hermanos. Él veía la trampa y el fraude. La Pascua había perdido su significado; se había convertido en un día para hacer dinero. Y todo esto se estaba haciendo en nombre de Su Padre celestial.

En ningún otro pasaje de los Evangelios vemos a Jesús responder con semejante ira. Aquel día hizo un látigo con cuerdas que había hallado en el templo. Y látigo en mano, Jesús sacó del templo a los cambistas y los animales gritándoles: “¡Saquen esto de aquí!  ¿Cómo se atreven a convertir la casa de mi Padre en un mercado?” (Juan 2:16).

¿Qué significó para los cambistas encontrarse con el Salvador? Cuando lo conocieron, se enfrentaron cara a cara con quien sacó al descubierto la hipocresía y las malas acciones de ellos. Ellos cayeron bajo Su juicio. Eran gente religiosa que estaba ofreciendo un servicio a sus hermanos, pero Jesús vio mucho más allá de sus acciones externas, hasta la actitud interna del corazón de ellos.

Me atrevo a decir que hoy en día hay personas que asisten a la iglesia y se encuentran en la misma situación que los cambistas. Quizás haya ancianos o diáconos así en su iglesia local. Puede que hasta canten en el coro. Tal vez enseñan en la escuela dominical o trabajan con los jóvenes. Sirven al Señor, pero no están a cuentas con Él. En toda la Escritura jamás vemos al Señor tan airado como cuando se encontró con aquellos que se decían servidores de Dios, pero que en realidad vivían para ellos mismos.

Este encuentro de Jesús con los cambistas no fue agradable. A Él no lo podían engañar con su apariencia religiosa. Al Señor Jesús no le podemos esconder nada. Para los cambistas el encuentro con Jesús significó someterse a Su juicio. Significó poner al descubierto sus intenciones y motivaciones ocultas. Conocer al Señor Jesús no es algo que debamos tomar a la ligera. Cuando venimos a Él, debemos estar preparados para que Él saque a relucir todo aquello que deshonre a Su Padre. ¿Vendrá usted a Él bajo estas condiciones?


 

Para su consideración:

       ¿Acaso los cambistas y vendedores de animales no prestaban un servicio necesario para los judíos que tenían que recorrer larguísimas distancias para acudir a Jerusalén? ¿Por qué se enojó Jesús con ellos?

       ¿Es posible que sirvamos en una iglesia y no tengamos una relación correcta con Dios? ¿Qué significa tener una relación correcta con Dios?

       ¿Qué podemos esconder realmente del Señor?

       Dedíquese hoy por un momento a examinar su relación con el Señor. ¿Acaso consiste meramente en rituales externos, o proviene sinceramente del corazón?

       ¿Qué es la hipocresía? ¿Por qué al Señor le desagrada la hipocresía?

       ¿Está usted preparado(a) para que el Señor saque a la luz cualquier cosa que haya en su vida la cual constituya una deshonra para Su nombre?

 

Para orar:

       Pídale al Señor que examine sus motivaciones más íntimas al servirle. Pídale que exponga de ellas cualquier cosa que no honre Su nombre.

       Agradézcale al Señor que aunque sea un Dios a quien le aíran la hipocresía y el pecado, es también el Dios de la compasión y la gracia hacia quienes se le acercan con sinceridad.


Capítulo 7 - Nicodemo

Había entre los fariseos un dirigente de los judíos llamado Nicodemo. Éste fue de noche a visitar a Jesús. --Rabí --le dijo--, sabemos que eres un maestro que ha venido de parte de Dios, porque nadie podría hacer las señales que tú haces si Dios no estuviera con él. --De veras te aseguro que quien no nazca de nuevo* no puede ver el reino de Dios --dijo Jesús. (Juan 3:1-3)

En Juan 3 conocemos a un hombre llamado Nicodemo, quien era fariseo. Y al ser fariseo, era una persona religiosa; observaba minuciosamente la ley de Moisés. Había muy pocas personas en Israel que vivieran a la altura de las exigencias de los fariseos. Si una persona pudiera ir al cielo sobre la base de sus buenas obras, como fariseo, Nicodemo ciertamente hubiese estado allí por serlo.

Además aprendemos algo sobre Nicodemo. En Juan 3:2 le dice a Jesús:

--Rabí --le dijo--, sabemos que eres un maestro que ha venido de parte de Dios, porque nadie podría hacer las señales que tú haces si Dios no estuviera con él.

Lo que había visto a Jesús hacer, le demostró a Nicodemo que Jesús realizaba Su ministerio en el poder de Dios y bajo Su autoridad.

Hay algo más que debemos añadir aquí sobre este hombre. Fíjese que Nicodemo vino a Jesús de noche. A los fariseos no les caía bien Jesús porque sacaba a relucir su hipocresía. Sin embargo, Nicodemo acudió a Jesús para aprender más, a pesar de lo que decían sus colegas fariseos. Parecía ser un hombre que procuraba entender más profundamente la verdad que enseñaba Jesús.

¿Qué más podríamos pedir de un hombre de Dios? Aquí estaba uno que tenía una buena vida. Era un cuidadoso observador de la ley de Dios. Además, creía que Jesús provenía de Dios; lo cual se hacía evidente a partir de las obras que le había visto realizar. Finalmente, estaba dispuesto a escuchar a Jesús y tenía hambre de la verdad que Él enseñaba.

No obstante, cuando Nicodemo se acercó a Jesús en Juan 3, lo primero que Jesús le dijo fue: “De veras te aseguro que quien no nazca de nuevo* no puede ver el reino de Dios” (3:3).

Nicodemo no entendió lo que Jesús le estaba diciendo. Le estaba diciendo que todas sus buenas obras y su cuidadoso cumplimiento de la ley de Dios no le serían suficientes para ganarse su entrada al cielo. Le iba a hacer bien creer que Jesús venía de Dios, pero ni siquiera eso le daría acceso al cielo. A menos que naciera de nuevo, Nicodemo jamás vería el reino del cielo.

Nicodemo jamás había escuchado antes esta enseñanza, por lo que le preguntó a Jesús qué significaba aquello. Jesús le dijo que nadie podría entrar al cielo, a menos que naciera espiritualmente. Llegamos a este mundo físico mediante un nacimiento que es físico por naturaleza. Jesús le estaba enseñando a Nicodemo que tendría que experimentar un nacimiento espiritual para entrar al cielo.

Para que haya nacimiento espiritual, el Espíritu de Dios ha de venir a vivir en nuestras vidas. Cuando viene el Espíritu de Dios, nos da una vida completamente nueva. Aquellos que conocen la presencia del Espíritu de Dios, son transformados. El apóstol Pablo lo enunció así en II Corintios 5:17:

Por lo tanto, si alguno está en Cristo, es una nueva creación. ¡Lo viejo ha pasado, ha llegado ya lo nuevo!

Nicodemo no sabía nada acerca de este nacimiento espiritual ni de la vida del Espíritu de Dios en su interior.

¿Qué significó para Nicodemo encontrarse con el Salvador? Significó enfrentar el hecho que, si había de ir al cielo, no sería sobre la base de su buena vida ni de sus creencias. Si iba a ver el reino de Dios, debía nacer de nuevo espiritualmente. Necesitaba del santo Espíritu de Dios para llegar a ser parte de Su vida y que le diese una vida nueva, así como una nueva posición delante de Dios.

¿Ha experimentado usted este nuevo nacimiento? Esta es una pregunta importante. “De veras te aseguro que quien no nazca de nuevo* no puede ver el reino de Dios” (Juan 3:3). Tenga cuidado de cómo responde a esta pregunta. Quienes han nacido de nuevo son personas nuevas; no es algo que puedan hacer por sí solas. Usted no tuvo nada que ver con su nacimiento físico, así como tampoco puede por su propia cuenta nacer de nuevo espiritualmente. Esta es una obra de Dios.

Nicodemo era un buen hombre, pero no por eso iba a ver el reino de Dios. Dios reserva Su reino únicamente para Sus hijos. Nadie más entrará en él. Usted no llega a ser Su hijo(a) mediante su nacimiento físico. No llega a serlo intentando ser acepto(a) a Sus ojos. Usted llega a ser hijo(a) de Dios debido a una milagrosa obra de gracia que Él realiza alcanzándonos y plantando en nosotros Su vida.

¿Qué significó para Nicodemo encontrarse con el Salvador? Significaba encontrarse cara a cara con el hecho de que la salvación no tenía nada que ver con sus propios esfuerzos y creencias acerca de Jesús; significaba encarar la realidad que, a menos que Dios obrase en él un milagro, jamás iba a ver el reino de Dios; significaba encarar la realidad que la salvación no se trataba de lo que él hacía para Dios, sino de lo que Dios hacía por él.

 

Para su consideración:

       ¿Por qué es tan difícil para nosotros aceptar el hecho que la salvación no consiste en lo que nosotros hacemos para Dios, sino en lo que Dios hace en nosotros?

       ¿Qué se piensa en nuestra época acerca de cómo podemos llegar al cielo? ¿Cuál le dice Jesús a Nicodemo que es la única manera de llegar al cielo?

       ¿Qué significa nacer de nuevo? ¿Puede usted vivir siendo una buena persona, creer en Jesús, y aun así no haber nacido de nuevo?

       ¿Cómo puede una persona saber si ha nacido de nuevo? ¿Qué evidencias debería de haber en nuestras vidas?

 

Para orar:

       Pídale al Señor que le muestre hoy en qué o en quién está usted confiando para salvación.

       Deseche toda confianza que pueda tener en sus buenas obras y creencias, y clame al Señor Dios para salvación.

       Pídale al Señor Jesús que le dé este nuevo nacimiento colocando Su Espíritu en usted. Pídale que le haga Su hijo(a) poniendo Su vida en el interior de su ser.

       Si le conoce hoy, dedique un momento para agradecer al Señor por la evidencia de Su vida en usted.


Capítulo 8 - La Mujer Samaritana

Como tenía que pasar por Samaria, llegó a un pueblo samaritano llamado Sicar, cerca del terreno que Jacob le había dado a su hijo José. Allí estaba el pozo de Jacob. Jesús, fatigado del camino, se sentó junto al pozo. Era cerca del mediodía. * Sus discípulos habían ido al pueblo a comprar comida. En eso llegó a sacar agua una mujer de Samaria, y Jesús le dijo: --Dame un poco de agua. Pero como los judíos no usan nada en común* con los samaritanos, la mujer le respondió: --¿Cómo se te ocurre pedirme agua, si tú eres judío y yo soy samaritana? --Si supieras lo que Dios puede dar, y conocieras al que te está pidiendo agua --contestó Jesús--, tú le habrías pedido a él, y él te habría dado agua que da vida. (Juan 4:4-10)

Ya hemos conocido a siete personas en el Evangelio de Juan. Todas ellas llevaban una vida recta o religiosa. En Juan 4, Jesús se encontró con una mujer en un pozo de Samaria. Los samaritanos eran enemigos de los judíos. El odio entre estos dos países era tal, que los judíos se negaban a pasar por territorio samaritano; no tenían trato algunos con los samaritanos.

Jesús pasó por Samaria en su viaje con destino a Galilea. Al sentirse agotado, se sentó a descansar junto al pozo. Los discípulos habían ido a la aldea a comprar comida. Mientras Jesús descansaba, vino a aquel pozo una mujer a sacar agua. Sobre ella descubrimos cuatro cosas en este pasaje.

En primer lugar, que era samaritana. Lo normal para todo judío era alejarse al ver que se acercaba una samaritana. En cambio, Jesús se quedó junto al pozo.

En segundo lugar, sabemos que era una mujer. Fíjese en la reacción de los discípulos cuando regresan de la aldea:

En esto llegaron sus discípulos y se sorprendieron de verlo hablando con una mujer, aunque ninguno le preguntó: "¿Qué pretendes?" o "¿De qué hablas con ella?". (Juan 4:27)

Por lo general ningún judío en tal situación hubiese hablado con una mujer. Los discípulos se sorprendieron de ver a Jesús sentado junto al pozo hablando con ella.

En tercer lugar (según Juan 4:18), entendemos que esta mujer había tenido cinco maridos, y el hombre con el que en ese momento vivía, no era su marido. A pesar de su estilo de vida, Jesús dedicó tiempo para hablar con ella.

Por último, aprendemos que de algún modo la samaritana no se daba por vencida fácilmente. Cuando descubrió que Jesús era profeta, intentó entablar con Él un debate en términos de religión. Sacó a colación un tema que se había debatido durante muchísimo tiempo entre judíos y samaritanos en cuanto a la manera adecuada de adorar. A Jesús no le distrajo su actitud opositora.

Desconocemos la razón por la cual aquella samaritana tuvo tantos esposos. ¿Habrá sido porque todos murieron? Esto es muy poco probable. ¿Se habrán divorciado de ella? ¿Habrá sido por su holgada manera de vivir, o la habrán dejado por su actitud opositora? La Biblia no nos da respuesta a estas interrogantes. Sin embargo, aquí vemos a una mujer con problemas reales. ¿Habrá sido por eso que Jesús se vio en la obligación de pasar por Samaria? ¿Para consolar su abatida alma?

Aquí aprendemos que Jesús no ve a hombres y mujeres como nosotros lo hacemos. Aquí se encontraba una mujer que todo judío hubiera eludido a toda costa; su vida dejaba mucho que desear. ¿Qué significó para la samaritana tener un encuentro con el Salvador? Significó encontrar aceptación. Ella había sido rechazada por muchas personas. Había tenido que pasar por cinco esposos. Los judíos la rechazaban. Sin embargo, en este hombre Jesús ella fue aceptada.

Esta mujer fue tocada de tal forma por este encuentro con Jesús, que corrió hacia el pueblo para contarle a sus amigos. Les dijo: “Vengan a ver a un hombre que me ha dicho todo lo que he hecho. ¿No será éste el Cristo?”. Y aquel día fueron a conocer a Jesús personas de todo el pueblo. Muchos le creyeron y le aceptaron por lo que les había testificado la samaritana.

Aquella samaritana junto al pozo era una marginada por muchas razones. Tenía problemas con los hombres y con los judíos. No estaba orgullosa de su pasado. Por eso le sorprendió que Jesús se acercara a hablar con ella. Quizás usted pueda identificarse con esta mujer. Puede que tampoco a usted le enorgullezca su pasado. Puede que le hayan defraudado y que muchas personas le hayan rechazado en su vida. Sin embargo, esta mujer halló aceptación en Jesús, quien miró más allá de sus pecados, de sus circunstancias, y la invitó a beber el agua viva que satisfaría el profundo anhelo de su corazón. Ella encontró en Él todo lo que su corazón había estado anhelando. Jesús hará lo mismo por usted hoy.

 

Para su consideración:

       ¿Qué sabemos de la mujer samaritana a quien Jesús encontró aquel día? ¿Hay personas como ella en nuestra sociedad?

       ¿Por qué el Señor Jesús aceptó a esta mujer, cuando no había nada en ella que cualquier judío hubiese aceptado? ¿Acaso tenemos que ser buenos para ser aceptados por el Señor?

       ¿Ha encontrado usted esta aceptación en el Señor Jesús? ¿Ha aceptado usted a los “inaceptables” y “difíciles de amar”?

 

Para orar:

       Agradézcale al Señor porque nos alcanza donde estemos, y nos acepta tal y como seamos.

       Pídale al Señor que abra más su corazón hacia los marginados de la sociedad que nos rodean.

       Pídale al Señor que le ayude a mostrar amor y compasión a las personas como esta mujer que haya en su sociedad.


Capítulo 9 - El Noble

Vino, pues, Jesús otra vez a Caná de Galilea, donde había convertido el agua en vino. Y había en Capernaum un oficial del rey, cuyo hijo estaba enfermo. Este, cuando oyó que Jesús había llegado de Judea a Galilea, vino a él y le rogó que descendiese y sanase a su hijo, que estaba a punto de morir. Entonces Jesús le dijo: Si no viereis señales y prodigios, no creeréis. El oficial del rey le dijo: Señor, desciende antes que mi hijo muera. Jesús le dijo: Ve, tu hijo vive. Y el hombre creyó la palabra que Jesús le dijo, y se fue. Cuando ya él descendía, sus siervos salieron a recibirle, y le dieron nuevas, diciendo: Tu hijo vive. (Juan 4:46-51, RVR60)

Después de este tiempo en Samaria, Jesús fue a Galilea. En Caná de Galilea Jesús se encontró a un noble, quien había oído hablar de Sus milagros. Este noble tenía un hijo que estaba en su lecho de muerte. Cuando oyó que Jesús estaba en Galilea, el noble le pidió que fuera a su casa para que sanara a su hijo.

Quizás se imaginaba a Jesús de pie junto a la cama de su hijo. Tal vez Jesús iba a pronunciar una tremenda oración por él y a imponerle las manos; eso haría que el muchacho se levantara de su lecho, causando el asombro de los que le veían. ¡Cuánto gozo experimentarían al celebrar su sanidad! Quizás el noble reuniría a todos sus amigos y familiares para celebrar la ocasión. Quizás hasta prepararía una gran fiesta en honor a Jesús por haber sanado a su hijo. Allí habría risas, alegría y gozo.

Aunque la Biblia no nos describe qué pensaba el noble sobre lo que sucedería aquel día, el contexto sí revela claramente que esperaba una gran señal o un milagro. La respuesta de Jesús en Juan 4:48 constituye una clara indicación de que era así:

Ustedes nunca van a creer si no ven señales y prodigios --le dijo Jesús.

En respuesta a la petición del noble, Jesús sencillamente le respondió: “Vete a casa, tu hijo vivirá. El hombre creyó lo que Jesús le dijo y se fue a casa” (Juan 4:50, Palabra de Dios para Todos, PDT). Jesús no fue con el noble, sino le dijo que simplemente se marchara, que su hijo viviría. En ningún momento cayó un rayo del cielo; Jesús no le impuso las manos; no fue a orar por él. Jesús ni siquiera fue a verlo. Lo único que tuvo el noble para aferrarse fueron Sus palabras: “Ve, tu hijo vive” (Juan 4:50, RVR60). Bien pudo haber regresado a su casa desalentado.

Sin embargo, la Biblia nos dice que el noble “creyó la palabra que Jesús le dijo, y se fue” (RVR60). Al regresar, uno de sus siervos le salió al encuentro con la noticia de que su hijo había sido sanado. Al preguntar a qué hora había ocurrido aquello, el noble descubrió que había sido en el justo momento en el que Jesús le había dicho que regresara. La palabra del Señor era suficiente para sanarle.

¿Qué significó para el noble encontrarse con el Salvador? Significó verse en la obligación de creerle. Jesús le había dado Su palabra, y con eso bastaba.

Hay personas que están a la espera que de una gran señal o prodigio antes de creer, pero no caerá ningún rayo del cielo; no habrá señales. Dios ha hablado, y eso es suficiente. ¿Confiaremos en Su Palabra para ser sanados (así como lo hizo el noble), o esperaremos por una señal que quizás jamás llegará, lo cual nos hará perecer?

 

Para su consideración:

       ¿Se ha perdido alguna vez lo que ha estado haciendo el Señor por no ser lo que usted esperaba?

       ¿Por qué supone que precisamos de señales y de milagros para demostrar que es verdadero lo que Jesús dice?

       Considere que el mundo, tal y como lo conocemos, llegó a existir mediante la Palabra de Dios. ¿Es suficiente Su Palabra para que usted crea hoy?

 

Para orar:

       Pídale al Señor que le perdone por las veces que usted no ha confiado en Su Palabra. Agradézcale por lo verdadera que ella es.

       Pídale al Señor que le ayude a confiar más en Su Palabra. Pídale que le conceda la gracia de estar más dispuesto(a) a vivir en Sus promesas.


Capítulo 10 - El Hombre en el Estanque

Había allí, junto a la Puerta de las Ovejas, un estanque rodeado de cinco pórticos, cuyo nombre en arameo es Betzata. * En esos pórticos se hallaban tendidos muchos enfermos, ciegos, cojos y paralíticos. * Entre ellos se encontraba un hombre inválido que llevaba enfermo treinta y ocho años. Cuando Jesús lo vio allí, tirado en el suelo, y se enteró de que ya tenía mucho tiempo de estar así, le preguntó: --¿Quieres quedar sano? –Señor --respondió--, no tengo a nadie que me meta en el estanque mientras se agita el agua, y cuando trato de hacerlo, otro se mete antes. --Levántate, recoge tu camilla y anda --le contestó Jesús. (Juan 5:2-9)

Un día en Jerusalén Jesús pasó por el estanque de Betzata (o Betesda, RVR60). Este estanque era un lugar donde se reunían personas aquejadas, discapacitadas y paralíticas, quienes creían de cada cierto tiempo se aparecería un ángel para remover las aguas, y que recibiría la sanidad el primero en sumergirse en el agua.

Jesús se encontró aquel día con cierto hombre que había estado inválido por treinta y ocho años. Cuando el ángel aparecía y agitaba las aguas, él no lograba meterse en el estanque. Siempre había alguien que tomaba la delantera. Él necesitaba de alguien que le ayudara, pero no había quien lo hiciera. Tal vez no tenía familia; quizás su propia familia lo había abandonado. Tampoco había allí amigo alguno. Era simplemente un hombre solitario necesitando ayuda.

El estanque de Betzata constituía su única esperanza. Allí esperaba de alguna manera poder ser sanado. Cuando Jesús lo encontró aquel día, no se presentaron; sencillamente entablaron una conversación. Jesús le preguntó entonces si quería sanarse, y el hombre le respondió: “Señor, no tengo a nadie que me meta en el estanque mientras se agita el agua, y cuando trato de hacerlo, otro se mete antes” (Juan 5:7). ¿Acaso había en esta declaración un sincero clamor por ayuda? ¿Sería este desconocido lo suficientemente amable como para conducirlo hasta el estanque?

Jesús tuvo compasión del inválido aquel día. Le dijo que levantara su camilla y que anduviese. Al ser sobrecogido por su asombro y gozo, este hombre no se percató cuando Jesús se marchó. Y ni siquiera le preguntó su nombre.

Cuando los judíos le preguntaron que quién lo había sanado (en Juan 5:12), el inválido tuvo que admitir que desconocía Su nombre. Fue sólo cuando Jesús volvió a aparecérsele en el templo, que lo reconoció.

El inválido tuvo que reconocer ante sus contemporáneos que no conocía al hombre que lo había sanado. ¡Cuánta pena ha de haberle causado este desconocimiento! Durante treinta y ocho años había estado atado a una camilla sin poder caminar. Entonces un extraño le concedió el don de la recuperación, y ni siquiera le preguntó su nombre.

¿Conoce usted a Aquel que le dio vida? Le debe usted su vida y aliento a este Dios Creador. Todo lo que tiene o alguna vez tendrá constituye un regalo proveniente de Sus manos: su salud, su trabajo, su familia, su hogar… todos y cada uno constituyen bendiciones de Sus manos. ¿Le conoce usted?

¡Qué terrible tragedia sería pasar por esta vida sin jamás conocer personalmente a este Dios! ¿Es usted como el hombre del estanque? Ha recibido usted vida de parte de un desconocido. Un desconocido que vino y murió para que usted pudiera recibir el perdón de sus pecados. ¿Acaso le conoce? ¿Se ha comprometido a encontrarle? No es demasiado tarde. ¿Se comprometerá ahora a conocerle?

 

Para su consideración:

       ¿Alguna vez se ha sentido como este inválido del estanque de Betzata, dolido(a) y solo(a)? Explique.

       ¿Por qué cree que Jesús eligió precisamente a este hombre entre todos los que se encontraban en el estanque aquel día?

       ¿Qué ha hecho el Señor por usted?

       ¿Hasta qué punto conoce al Señor Jesús hoy? ¿Cuán importante le es conocerle hoy?

 

Para orar:

       Pídale al Señor que le ayude a alcanzar a aquellos que están sufriendo y dolidos, al igual que este inválido junto al estanque.

       Agradézcale al Señor por lo que ha hecho por su vida, así como por las cosas buenas que le ha dado.

       Pídale al Señor que le ayude a conocerle más. Agradézcale por el hecho de querer que le conozcamos aún más.


Capítulo 11 - El Muchacho que Alimentó a los 5,000

Cuando Jesús alzó la vista y vio una gran multitud que venía hacia él, le dijo a Felipe: --¿Dónde vamos a comprar pan para que coma esta gente? Esto lo dijo sólo para ponerlo a prueba, porque él ya sabía lo que iba a hacer. --Ni con el salario de ocho meses* podríamos comprar suficiente pan para darle un pedazo a cada uno --respondió Felipe. Otro de sus discípulos, Andrés, que era hermano de Simón Pedro, le dijo: --Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes de cebada y dos pescados, pero ¿qué es esto para tanta gente? (Juan 6:5-9)

La fama de Jesús se había difundido por toda la tierra; la gente venía de todas partes a oírle predicar. Muchos traían a los enfermos y abatidos para que Jesús los sanara. En esta ocasión se había reunido a Su alrededor una multitud de cinco mil personas.

Jesús sabía que ellos estaban agotados. Es posible que hayan estado con Él durante todo el día. Necesitaban comer para renovar sus fuerzas; entonces Jesús le preguntó a Felipe: “¿Dónde vamos a comprar pan para que coma esta gente?”.

Los discípulos no eran ricos; lo habían dejado todo para seguir a Jesús. Tampoco contaban con el dinero para comprar víveres para toda aquella multitud. Felipe le contestó lo siguiente: “Todos tendríamos que trabajar durante un mes para poder comprar suficiente pan para que cada uno coma aquí aunque sea un poquito” (Juan 6:7, PDT). A su entender era imposible poder alimentar a toda aquella multitud con los recursos que estaban a su disposición.

Quizás Andrés, al escuchar lo que Jesús le había dicho a Felipe, haya comenzado a indagar entre la gente si acaso había alguien que hubiese traído algo de comer. Si aquellos que habían traído compartían con quienes no tenían nada, tal vez alcanzaba para que todos probaran algo. La búsqueda de Andrés tuvo como resultado sólo cinco panes y dos pececillos de parte de un muchachito, y se lo informó a Jesús.

Entonces Jesús pidió a la gente que se sentara, y tomando el almuerzo de aquel muchachito, dio gracias por ese alimento y lo partió. Entonces llamó a Sus discípulos para distribuir las porciones que había partido, y ellos sirvieron a la multitud el pan y el pescado. Cada vez que alguien extendía su mano hacia la cesta, esa mano era saciada. Aquel día se alimentaron cinco mil personas, y cuando todos hubieron terminado de comer, quedaron doce cestas. La gente se quedó perpleja ante este gran milagro de Dios.

El milagro ocurrió gracias al sencillo almuerzo de un muchachito. Quizás hoy usted se esté diciendo: “Jesús no está interesado en mí realmente; Él jamás se interesará en lo que yo tengo para ofrecerle. Si yo fuera una mejor persona, Él pudiera aceptarme. ¿Por qué razón me querría?”. Este relato desafía a los que se sienten de esta manera.

¿Qué significó para este muchachito encontrarse con el Salvador? Significó tener que aprender que Jesús estaba interesado en su almuerzo (cinco panes y dos peces). Significó aprender que cuando ofreciera lo que tuviese, el Señor iba a tener la voluntad y el poder de hacer grandes cosas con eso. De todas las personas que Jesús pudo haber usado ese día, escogió a aquel muchachito. Y de él, ni siquiera sabemos su nombre. Tampoco tenemos conocimiento de si lo volvió a ver otra vez. Lo poco que tenía, lo rindió al Señor, y al Señor le plació bendecirlo. Y aquel sencillo almuerzo sirvió para alimentar a cinco mil personas.

Puede que usted piense que no tiene mucho que ofrecer al Señor; puede que se sienta insignificante, pero Jesús está tan interesado en su vida como en la del muchachito del milagro de la alimentación. Él puede usar a las personas más insignificantes para hacer cosas extraordinarias por medio de ellas. Aquel día había una multitud de cinco mil. Jesús puso Su mano sobre un pequeño. Quizás hoy Él esté interesado en colocar Su mano sobre el hombro de usted; quizás le esté llamando a rendir a Sus pies todo lo que usted tenga. ¿Oirá usted Su voz? Al igual que aquel pequeño, ¿será capaz de rendirle lo poco que tenga? Él hará grandes cosas con lo que usted ponga en Sus manos.


 

Para su consideración:

       ¿Se ha sentido alguna vez indigno o inadecuado para algo? ¿Qué nos enseña este pasaje sobre el tipo de persona que puede usar el Señor?

       ¿Qué le está impidiendo ofrecer al Señor todo lo que usted tiene y ponerlo a disposición de Él?

       ¿Por qué supone que nosotros sintamos que el Señor necesita de personas importantes y educadas para Su reino? ¿Qué es lo que Dios está buscando realmente en la persona a quien quiere usar?

 

Para orar:

       Agradézcale al Señor porque aunque nosotros seamos indignos e inadecuados, Él quiere y es capaz de usarnos tal y como somos.

       Dedique un momento para volverse a entregar al Señor como una ofrenda. Pídale que le muestre cómo quiere que usted use en favor de Su reino aquello que le ha conferido.


Capítulo 12 - La Multitud y el Pan de Vida

--Ciertamente les aseguro que ustedes me buscan, no porque han visto señales sino porque comieron pan hasta llenarse. Trabajen, pero no por la comida que es perecedera, sino por la que permanece para vida eterna, la cual les dará el Hijo del hombre. Sobre éste ha puesto Dios el Padre su sello de aprobación. --¿Qué tenemos que hacer para realizar las obras que Dios exige? --le preguntaron. --Ésta es la obra de Dios: que crean en aquel a quien él envió -- les respondió Jesús. (Juan 6:26-29)

Luego de haber alimentado a los cinco mil, Jesús cruzó el lago de Capernaúm. Al día siguiente, y al darse cuenta de que Jesús ya no estaba entre ellos, la multitud salió tras Él. Entonces lo hallaron del otro lado del lago.

Al ver la multitud, Jesús conocía el corazón de ellos. Y les dijo:

-Ciertamente les aseguro que ustedes me buscan, no porque han visto señales sino porque comieron pan hasta llenarse. (Juan 6:26)

Jesús conocía la razón por la cual la multitud había llegado buscándole. Vinieron pensando en el provecho que podían sacar de Él. El día anterior Jesús les había servido pan y pescado. Mientras tuviera comida para ofrecerles, lo iban a seguir.

Como conocía muy bien el corazón de ellos, les dijo que no trabajaran por la comida que perece. En cambio, debían procurar aquel alimento que dura por la eternidad. Esta comida consiste en creerle. La comida material sólo les iba a proporcionar vida y fortaleza físicas; sin embargo, creer en Él les brindaría vida y poder espirituales.

La multitud respondió pidiéndole que les demostrara que era Aquel a quien Dios había enviado. Le recordaron que Dios se había manifestado al pueblo de la época de Moisés enviándoles pan del cielo. Quizás ellos tenían hambre. ¿Acaso estaban sugiriendo a Jesús que repitiera el milagro del día anterior y que les volviera a dar a todos ellos algo de comer? La idea que le estaban tratando de comunicar era que si Él les daba algo de comer, entonces eso les demostraría que realmente era el Hijo de Dios. La esencia de lo que le estaban diciendo era: “Si nos das comida, te creeremos”.

Jesús declaró (en Juan 6:35): “Yo soy el pan de vida... El que a mí viene nunca pasará hambre, y el que en mí cree nunca más volverá a tener sed”. Ellos tenían justo frente a sus ojos el pan del cielo que podía darles vida, y aun así no creían. ¿Por qué creerían entonces si les hacía otro milagro? Esta declaración estremeció a los discípulos, y dijeron: “Esta enseñanza es muy difícil; ¿quién puede aceptarla?” (Juan 6:60). Cuando Jesús se negó a mostrarles una señal, muchos se alejaron de Él para siempre.

Aquí se encontraba un grupo de personas que estaban dispuestas a seguirle en tanto Él les diera de comer. Sólo les interesaba el Jesús que les daba de comer y sanaba los enfermos. Le seguían por lo que podían sacar de Él.

¿Qué significó para la multitud encontrarse con el Salvador? Significó encontrarse con quien Jesús era realmente. Ellos fueron desafiados a creer en Él por quien Él era, no por lo que ellos podían sacar de Él.

¿Por qué viene usted hoy a Jesús? Él es el Hijo de Dios; el Señor de señores; el Rey de reyes; el Salvador santo y perfecto. Aquellos que entienden quién es Él, se postran a Sus pies en adoración y le alaban por quien Él es. Frente a aquella multitud estaba parado el Hijo de Dios en persona, y lo único que les interesaba era saber qué iban a obtener de Él. Si no les daba lo que querían, lo iban a abandonar. Para ellos Él no valía más que lo que les proporcionaba, y se alejaron del Hijo de Dios porque no les dio el pan. Lo veían como un siervo cuyo único propósito era satisfacer cada una de las necesidades de ellos. ¡Qué gran insulto era esto para el Señor Jesús!

Jesús dejó que la multitud se marchara; no hizo nada para impedírselo. No quería seguidores cuyo único deseo fuese egoísta. Este tipo de amigo no lo es realmente.

Este pasaje nos llama a examinar los motivos que tenemos para acercarnos a Jesús. La gente le sigue por un montón de razones. Aquel día la multitud le seguía sólo para recibir sanidad y comida. Cuando Jesús se negó a darles lo que querían, se fueron. No estaban comprometidos con Él. ¿Por qué viene usted a Jesús hoy? ¿Viene porque es el Señor? ¿Le reconoce usted como su única esperanza de vida eterna?

 

Para su consideración:

       ¿Por qué la multitud seguía a Jesús? ¿Qué razones tiene la gente hoy en día para seguirle?

       ¿Qué quiso decir Jesús cuando dijo que era el “Pan de Vida”?

       ¿Quién es Jesús para usted en lo individual?

       ¿Por qué dejó que la multitud se fuera?

 

Para orar:

       Dedique un momento para agradecer al Señor Jesús por quien Él es y por lo que ha hecho.

       Pídale que le ayude a apreciar más plenamente todo lo que es y lo que ha hecho para salvarle.

       Pídale al Señor que quite de su corazón todo motivo egoísta y que le enseñe a amarle más por quien Él es.

       Pídale que renueve en Su iglesia el significado de la adoración y la reverencia por quien Él es y por lo que ha hecho.


Capítulo 13 - La Adúltera

“Los maestros de la ley y los fariseos llevaron entonces a una mujer sorprendida en adulterio, y poniéndola en medio del grupo le dijeron a Jesús: --Maestro, a esta mujer se le ha sorprendido en el acto mismo de adulterio. En la ley Moisés nos ordenó apedrear a tales mujeres. ¿Tú qué dices? Con esta pregunta le estaban tendiendo una trampa, para tener de qué acusarlo. Pero Jesús se inclinó y con el dedo comenzó a escribir en el suelo. Y como ellos lo acosaban a preguntas, Jesús se incorporó y les dijo: --Aquel de ustedes que esté libre de pecado, que tire la primera piedra.” (Juan 8:3-7)

La gente se había aglomerado en torno a Jesús en el atrio del templo para escuchar Sus enseñanzas; sin embargo, unos maestros de la ley y fariseos lo interrumpieron al llegar a la zona del templo. Llevaban con ellos a una mujer. Quienes habían estado escuchando con mucha atención a Jesús, se voltearon para ver qué estaba sucediendo. El grupo se dirigió al lugar donde Jesús estaba enseñando y colocaron a la mujer a Su lado, frente a la multitud. Con seguridad cada uno de los que se encontraban allí se fijó en aquella mujer, y un hombre del grupo dijo:

“Maestro, a esta mujer se le ha sorprendido en el acto mismo de adulterio”. (Juan 8:4)

Al mirar a aquella mujer, la multitud ha de haberse horrorizado. Entonces cambió la actitud que había en los atrios; se comenzó a respirar un aire de juicio y de odio. La gente se dispuso a tomar la primera piedra que estuviese al alcance para lanzársela. No se podía tolerar el adulterio.

Y los fariseos y maestros de la ley se reían entre sí; habían estado procurando que se presentara una oportunidad como aquella. Ellos odiaban a Jesús y querían infundir dudas sobre Su ministerio. Sabían que la multitud lo consideraba amigo de pecadores. ¿Iría él en contra de la ley de Moisés para proteger la vida de esta mujer? Si así lo hacía, lo acusarían de ser un maestro falso.

Jesús se negó a contestar; sabía lo que ellos estaban haciendo: lo querían atrapar. Los fariseos y maestros de la ley siguieron cuestionándole en busca de una respuesta. La multitud escuchaba aguardando Su reacción. Entonces Jesús se incorporó y dijo:

“Aquel de ustedes que esté libre de pecado, que tire la primera piedra” (Juan 8:7).

La mujer se preparó para ser arrastrada hacia afuera de los atrios del templo y ser lapidada. Nadie se le acercaba. La multitud oscilaba la mirada entre ella y Jesús, quienes a su vez se miraban entre sí. Un hombre se marchó; luego otro. Así lo hicieron uno tras otro, hasta que Jesús se quedó solo con ella. “Entonces él se incorporó y le preguntó: --Mujer, ¿dónde están? ¿Ya nadie te condena? --Nadie, Señor. --Tampoco yo te condeno. Ahora vete, y no vuelvas a pecar” (vv. 10-11).

Jesús era la única persona sin pecado aquel día en el atrio. Únicamente Él pudo haber lanzado la primera piedra; en cambio, se negó a hacerlo porque prefirió la misericordia en vez del juicio.

¿Qué significó para aquella mujer adúltera encontrarse con el Salvador? Significó que se le concedió una nueva oportunidad de vivir. De otro modo, la multitud la hubiese lapidado; ellos creían que no merecía vivir, pero Jesús no veía las cosas de este modo. Él la aceptó cuando todos los demás la rechazaron.

No hay pecado tan grande que Jesús no lo pueda perdonar. Puede que haya otros sacándole a usted en cara su pecado, pero en Jesús hay perdón. No importa lo que usted haya hecho en el pasado. Jesús le aceptará cuando todos los demás le den la espalda. Usted no tiene que ser bueno(a) para venir a Jesús; puede acercarse a Él tal y como usted es.

Sin Jesús, esta mujer hubiera perdido su vida. Lo mejor que los líderes judíos pudieron haber hecho por ella fue traerla a Jesús: su única esperanza. Jesús está dispuesto a perdonar los pecados que todos los demás deciden recordar por siempre. En Él usted hallará gran compasión y misericordia.

La mujer adúltera de seguro salió de la presencia de Jesús como una mujer transformada. ¿Cómo podría volver otra vez a su pecado? A Jesús le debía la vida; la había perdonado; y usted, permítale que hoy Él haga lo mismo en su vida.

 

Para su consideración:

       ¿Se ha encontrado alguna vez en el lugar de los líderes religiosos? ¿Cuál es la diferencia entre la manera en que vemos los pecadores, y la que tiene Dios de verles?

       ¿Hay pecados que le resultan difíciles de perdonar? ¿Está dispuesto el Señor a perdonarlos?

       ¿Hay pecados por los cuales a usted le resulta difícil incluso perdonarse a usted mismo? ¿Ha perdonado a aquellos que le han ofendido?

 

Para orar:

       Agradézcale al Señor Su disposición de perdonarle todos sus pecados.

       Pídale que le conceda la gracia de compadecerse de quienes hayan pecado en su contra.

       Dedique un momento para comprometerse con el Señor Jesús. Pídale que le perdone por sus pecados. Reciba hoy ese perdón y vuélvase de ellos.


Capítulo 14 - El Hombre Ciego de Nacimiento

A su paso, Jesús vio a un hombre que era ciego de nacimiento. Y sus discípulos le preguntaron: --Rabí, para que este hombre haya nacido ciego, ¿quién pecó, él o sus padres? --Ni él pecó, ni sus padres --respondió Jesús-, sino que esto sucedió para que la obra de Dios se hiciera evidente en su vida. (Juan 9:1-3)

En uno de sus recorridos Jesús y Sus discípulos conocieron a un hombre que había nacido ciego. Al pasar por su lado, los discípulos le preguntaron al Maestro que si había pecado él o sus padres para haberle provocado aquella ceguera (9:2). Jesús les dijo que no era consecuencia de su pecado ni de la vida de sus padres.

Aunque esta fue la primera vez que Jesús se encontró con este hombre, sabía todo sobre su vida. Sabía que no estaba ciego a causa de algún pecado oculto; sabía que tampoco era un juicio de Dios; Él conocía el corazón de este hombre ciego. “Ni él pecó, ni sus padres… sino que esto sucedió para que la obra de Dios se hiciera evidente en su vida” (Juan 9:3).

Dios tenía un propósito con la ceguera de este hombre. Cuando nació, sus padres no entendieron por qué Dios les había dado un hijo ciego. Puede que ellos hasta se hayan airado con Dios o se hayan decepcionado de Él. Quizás se sentían como los discípulos, que estaban siendo castigados por algún pecado secreto.

Aquí tenemos a un hombre que quería ser sanado. Mediante esta sanidad, muchos verían el poder y la compasión de Dios en acción. Este hombre, aun sin saberlo, esperaba el tiempo de Dios. Y ese día llegó. Jesús estaba parado frente a él. Entonces hizo barro en Sus manos y se lo untó en los ojos. Luego Jesús le dijo que fuera a lavarse al Siloé.

Con el lodo aún en sus ojos, este ciego se dirigió hacia el estanque y se lavó, como le había dicho Jesús, y quedó sano. La gente se maravilló ante la obra que Dios hizo en su vida. Los fariseos le preguntaron que quién le había sanado, y les contestó que había sido Jesús.

Los fariseos le preguntaron qué pensaba de Jesús. En Juan 9:17 les dijo que creía que Jesús era un gran profeta. Aunque esta era una declaración admirable, nos muestra que los ojos espirituales de este hombre no habían sido abiertos a la verdadera identidad de Jesús, quien le había sanado. Jesús era muchísimo más que un profeta.

Los fariseos dijeron al hombre que por cuanto Jesús le había sanado en sábado, era imposible que fuese profeta; tenía que ser un pecador. Entonces el hombre respondió: “Si es pecador, no lo sé. Lo único que sé es que yo era ciego y ahora veo” (Juan 9:25).

Esta declaración nos demuestra claramente que aquel hombre no sabía a ciencia cierta quién era Jesús. No sabía si era pecador o no.

A medida que siguió conversando con los fariseos, sí les dijo que sentía que Jesús tenía que ser de Dios. En Juan 9:31-33 les dijo: “Sabemos que Dios no escucha a los pecadores, pero sí a los piadosos y a quienes hacen su voluntad. Jamás se ha sabido que alguien le haya abierto los ojos a uno que nació ciego. Si este hombre no viniera de parte de Dios, no podría hacer nada”. Con esta declaración, los fariseos se airaron y echaron del templo al que había sido ciego porque veía que Jesús era un hombre de Dios. Para cualquier judío constituía una terrible vergüenza el hecho de ser excomulgado. Él fue humillado públicamente.

Jesús fue a ver al hombre cuando oyó que lo habían sacado del templo, y le preguntó: “¿Crees en el Hijo del hombre?” (Juan 9:35). A lo cual él respondió con otra pregunta: “¿Quién es, Señor?” (v. 36); Jesús entonces le contestó: “Pues ya lo has visto… es el que está hablando contigo” (v. 37). Cuando oyó esto, las escamas cayeron de sus ojos espirituales. En Juan 9:38 le dijo lo siguiente mientras se postraba en adoración: “Creo, Señor”. Aquel día el hombre fue sanado completamente (en lo físico y lo espiritual). El propósito de Dios por fin se había cumplido en su vida.

¿Qué significaba para el ciego de nacimiento el haberse encontrado con el Salvador? Significó la renovación de su vista física y espiritual. Había sido sanado físicamente, pero lo más importante es que había sido sanado espiritualmente. Pudo ver a Jesús como jamás lo había visto antes; Él era más que un profeta, más que un adorador. Él era más que un hombre bueno enviado por Dios. Era Dios mismo, y Dios lo había alcanzado para tocarle.

¡Qué gran día fue éste! Era tremendo el hecho de ya no ser ciego, pero aún más lo era haber visto al Hijo de Dios. Quizás sea usted como este ciego. Toda su vida ha estado ciego(a) a las cosas de Dios; tal vez quiera hoy el Señor Jesús extender Sus manos mediante este mensaje para tocar sus ojos espirituales. Permítale tocar su vida. Usted jamás será igual.

 

Para su consideración:

       ¿Cuál es la diferencia entre la sanidad física y la espiritual? ¿Podemos ser sanados físicamente y no conocer al Señor que nos ha sanado?

       ¿Quién es Jesús para usted hoy? ¿Le conoce como un buen maestro, como alguien que adora a Dios, o como el Hijo de Dios en persona?

       ¿Cuál sanidad es más importante: la física o la espiritual? Explique.

       ¿Ha abierto usted sus ojos al Señor Jesús y a quien Él es?

 

Para orar:

       Pídale al Señor que abra sus ojos para que le vea como Él es.

       Si ya se le ha revelado, pídale que le muestre Su rostro más y más.

       Dedique un tiempo para orar por la sanidad de la ceguera espiritual en nuestra sociedad. Pídale al Señor que se revele a quienes le rodean.


Capítulo 15 - Los Fariseos y la Muerte de Lázaro

Dicho esto, gritó con todas sus fuerzas: --¡Lázaro, sal fuera! El muerto salió, con vendas en las manos y en los pies, y el rostro cubierto con un sudario. --Quítenle las vendas y dejen que se vaya --les dijo Jesús. Muchos de los judíos que visitaban a María y que habían presenciado lo hecho por Jesús, creyeron en él. Pero algunos de ellos fueron a ver a los fariseos y les contaron lo que Jesús había hecho. Entonces los jefes de los sacerdotes y los fariseos convocaron a una reunión del Consejo. --¿Qué vamos a hacer? --dijeron--. Este hombre está haciendo muchas señales milagrosas. Si lo dejamos seguir así, todos van a creer en él, y vendrán los romanos y acabarán con nuestro lugar sagrado, e incluso con nuestra nación. (Juan 11:43-48)

¿Alguna vez ha conocido a alguien que se mantenga en sus trece? Usted puede intentar razonar todo lo que quiera con esta persona, pero jamás logrará cambiar su mente. Aunque la evidencia demuestre que está errada, preferirá ir a la tumba antes de admitir su error. Casi siempre estas personas se vuelven amargadas e irracionales. Los fariseos pudieran encajar en esta categoría.

En Juan 11, Jesús recibió la noticia de que Lázaro estaba muy enfermo en el pueblo de Betania. Por eso le pidieron que se presentara rápidamente junto a su querido amigo para que le sanase. Sin embargo, Jesús decidió permanecer donde estaba ministrando durante dos días más.

Aquellos dos días fueron cruciales para Lázaro, quien murió sin la intervención de Jesús. Después de haber muerto Lázaro, Jesús dijo a Sus discípulos que era hora de ir a Betania. Al llegar vio que Lázaro había estado en la tumba durante cuatro días.

Jesús se encontró en la tumba con Marta, una de las hermanas del difunto. Aunque a ella le alegró mucho verlo, le dejó bien claro que de haber venido Él antes, su hermano no habría fallecido (Juan 11:21); ella creía que Jesús podía haberlo sanado. Luego de una breve conversación con Marta, Jesús le pidió que fuese a buscar a María.

Marta fue a casa para decirle a María que Jesús había llegado y que estaba buscándola. María entonces se apresuró para verle en el sepulcro, y muchos judíos le siguieron.

Luego de haber intercambiado su dolor por un momento, Jesús pidió que quitaran la piedra que estaba cubriendo la tumba. Al principio Marta se opuso, pero cuando Jesús le dijo que vería la gloria de Dios, se retractó y observó. Una vez removida la piedra, Jesús exclamó: “¡Lázaro, sal fuera!”. Y se oyó en la tumba un sonido crujiente. Todas las miradas estaban fijas hacia la entrada de la tumba. De repente apareció allí una figura envuelta en vendas sepulcrales; Jesús mandó que alguien se las quitase, y mientras caían las vendas, se vio claramente que era Lázaro. Estaba vivo.

Este fue el mayor milagro que había visto la gente hasta aquel momento. Allí estaban atónitos, sin saber qué decir, y Lázaro estaba de pie frente a ellos. Muchas personas se convencieron aquel día de que Jesús era el Hijo de Dios.

Entre la gente que se había reunido ante la tumba, había algunos fariseos. Ellos también habían podido presenciar este gran milagro de Jesús, y regresaron donde los demás para contarles lo que había sucedido. Fíjese en la respuesta de sus hermanos a este gran milagro de Jesús en Juan 11:47-48:

“Entonces los jefes de los sacerdotes y los fariseos convocaron a una reunión del Consejo. --¿Qué vamos a hacer? --dijeron--. Este hombre está haciendo muchas señales milagrosas. Si lo dejamos seguir así, todos van a creer en él, y vendrán los romanos y acabarán con nuestro lugar sagrado, e incluso con nuestra nación.”

Jesús había acabado de hacer uno de Sus más gloriosos milagros: un hombre había resucitado de los muertos. Jesús había acabado de demostrar que en Sus manos tenía el poder de la vida. La reacción de los fariseos fue impedir que otras personas creyeran en Él.

Los fariseos permanecieron indiferentes ante el milagro de Jesús. Sus mentes continuaban embotadas; no querían tener nada que ver con Jesús. Ya se les había presentado evidencias contundentes acerca de la deidad de Cristo, pero no tenían nada que ver con ellas. Jesús les mostró los hechos; ellos permanecieron aferrados a sus tradiciones.

¿Qué hubiese significado para los fariseos conocer al Salvador? Hubiese significado volver a examinar sus tradiciones y creencias. Hubiese significado cuestionar todo lo que les había sido enseñado. ¿Iban a estar ellos dispuestos a admitir que estaban equivocados en cuanto a Jesús al ser confrontados con la realidad? Muchos no tenían el coraje de hacerlo; preferían morir equivocados en lugar de admitir su error. Ellos escogían sus tradiciones y falsas creencias antes que a Cristo.

Es mi oración que usted considere de forma seria y detallada las evidencias que se les presentan en este libro. ¿Aceptará la evidencia y le aceptará como su Señor y Salvador?

 

Para su consideración:

       ¿Ha conocido usted a personas a quienes realmente no les importa si están equivocados, pues sencillamente no quieren admitirlo?

       ¿Está el corazón suyo lo suficientemente tierno para estar abierto a las realidades que se le han presentado sobre Jesús?

       ¿Está usted dispuesto(a) a abandonar sus tradiciones y antiguas creencias para enfrentar la verdad en cuanto a Jesús?


Para orar:

       Pídale al Señor que le ayude a abrir su corazón a las evidencias que hay a su alrededor.

       Agradézcale al Señor que Él es Dios y que viene a ofrecernos salvación.

       ¿Conoce usted a personas endurecidas ante el mensaje de Jesús y Su salvación? Pídale que abra los corazones de estas personas para que lo vean como es realmente.


Capítulo 16 - María y Judas

Seis días antes de la Pascua llegó Jesús a Betania, donde vivía Lázaro, a quien Jesús había resucitado. Allí se dio una cena en honor de Jesús. Marta servía, y Lázaro era uno de los que estaban a la mesa con él. María tomó entonces como medio litro de nardo puro, que era un perfume muy caro, y lo derramó sobre los pies de Jesús, secándoselos luego con sus cabellos. Y la casa se llenó de la fragancia del perfume. (Juan 12:1-4)

En el capítulo anterior analizamos el relato de la resurrección de Lázaro. Algún tiempo después Jesús llegó a Betania, donde Lázaro vivía. Su familia había decidido ofrecer una cena especial en honor a Jesús. Quizás era ésta una forma de agradecerle por lo que había hecho por su amado hermano.

Debió de haber sido una cena muy especial. Lázaro le debía la vida a Jesús; por eso pretendían que aquella noche fuese extraordinaria. Sabía que Jesús no era cualquiera; era el Hijo de Dios. Hacer una cena en honor a Él no era algo que podía tomarse a la ligera; sobre todo Marta se mantuvo bien ocupada sirviendo a los invitados especiales. Y también asistieron los discípulos de Jesús.

Durante el transcurso de la noche, María entró al aposento con un frasco de perfume. No se trataba de cualquier perfume, sino de uno preparado a base de una hierba importada, denominada nardo. El frasco que María tenía en sus manos era bien costoso; representaba el salario de todo un año para el obrero promedio. Ella lo abrió en presencia de Jesús, y para el asombro de sus invitados, vertió el contenido en los pies de Él y los secó con su cabello. Toda la casa se saturó con la preciosa fragancia.

Judas Iscariote no apreció lo que había hecho María. “¿Por qué no se vendió este perfume, que vale muchísimo dinero, para dárselo a los pobres?” (Juan 12:5). La Biblia nos dice que a Judas no le interesaban los pobres. En su cargo de tesorero había estado robando dinero, y vio este momento como ocasión para enriquecerse.

En cambio, Jesús no condenó la acción de María; de hecho, la defendió ante Judas. Este bálsamo constituía la expresión de María por Jesús. Ella no vaciló en derramar a Sus pies el valor de todo un año de trabajo. Ella no escatimó gasto alguno para Su Señor.

Cuando María se encontró con el Salvador aquel día, su amor por Él la impulsó a ofrecerle el mayor regalo que podía pagar. Derramó el invaluable perfume en Sus pies como expresión de devoción a Él.

¿Cuánto vale Jesús para usted? ¿Qué tipo de precio podemos poner a la persona de Cristo? Todos estaremos de acuerdo en admitir que Jesús es mucho más de lo que jamás podríamos estimar. Sin embargo, ¿quién entre nosotros rendirá a Sus pies sus más valiosas posesiones?

Por otra parte, Judas estuvo dispuesto a vender a Jesús a los judíos: ¡por 30 piezas de plata! ¿Qué significó para María encontrarse con el Salvador? Significó haber estado dispuesta a sacrificar su más valiosa posesión. Jesús no rechazó su presente; lo aceptó, así como la actitud con que ella lo había ofrecido.

A menudo acudimos al Salvador por lo que podemos obtener de Él. En cambio, María vino a traerle regalos. Puede que no tengamos grandes riquezas o posesiones, pero todos tenemos hoy algo que podemos ofrecer al Señor Jesús. Él nos llama a ofrecerle por completo nuestros planes y proyectos en la vida; nos llama a entregarle todo nuestro tiempo y energía. ¿Se presentará usted como María, ofreciéndole todo lo que posee?

María entendía que seguir al Señor Jesús tenía un precio; ella estaba dispuesta a pagarlo. Hay muchísimas personas que no quieren pagarlo. ¿Está usted dispuesto a pagarlo? Puede que implique dejar familia, amigos y posesiones terrenales. Puede que le cueste su tiempo y su vigor. ¿Se presentará usted ante Él, así como María, rindiendo a Sus pies todas estas cosas, cual perfume de delicada aroma?

 

Para su consideración:

       ¿Cuál fue la diferencia entre la respuesta de María a Jesús, y la de Judas? ¿Con cuál de ellos se identifica más evidentemente?

       Si es usted hoy un creyente en Jesucristo, ¿qué le ha costado creer el Él?

       ¿Qué está dispuesto(a) a sacrificar hoy por el Señor Jesús? ¿Cuánto vale Él para su persona?

 

Para orar:

       Pídale al Señor que renueve su capacidad de apreciar tanto Su belleza como Su valor.

       Pídale que le disponga a sacrificar cuanto Él demande hoy para Su gloria.

       Agradézcale por el hecho de ser plenamente digno de nuestro mayor sacrificio.

       Pídale al Señor que le muestre si hay algo que usted esté necesitando rendir a Sus pies.


Capítulo 17 - Simón Pedro

Estaba, pues, Pedro en pie, calentándose. Y le dijeron: ¿No eres tú de sus discípulos? El negó, y dijo: No lo soy. Uno de los siervos del sumo sacerdote, pariente de aquel a quien Pedro había cortado la oreja, le dijo: ¿No te vi yo en el huerto con él? Negó Pedro otra vez; en seguida cantó el gallo. (Juan 18:25-27)

Jesús acababa de ser arrestado. En ese momento sus discípulos ya habían huido y lo habían dejado solo al enfrentarse a las autoridades judías. No había duda alguna de qué pretendían hacer los judíos con Jesús; su intención era crucificarle.

Dos de los discípulos le siguieron de lejos. Simón Pedro era uno de ellos, y estaba ansioso por ver qué le sucedería a su Señor. Mientras se encontraba parado fuera, a la puerta, una muchacha se le acercó y le preguntó: “¿No eres tú también uno de los discípulos de ese hombre?” (Juan 18:17). Había personas aglomeradas alrededor de una fogata para resguardarse del frío y en espera de los resultados del juicio; de las cuales una le preguntó: “¿No eres tú también uno de sus discípulos?” (Juan 18:25). Por segunda vez, Pedro negó toda asociación con Jesús. Más adelante, otra persona miró a Pedro y dijo: “¿Acaso no te vi en el huerto con él?” (Juan 18:26). Este hombre era pariente de aquel a quien Pedro le había cortado la oreja. Y por tercera vez Pedro negó conocer a Jesús.

Lucas nos dice que cuando Pedro le negó la tercera vez, Jesús se volvió hacia él y lo miró (Lucas 22:61). Esa mirada quebrantó el espíritu de Pedro. Entonces salió del patio y lloró amargamente (Lucas 22:62).

Antes de estos acontecimientos, Pedro le dijo a Jesús que estaba dispuesto a entregar su vida por Él (véase Juan 13:37). Él había estado tan seguro de sí mismo en aquel momento, pero no era ahora el hombre que tan atrevidamente había dicho ser.

¿Qué significó para Pedro encontrarse aquel día con el Salvador? Significó asumir su propia debilidad. Cuando vio los ojos del Señor penetrar su alma, supo que era culpable. En un momento anterior, él había llegado al punto de ofrecerse a abandonarlo todo para seguir al Señor; ahora tenía temor de identificarse con Él.

Quizás al leer esto, pueda usted identificarse con lo que le estaba sucediendo a Pedro. Tal vez en algún momento de su vida haya hecho un firme compromiso con el Señor Jesús, pero ahora se encuentra en la posición de Pedro; usted está avergonzado de su Señor. No quiere que otros sepan que usted es Su seguidor.

Pedro salió del patio quebrantado. Pudo ver su fracaso al ver a Jesús aquel día. Su debilidad y sus atrevidos planteamientos quedaron expuestos tal cual eran. Aquellos que se encuentran con el Salvador a menudo quedan dolorosamente apercibidos de sus fallos. De frente a la santidad y pureza divina, pueden ver la vergüenza y pecaminosidad de ellos. No obstante, lo más alentador de esta historia es que Jesús regeneró a Pedro, quien volvió a levantarse, recibió el perdón de Dios, y pudo seguir adelante para llegar a ser uno de los más prominentes líderes en la iglesia. Jesús también puede hacer lo mismo con usted.

 

Para su consideración:

       ¿Cuán seguro está de su relación con el Señor? ¿Es posible que usted caiga, como le sucedió a Pedro?

       ¿Ha caído alguna vez en pecado, así como Pedro? ¿Cuán difícil le fue restablecerse? ¿Cómo le alienta este capítulo?

       ¿Cómo evita usted caer como cayó Pedro?

       ¿Con qué pecados debe lidiar hoy para ser restablecido en una mejor relación con el Señor Jesús?

 

Para orar:

       Pídale al Señor que le ayude a ser fuerte en Él.

       Pídale al Señor que le revele cualquier orgullo o falso sentido de seguridad que pueda estar presente en su vida hoy.

       Si es que ha caído, pídale al Señor que le dé la gracia de poder volver a levantarse, como Pedro.

       Agradézcale al Señor por las maravillas de Su perdón y Su gracia.


Capítulo 18 - Pilato

Al oír esto, Pilato llevó a Jesús hacia fuera y se sentó en el tribunal, en un lugar al que llamaban el Empedrado (que en arameo se dice Gabatá). Era el día de la preparación para la Pascua, cerca del mediodía. * --Aquí tienen a su rey --dijo Pilato a los judíos. --¡Fuera! ¡Fuera!  ¡Crucifícalo! --vociferaron. --¿Acaso voy a crucificar a su rey? --replicó Pilato. --No tenemos más rey que el emperador romano -- contestaron los jefes de los sacerdotes. Entonces Pilato se lo entregó para que lo crucificaran, y los soldados se lo llevaron. (Juan 19:13-16)

Luego de condenar a Jesús en un tribunal religioso, los judíos le condujeron ante Pilato para que le juzgase. Pilato preguntó a los judíos: “¿De qué delito acusan a este hombre?” (Juan 18:29). Los judíos respondieron: “Si no fuera un malhechor… no te lo habríamos entregado” (Juan 18:30). Sus acusaciones no tenían fundamento. Pilato no estaba convencido de que Jesús fuese culpable de mal alguno. Les dijo que se lo llevaran de allí y que le juzgaran según la ley de ellos (Juan 18:30). Podían castigar a Jesús, pero según la ley romana no se les permitía crucificarle.

Los judíos no se contentaron con la respuesta de Pilato. En Lucas 23:1-2 se nos dice que entonces ellos comenzaron a sacar en contra de Jesús acusaciones políticas; lo acusaron de “subvertir a la nación”, así como de oponerse al pago de los impuestos. Hasta llegaron a decirle a Pilato que Jesús decía ser rey.

A Pilato no le importaron las acusaciones religiosas, pero no pudo ignorar estas acusaciones políticas. Entonces hizo llevar a Jesús a palacio para interrogarlo.

En Juan 18:33, le preguntó: “¿Eres tú el rey de los judíos?”. Jesús le respondió que aunque sí lo era, Su reino no era de este mundo (v. 36), con lo cual Pilato entendió una vez más que el desacuerdo entre Jesús y los judíos era de índole religioso; Jesús no constituía una amenaza política. Luego de haberse convencido, Pilato emitió su juicio: “Yo no encuentro que éste sea culpable de nada” (Juan 18:38).

Sin embargo, en su deseo de complacer a los judíos, Pilato decidió soltarles un prisionero. Trajo ante ellos a un hombre llamado Barrabás, quien según Lucas 23:19, era culpable de sedición y homicidio. La versión Reina Valera nos dice, en Juan 18:40, que Barrabás era ladrón. Teniendo a Barrabás de un lado y a Jesús del otro, Pilato dijo a los judíos que soltaría a uno de ellos, aunque a él no le cabía duda alguna de cuál de los dos era culpable. Barrabás era un rebelde en la política, aunque, para asombro de Pilato, los judíos pidieron contradictoriamente la liberación de Barrabás. Le pidieron que crucificara a Jesús.

Entonces Pilato les preguntó: “Pero, ¿qué crimen ha cometido este hombre? No encuentro que él sea culpable de nada que merezca la pena de muerte, así que le daré una paliza y después lo soltaré” (Lucas 23:22). Pilato no entendía por qué los judíos se oponían tan fervientemente a Jesús; estaba decidido a proseguir en su intento de liberarle. Dijo luego a la multitud que lo azotaría para luego soltarlo.

Según Mateo 27:19, Pilato sabía que la razón por la cual los judíos querían matar a Jesús era la envidia. Durante el juicio, la esposa de Pilato le contó un sueño que ella había tenido con Jesús. Le rogó que no le fuera a hacer nada a ese hombre inocente (Mateo 27:19).

Para complacer a los judíos, Pilato entregó a Jesús a sus soldados; ellos le pusieron vestiduras de realeza. Le colocaron una corona de espinas. Se burlaron de Él. Lo escupieron y le golpearon. Cuando los soldados hubieron terminado con Él, Pilato le hizo venir ante el pueblo. ¡Qué horrenda escena aquella! La sangre corría por Su cabeza; las aberturas de Sus llagas podían verse sin dificultad en Su espalda; Su piel estaba mojada del esputo de los soldados romanos. De seguro Pilato pensó que esto serviría para satisfacer a los judíos.

La respuesta del pueblo fue más lejos de toda imaginación. De común acuerdo, gritaron a toda voz: “¡Crucifícale! ¡Crucifícale!”. Es difícil imaginar semejante odio. Ellos no tuvieron compasión. Pilato no entendía la respuesta de ellos, y una vez más repitió que no encontraba fundamento alguno para acusarle.

Los judíos le dijeron a Pilato que Jesús decía ser Dios y que, de acuerdo con la ley de ellos, Él tenía que morir. Cuando Pilato oyó esto, una vez más le hizo venir al palacio para interrogarle. “¿De dónde eres tú?” (Juan 19:9). ¿Qué habrá pasado por su mente cuando le hizo esta pregunta? El resultado de este diálogo fue que una vez más procuró soltar a Jesús, pero los judíos se mantuvieron clamando en Su contra (Juan 19:12).

Al ver que Pilato titubeó ante crucificar a Jesús, la gente comenzó a acusarle de ser enemigo de César. Pilato sabía que si se corría la noticia, no sólo estaría en riesgo su cargo, sino también su vida. Entonces en un intento más audaz por soltar a Jesús, les dijo: “¿Acaso voy a crucificar a su rey?”; a lo cual los sumos sacerdotes respondieron: “No tenemos más rey que el emperador romano” (Juan 19:15). Pilato conocía bien la hipocresía de esta afirmación, pues los judíos odiaban a Roma; sin embargo, no podía hacer nada para aplacar la efusiva rebelión que estaba ante sus ojos. Entonces les entregó a Jesús para que le crucificaran.

Pilato hizo que colocaran un letrero sobre la cruz donde iban a colgar a Jesús, que decía: “JESÚS DE NAZARET, REY DE LOS JUDÍOS” (Juan 19:19). Los líderes judíos le pidieron a Pilato que cambiara la inscripción; querían que dijese: “Era él quien decía ser rey de los judíos” (Juan 19:21). Y aunque se nos deja con la duda de qué era lo que Pilato creía de Jesús, sí sabía que era inocente.

¿Qué significó para Pilato encontrarse con el Salvador? Significó que llegó a confrontar a la gente de su época. Sabía que Jesús era inocente, pero lo entregó para ser crucificado. ¿Por qué lo hizo? ¿No habrá sido por la gente a su alrededor? ¿No habrá sido porque valoraba su labor, su reputación y su vida? Sabía la verdad sobre la inocencia de Cristo, pero no tuvo el coraje de mantenerse de Su lado en Su hora final.

¿Qué haremos con Jesús hoy? ¿Haremos como Pilato, lavarnos las manos, por no tener la valentía de defender la verdad? Pilato murió sabiendo que había eliminado a un inocente. ¿Moriremos nosotros sabiendo que le hemos dado la espalda? No es suficiente con saber la verdad; también debemos responder a ella. ¿Cómo responderemos hoy a Jesús? ¿Arriesgaremos por Él nuestra labor, nuestra reputación? ¿O, así como lo hizo Pilato, le daremos la espalda y nos uniremos a la multitud que aclamaba Su muerte?

 

Para su consideración:

       ¿Qué cree usted que creía Pilato en su corazón sobre Jesús?

       ¿Por qué cree que al final entregó a Jesús en manos de los judíos?

       ¿Cuál cree que debió haber sido su respuesta hacia Jesús?

       ¿Cómo le ha respondido usted a Jesús?

       ¿Qué está dispuesto(a) a arriesgar por lo que cree de Jesús hoy?

 

Para orar:

       Pídale al Señor que le ayude a demostrar en su vida lo que cree sobre Jesús. Pídale que le dé el coraje de mantenerse firme al defender lo que usted cree.

       Agradézcale al Señor que aunque Pilato lo entregó para que le crucificaran, Dios hizo uso de eso para llevar cabo nuestra salvación.

       Pídale al Señor que le dé el coraje y la fortaleza para permanecer siéndole fiel a toda costa.


Capítulo 19 - Conclusión

¿Por qué el apóstol Juan escribió el Evangelio que lleva su nombre? La respuesta se encuentra en Juan 20:30-31:

Jesús hizo muchas otras señales milagrosas en presencia de sus discípulos, las cuales no están registradas en este libro. Pero éstas se han escrito para que ustedes crean que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que al creer en su nombre tengan vida.

Si hubo algo que Juan pretendió lograr al escribirlo, fue que sus lectores se convencieran de que Jesús era el Hijo de Dios y que tuvieran acceso a la vida que Él había venido a ofrecer. Por esa misma razón he escrito esta serie de meditaciones breves sobre el Evangelio de Juan. Mi deseo es que cada lector pueda examinar cuál es su respuesta a la persona del Señor Jesús que Juan nos presenta en el Evangelio que le fue encomendado escribir.

En este estudio hemos visto a hombres, a mujeres y a niños que conocieron a Jesús mientras estuvo en esta tierra. Hay varias lecciones importantes que estos diversos encuentros nos enseñan.

En primer lugar, venir a Jesús le costará algo. Los discípulos dejaron sus redes y a sus familias.  Los discípulos de Juan dejaron a su maestro. Un muchachito le entregó a Jesús su almuerzo, y eso era todo lo que tenía. María derramó su más caro perfume a Sus pies. Cuando venimos a Él, debemos estar dispuestos a entregarlo todo.

En segundo lugar, venir a Jesús significa aceptar lo que Él dice, no lo que pensemos nosotros. Natanael tenía sus propias ideas sobre la gente de Nazaret, pero tuvo que cambiar esas ideas. Los fariseos también tenían sus propias opiniones en cuanto a Jesús, pero como se negaron a aceptar lo que Jesús les decía, jamás pudieron llegar a conocer Su persona ni la verdad de Su Palabra. Si viene usted a Jesús, debe hacerlo con la disposición de confiar en Él y en lo que dice.

En tercer lugar, venir a Jesús significará ser confrontados con nuestro pecado. Cuando los cambistas se encontraron con el Señor Jesús, Él sacó un látigo y los echó del templo. Cuando la multitud de Juan 6 llegó a Jesús exigiendo alimento, Él sacó a relucir el egoísmo de ellos. Simón Pedro fue confrontado con sus fallos cuando Jesús lo miró a los ojos después de que Pedro le negó por tercera vez. Cuando Nicodemo llegó a Jesús como religioso, se le dijo que aún no estaba preparado para entrar al reino de los cielos, y para algunos este mensaje sobre el pecado fue mucho más de lo que pudieron soportar; por eso se negaron a escuchar. Los que no estuvieron a aceptar la realidad de su pecado, se marcharon sin haber sido transformados.

En cuarto lugar, los que vinieron a Jesús reconociendo su pecado, pudieron descubrir Su disposición a perdonar. La mujer samaritana y la que fue descubierta cometiendo adulterio entendieron esta maravillosa aceptación y este bendito perdón de Jesús, como también lo entendió Simón Pedro. Ellos llegaron habiendo entendido plenamente su pecado e indignidad, pero se marcharon transformados, luego de haber conocido completamente al Señor Jesús.

En quinto lugar, los que fueron perdonados experimentaron nueva vida y un nuevo propósito. Andrés y Felipe constituyen claros ejemplos de individuos que fueron cambiados radicalmente al conocer al Señor Jesús. La samaritana también fue transformada en su encuentro con Jesús. Ninguno de ellos regresó a su antigua manera de vivir; su forma de pensar fue cambiada de raíz. Llegaron a ser nuevas personas porque se encontraron con el Señor Jesús, y recibieron el perdón y la vida nueva que Él había venido a ofrecerles.

Por último, venir a Jesús nos exige tomar una decisión. Pilato sabía la verdad en cuanto a Jesús, pero no tuvo la osadía de escogerlo a Él en vez de a la gente. Los fariseos vieron las evidencias de la verdad en las enseñanzas de Jesús, pero se negaron a abrir sus ojos a ellas. Por otra parte, Natanael vino a Jesús con una actitud negativa, pero estuvo dispuesto a aceptar la verdad que vio en Él aquel día. Natanael se marchó de allí siendo un hombre nuevo. Quienes se encuentren con el Salvador tienen que tomar una decisión: aceptarlo a Él y lo que enseña, o marcharse sin ser transformados.

En este libro hemos conocido a individuos que se alejaron de Jesús sin cambiar. También hemos conocido a hombres, mujeres y niños cuyas vidas cambiaron radicalmente a partir de su encuentro con Él. En última instancia, la cuestión fundamental en estas páginas es cuál va a ser la respuesta de usted al encontrarle. Que Dios le dé la capacidad de ver a Jesús por quien es, así como un corazón para creer Sus palabras y recibir Su vida. Que su encuentro con el Salvador le sirva para que su vida cambie.


 

Distribución literaria Light To My Path
[lumbrera a mi camino]

Light To My Path (LTMP, por sus siglas en inglés) es un ministerio de producción y distribución literaria con el objetivo de alcanzar a obreros cristianos necesitados en Asia, América Latina y África. Muchos de esos obreros cristianos en países en vías de desarrollo no cuentan con los recursos necesarios para obtener entrenamiento bíblico ni comprar materiales para el estudio bíblico para sus ministerios y su aliento personal. F. Wayne Mac Leod es miembro de ACTION International Ministries y ha estado escribiendo estos libros con el fin de distribuirlos a pastores, así como a todo tipo de obreros cristianos que los necesiten alrededor del mundo.

Hoy en día hay miles de libros (de las series “Comentarios Devocionales” y “La Vida en Cristo”) que están siendo utilizados en la predicación, la enseñanza, el evangelismo y la exhortación de creyentes a nivel local en más de treinta países. Los libros de estas series ya han sido traducidos al hindi, al francés, al español, al haitiano criollo, ente otros. La meta es que puedan estar a disposición de tantos creyentes como sea posible.

El ministerio de LTMP se basa en la fe, y confiamos en el Señor para la provisión de los recursos necesarios para distribuir los libros, con el objetivo de alentar y fortalecer a los creyentes a nivel mundial. ¿Pudiera usted orar para que el Señor abra más puertas para la traducción y la correspondiente distribución de estos libros?

Para más información sobre este ministerio de distribución literaria Light To My Path [lumbrera a mi camino], puede visitar nuestro sitio web en la siguiente dirección: www.lighttomypath.ca